«No pensemos en nada. Busquemos la fuerza».
Lady Eloise, de los campos de narcisos
Pov. Katniss
La perla de platino aparecía sucia y ajada bajo la luz del día. Salí del asiento trasero del coche de Kayla, donde me tuve que sentar porque el asiento del copiloto estaba roto y no se podía echar hacia atrás para acomodar la escayola, y cogí las muletas. Iba a seguir teniendo la pierna inmovilizada durante al menos tres semanas más, pero ya notaba que se estaba curando. No me había tomado ninguna pastilla para el dolor en los dos últimos días, y solo sentía un dolor sordo en las costillas.
—¿Necesitas que te eche una mano? —me preguntó Kayla, cerrando de golpe la puerta y rodeando el coche para venir a mi encuentro.
—No. Estoy bien. Ahora soy casi una experta en estas cosas. —Levanté una muleta y me acerqué cojeando a ella.
Al pasar por delante del contenedor, volví la cabeza, sin querer pensar en lo que había pasado allí detrás aquella noche que, ahora, parecía tan lejana. Me sorprendía que no fuera la paliza lo que me provocaba angustia, sino el recuerdo de la bondadosa cara de Peeta levitando sobre mí en el pasillo del hospital, lo hermoso que me parecía.
«Peeta...».
Me obligué a no pensar en él. Eso no me haría ningún bien en ese momento. Después de lo que había ocurrido anoche, saltaba a la vista que tenía que volver a mi propia vida, a mi trabajo. Me llevaría un tiempo recoger los pedazos, pero ya no podía esconderme en el mundo de Peeta. No era justo para nadie. Y, sin duda, ya no era bienvenida allí. Estaba segura de que Peeta estaba tan disgustado conmigo como yo misma.
Cuando Kayla llegó a recogerme, me había sorprendido encontrar la casa vacía. Así que atravesé el espacio cojeando con una sensación de alivio. Todavía me sentía frágil y avergonzada, y no quería ver a nadie. Había pasado una noche agitada en el sofá de la compañera de apartamento de Kayla.
Mi amiga me sostuvo la puerta abierta mientras salía y luego se despidió con rapidez.
—¿Estás segura de que aquí estarás bien? Yo no puedo quedarme, lo siento.
Forcé una sonrisa.
—Estoy bien, no te preocupes. Pasaré aquí un par de horas hasta que esté en condiciones de volver a trabajar. —Esperaba poder usar también ese tiempo para estudiar cómo se combinaban las bebidas y, si Snow me dejaba, familiarizarme con la barra.
—Vale. Te enviaré un mensaje cuando esté de camino.
—Gracias, Kay.
Recorrí el vestíbulo sobre las muletas para ir al despacho de Snow. Solo atravesar el club me ponía mal sabor de boca. No podía evitar comparar aquel lugar oscuro y sucio con la hermosa casa de Peeta, tan llena de luz y de vida. Aquel antro me ponía ahora la piel de gallina, algo que no me había pasado antes. Me forcé a tragarme la sensación.
—¿Sí? —ladró Snow cuando golpeé suavemente la puerta de su despacho. La abrí con la muleta.
Él levantó la vista de los papeles que había diseminados por su escritorio con una expresión de genuina sorpresa en aquel rostro hinchado. Se reclinó en la silla mientras me acercaba cojeando.
—Hola, Snow...
—Crystal. —Me miró de arriba abajo antes de que me sentara en la silla que había delante del escritorio—. ¿Cómo te encuentras?

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Hope...
RomantikHope Si, la esperanza es lo último que muere. Pero si ya está muerta ¿es posible que renzaca como el fénix?