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«Algo me dice que te voy a amar siempre».

Lady Eloise, de los campos de narcisos


Pov. Katniss

Me adapté con rapidez al trabajo en La casa de las uñas de Lien Mai, y un par de semanas después prácticamente llevaba el lugar sola. No solo respondía al teléfono, sino que hacía los pedidos y controlaba el inventario. Me encantaba el ambiente informal del salón, las conversaciones que se desarrollaban allí, tanto en inglés como en vietnamita, la forma en la que pasaban los días y cómo caía reventada en la cama cada noche.

Un viernes por la noche, me desperté por el frío, y me senté jadeando en la cama. Había tenido otra vez aquel sueño, en el que oía la voz de mi madre llamándome mientras atravesaba la oscuridad. Solo que esta vez las paredes se estaban separando en lugar de acercando, y eso me impulsaba hacia delante. «Él te está esperando», me había vuelto a decir. «¿Él?». El único él al que quería era Peeta.

Pero quizá él estaba esperándome. Sin embargo, también había tenido ese sueño cuando estuve con él. Solo que parecía que... había ido hacia él por el camino equivocado y había terminado ante Peeta con una barrera todavía entre nosotros. Había tenido que alejarme para recorrer el camino que me llevaría de nuevo a su lado, ese en el que al final no nos separaba nada. No sabía si debía siquiera tener esperanzas, pero, en cualquier caso, la ruta que había tomado me estaba exprimiendo la vida. Yo no solo le había dado la espalda a Peeta, sino también a mí misma.

Las emociones que me había transmitido el sueño se aferraron a mí, así que no pude volver a dormirme. Me levanté de la cama temblando para subir la temperatura de la calefacción. Había empezado a caer una lluvia mansa, y me quedé en la ventana unos minutos, mirando la oscuridad y la luz de las farolas reflejada en los charcos de agua del aparcamiento.

Al darme la vuelta, vi la bolsa que había traído de casa de Peeta; todavía no había abierto. Suspiré; parecía que solo podía dar pasos muy pequeños, y se suponía que este era uno de ellos.

Mientras vaciaba el contenido para lanzar la ropa al cesto, mi mano dio con algo de plástico y me sorprendí. Tiré de aquello y saqué la bolsa de plástico de la que me había olvidado en mis peores momentos. La levanté para apretarla contra mi pecho. Lady Eloise, de los campos de narcisos. Estaba rota en mil pedazos, sin posibilidad de reparación. Pero quizá..., tal vez... La dejé en el pequeño escritorio que había junto a la ventana y encendí la lámpara de mesa. Cogí una toalla del baño y luego, con mucho cuidado, vacié el contenido de la bolsa. Diseminé las piezas para ver si había algo reconocible. Sí, eso era un pie, y un ramo de flores. Y la preciosa cara de la figura en dos mitades. Sentí que me llenaba de esperanza.

Me senté ante el escritorio y me puse a hurgar en los cajones hasta que encontré un pequeño tubo de pegamento que había comprado por alguna razón que ni siquiera podía recordar.

Me sentía muy abrumada, pero pensé que lo mejor era empezar por el principio, por lo que cogí el pequeño trozo de pie y empecé a partir de ahí. Por alguna razón, me imaginé que esa pequeña figura destrozada eran miles de piezas de mí, y mientras trabajaba, encajando pequeños fragmentos, me pregunté si el trabajo que estaba haciendo con las manos era una metáfora de lo que tenía que conseguir conmigo misma. Seguí encorvada sobre la mesa hasta que la luz del amanecer se filtró por las cortinas mientras pensaba en todas las facetas de mi vida que habían terminado también aplastadas y rotas.

Pensé en mi madre, y en lo que me era más difícil de todo: en el día que me había dejado con Brad. El doloroso vacío que había sentido seguía aferrándose a mí como una segunda piel; el dolor y la rabia de haber sido abandonada, de estar asustada y sola.

Hope...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora