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«Es ahora o nunca. Apunta al corazón».

Sombra, el barón de la espoleta


«Sumérgete en lo más profundo».

Gambito, el duque de los ladrones


«Con todas tus fuerzas, cariño».

Limonada, la reina del merengue


«Creo en ti. Sé valiente. Por mí. Por nosotros».

Lady Eloise, de los campos de narcisos


Pov. Peeta

Abril fue un torbellino de entrevistas y ceremonias. Solo hice una entrevista importante para la televisión por cable, con Wyatt y sus padres. El terror había desaparecido de los ojos del niño, y parecía un chaval diferente al que había visto en ese sótano en lo que ahora parecía un millón de años. Tenía una fuerte voluntad, así que estaría bien. Y si necesitaba hablar con alguien, siempre estaría disponible.

En el pueblo, ofrecieron unas cuantas cenas en mi honor, que consideré buenas oportunidades para comenzar de nuevo en Morlea. Me daba vergüenza que me consideraran un héroe, pero asistí de todas formas y, después de que terminaron, me alegré de haber ido.

Aun así, era agradable que las cosas se hubieran calmado y pudiera volver a la sencilla vida que tanto disfrutaba.

Dominic me sorprendió un día trayéndome un pequeño cachorro negro. Me dijo que lo habían encontrado vagando por la cantera, obviamente abandonado por alguien. No me lo creí; mi hermano pensaba que estaba demasiado solo y estaba tratando de ofrecerme compañía.

—No es necesario que te lo quedes, claro —se apresuró a añadir—, pero pensé en ti cuando lo vi. Es una elección tuya.

Sonreí ante su necesidad de tratarme con esa prudencia y de no querer dirigir mi vida de ninguna forma. Me gustaba que reconociera lo dominante que había intentado ser en el pasado y los problemas que eso había provocado en nuestra relación, pero también sabía que me había traído el cachorro porque se preocupaba por mí.

—Oye, Dom, no tienes que andar a mi alrededor como si pisaras huevos. Si me presionas mucho, te lo haré saber, ¿vale?

Él asintió moviendo la cabeza al tiempo que soltaba una risita.

—Sí, vale.

Le presté atención al cachorro, que iba de Dom a mí como si esperara saber si tenía o no un nuevo hogar. Supuse que podía ser mi amigo. Así que adopté al pequeño animal de ojos tristes, y lo llamé Dusty.

Un luminoso día de primavera estaba haciendo un descanso mientras preparaba el césped del jardín, cuando Dusty se puso a ladrar de esa forma aguda que tienen los cachorros. Me puse en pie lentamente, me quité la gorra de béisbol que me protegía del sol y me pasé la mano por el pelo antes de volver a ponérmela.

Dusty estaba persiguiendo una mariposa, y retozaba, saltando entre los narcisos que crecían en el fondo del jardín. Durante un minuto, dejé que el momento penetrara en mis poros; la extraña mezcla de añoranza que llevaba dentro y la tranquilidad que suponía ver al perrito corriendo por aquel campo amarillo.

Hope...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora