19

264 32 2
                                    

«Las cosas bellas ocurren cuando menos te las esperas».

Limonada, la reina del merengue


Pov. Katniss

Delly se había quedado a pasar el fin de semana en Morlea, por lo que tuvo tiempo para hacer algo de turismo. Pasó por casa de Peeta esa noche antes de la cena para despedirse y agradecerle que le hubiera dedicado su tiempo.

Salí del salón para darles un par de minutos a solas y, cuando regresé, estaban abrazándose. Delly estaba frente a mí, por lo que podía ver la expresión de afecto y tristeza de su rostro. Tenía los ojos cerrados con fuerza, y, por un momento, me quedé observándolos, mientras una oleada de celos me hacía sentir insignificante. Aparté la vista cuando empezaron a soltarse. Cuando Delly me vio, corrió hacia mí y me dio también un abrazo.

—Kat, no hemos tenido la oportunidad de pasar demasiado tiempo juntas, pero nos resarciremos la próxima vez.

Dio un paso atrás para cogerme las manos, que me apretó sonriente.

—¿Vas a volver? —pregunté.

—Oh, sin duda. Pienso entregarle a Peeta una copia impresa cuando publique mi tesis. —Su sonrisa se hizo más grande—. Haré que se sienta orgulloso de ella.

—Estoy segura de ello —repuse, devolviéndole la sonrisa.

Vaciló un momento, mientras me miraba con cierta inseguridad.

—He hablado con Dominic sobre lo que te hizo. Creo que tiene una visión distorsionada de...

—Está bien, Delly, en serio.

—No, no está bien. No está nada bien. Ojalá... Ojalá pudiera ayudarlos.

—Ya me has ayudado siendo mi amiga. —Sonreí.

—Si quieres hablar en algún momento, llámame, ¿vale? —Su sonrisa era contagiosa—. Si necesitas alguien que te escuche, Peet tiene mi número.

«Peet».

—Lo haré. Volvió a sonreír.

—De acuerdo. Y cuídate.

—Tú también, Delly.

Se volvió de nuevo hacia Peeta y se puso de puntillas para besarlo en la mejilla.

—Gracias de nuevo —susurró. Había tanto sentimiento en su voz que casi me molestó estar allí. Era como si estuviera interrumpiendo un momento íntimo.

«Te ama a ti, Kat», me recordé.

«Solo porque no conoció a Delly antes», se burló de mí una vocecita burlona en mi interior. Bloqueé el pensamiento lo mejor que pude.

No podía reprocharle a Delly ni una pizca del afecto que sentía por Peeta, o quizá fuera amor. Ella lo conocía bien, sabía que había sobrevivido a seis años de infierno rodeándose de amor. De esperanza. ¿No era increíble lo fuerte que tenía que ser su mente, lo hermoso que era su corazón, para aferrarse a eso de tal manera, para elegir el amor por encima del miedo una y otra vez? Por supuesto, tenía la suerte de poseer mucho amor. No todo el mundo era tan afortunado. Por otra parte, tenía la sensación de que Peeta hubiera utilizado cualquier rayo de amor —de esperanza—, por pequeño que fuera, para mantenerse fuerte. Esa era su esencia. Peeta, el chico que no se había permitido olvidar el amor, y yo, la chica que se había asegurado de no recordarlo.

Esa noche hicimos de cena una lasaña precocinada que era imposible estropear, aunque si hubiera estado sola seguramente lo habría conseguido, y la comimos en la terraza. Las noches eran cada vez más frías, así que Peeta encendió una lámpara de calor y la puso junto a la mesa.

Hope...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora