«¡Mira! Están abriéndose las flores. Son preciosas, ¿verdad?
¿Las ves? Míralas con el corazón. ¿Puedes verlas?».
Lady Eloise, de los campos de narcisos
Pov. Crystal
Después de que Peeta se fuera, dormí durante la mayor parte del día, tanto por el cansancio como por el dolor; de hecho, parecía que era lo único que era capaz de hacer.
Cuando a la mañana siguiente llegó un detective para interrogarme sobre mis atacantes, le conté todo lo que recordaba y los describí lo mejor que pude. Me sentía entumecida al recordar el ataque, como si le hubiera ocurrido a otra persona.
Y, sin embargo, como me demostraba la realidad, no podía negar la gravedad de mi estado: mi cuerpo magullado y sin ánimo, mi espíritu quebrado por completo. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Cómo había llegado a estar tan destrozada y perdida que había aceptado ir a casa con un hombre al que apenas conocía, un hombre del que no podía decir que lo comprendiera, un hombre que me tranquilizaba con sus gestos suaves, aunque me daba miedo su mirada intuitiva? Pero allí estaba, admitiendo ante mí misma que era la única persona en la que confiaba de una manera innata, algo que no había hecho con nadie. Nunca. Todo era demasiado... agotador. No quería pensar. Solo quería dormir.
El médico me examinó a las dos y, poco después, firmó los papeles del alta. Yo no tenía ningún seguro, y sabía que esta deuda acabaría enterrada debajo de otras tantas, algo que me resultaría imposible asumir. Ojalá lo hubiera pensado antes de provocar a las tres bestias que me habían hecho esto... ¿Cómo se me había ocurrido? ¿En qué estaba pensando? Había sido demasiado valiente y, a la vez, ridículamente estúpida. No podía comprenderme a mí misma. Me sentía como si solo fuera una mera sombra de mi verdadero yo.
Kayla me había visitado por la mañana, y luego me había enviado un mensaje cuando estaba dejando la habitación en el que me decía que tenía que irse a trabajar temprano, pero que Peeta vendría a recogerme.
Peeta...
¿Por qué hacía esto? ¿Por qué había aceptado su ofrecimiento a pesar de lo mal que me había portado con él? Recordaba el momento en el que había despertado para ver su cara sobre mí, mientras me llevaban por el pasillo del hospital. Por un instante había pensado que estaba en el cielo y que él era un ángel. Pero incluso bajo la luz del día, había algo... firme en él, algo seguro y sólido, a pesar de la debilidad que decía poseer. Era un hombre lleno de contrastes. Muy guapo... Peeta, el de la sonrisa tímida, el que no soportaba el contacto con otras personas... El hombre que me había ofrecido vacilantemente un ramo de flores y se había sonrojado cuando se lo había rechazado, pero que luego me había dicho con firme confianza que me iba a ir a su casa mientras me curaba. ¿Quién era?
¿Qué quería de mí? Quizá era mejor no saber la respuesta a esa pregunta. Quizá él hubiera cambiado de opinión y no se presentara a recogerme. Y no podría quejarme, ¿verdad? ¿Qué haría en ese caso?
«Podrías llamar a tu padre».
¡No! ¡Ni hablar! Nunca... De todas formas, por las noticias que tenía de él, podría hasta estar muerto.
—¿Preparada? —me preguntó la enfermera, girando la silla de ruedas para llevarme hacia el ascensor.
—Sí —murmuré.
—¿Quién va a venir a buscarla? —se interesó con amabilidad.
—-Un amigo..., creo.
—Bueno, pues ya lo esperamos junto a los ascensores. ¿Desea llamarlo por si lo ha retenido algo?

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Hope...
RomanceHope Si, la esperanza es lo último que muere. Pero si ya está muerta ¿es posible que renzaca como el fénix?