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«Puedes encontrar esperanza en los lugares más extraños, en la esquina más oscura. Agárrala y no la sueltes, querido. Es tuya y de nadie más».

Limonada, la reina del merengue


Pov. Peeta

La perla de platino estaba muy concurrida los jueves por la noche. Me senté en la misma mesa que dos noches antes y le pedí una cerveza a la camarera.

—¿Sabes cuándo actúa Crystal? —le pregunté. La joven morena que me trajo la Miller Lite se inclinó más de lo necesario cuando la dejó sobre la mesa. Pareció sorprenderle que mantuviera los ojos clavados en los suyos en lugar de mirarle los pechos que me había puesto delante de la cara, en esa posición incómoda más tiempo que con la espalda recta.

—Creo que es la próxima.

El corazón me latió con rapidez cuando miré hacia el escenario, esperando que comenzara el siguiente número. Me había sentido muy sorprendido cuando ella me llamó para comunicarme que había cambiado de idea. Sorprendido y un poco desconcertado. Me preguntaba qué le había hecho cambiar de opinión. Me preguntaba qué la había obligado a buscarme y llamarme. Casi le había dicho que se olvidara por completo de todo, pues había comprendido que era una idea horrible. Pero cuando oí su voz a través del teléfono, no había podido rechazarla. La verdad, resultaba a la vez temible y excitante, y era una sensación estimulante que no había experimentado antes. Quería... más. Y pensé que eso era algo positivo para mí: desear algo. Pero ¿qué pasaba con ella? No podía dejar de preguntármelo.

Se apagaron las luces y luego comenzó la música, un constante ritmo de graves que hacía que mi corazón bombeara con la cadencia de las notas. Fruncí el ceño mientras miraba a mi alrededor. Había un grupo de tíos celebrando una despedida de soltero, cerca del escenario, y casi todos ellos estaban tan borrachos que apenas se mantenían encima de las sillas.

Cuando las luces volvieron a encenderse, Crystal estaba en el escenario, sentada en una silla. Llevaba un diminuto bikini plateado con flecos en ambas partes y unas botas de cowboy con altos tacones a juego. Estaba tan concentrado en ella que me sorprendieron los aplausos que resonaron en la estancia. Tomé un sorbo de cerveza mientras miraba cómo empezaba a bailar.

Su larga melena ondulaba alrededor de su cuerpo, delgado y curvilíneo, mientras se movía, capturando la luz. Tenía el pelo de un color que no recordaba haber visto antes, una especie de combinación de rubio, rojizo y castaño. Me hacía pensar en un rayo de luna incidiendo en un bote de miel. Y era muy espeso. Me imaginaba lo que sentiría si hundiera los dedos en él. Crystal se movía al ritmo de la música con los ojos cerrados y aquella expresión fría y distante, como si fuera una armadura.

«De cristal».

No, no era de cristal. El cristal era perfectamente claro, transparente. Cualquiera podía ver a través del cristal. Y no se podía leer a aquella chica, era totalmente opaca.

«¿Cuál es tu nombre, tu nombre de verdad? Dios, quiero saberlo...».

—Te follaría el coño como un martillo percutor —dijo uno de los borrachos de la despedida de soltero para deleite de sus amigos, que se carcajearon y levantaron las copas entre aplausos. Aquella lasciva declaración me arrancó de mis pensamientos. El tipo se puso en pie y empezó a impulsar la ingle contra la silla en una sucia imitación del acto que acababa de describir.

Toda aquella escena me hizo sentir vacío, irritado y triste a la vez, así que me levanté, lancé un billete sobre la mesa y me fui detrás del escenario, a esperarla. Cuando doblé la esquina del pasillo donde había esperado a Crystal la primera vez, vi que el guardaespaldas, Anthony, estaba sentado en un taburete.

Hope...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora