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«Ven conmigo, yo te ayudaré. Parece que necesitas un amigo».

Bala, el caballero de los gorriones.


EN LA ACTUALIDAD


Pov. Crystal

No era de aquí. No supe por qué me vino esa idea a la cabeza en el momento en el que puse los ojos sobre él. Pero así fue. No fue por su aspecto, ya había visto antes chicos guapos, limpios y aparentemente sanos por allí. Solo tendría que beber algo de alcohol o darle unas caladas a un porro y actuaría igual que todos los demás borrachos dispuestos a desprenderse de su dinero y de cualquier otra cosa que tuvieran. Y no era tampoco que estuviera fuera de lugar porque pareciera asustado. Había visto muchas miradas tan huidizas, nerviosas y excitadas como la suya mientras se fijaba en todo lo que lo rodeaba. No, el tipo que estaba sentado a solas en una mesa en el fondo del local, bebiendo una Miller Lite, no parecía tener miedo, solo curiosidad. Movía la cabeza lentamente, observando el lugar en general, y no pude evitar que mi mirada siguiera el recorrido de la suya, preguntándome qué vería él.

Me molestó y confundió mi propia curiosidad. Era muy raro que me hiciera preguntas sobre cualquiera de los hombres que aparecían por allí, y no podía encontrar una explicación al respecto. Cerré los ojos y alejé esos pensamientos a medida que la música me llenaba la cabeza. Cuando terminé de actuar, estallaron los aplausos y forcé una sonrisa.

Tresh se paseaba por detrás de la multitud, asegurándose de que nadie se tomaba libertades y apartando a los que lo hacían, con las consiguientes protestas. Cinco minutos después, cuando me di la vuelta para salir, mis ojos se encontraron con los del hombre del fondo, que seguía sentado en la misma mesa, mirándome. Enderecé la espalda mientras pensaba que me resultaba familiar. Sabía que no lo había visto aquí... ¿De qué lo conocía? ¿Era por eso por lo que había captado mi atención?

Una vez en la parte de atrás del escenario, saqué el dinero que me habían metido en la ropa interior, alisando los billetes hasta que pude doblar el fajo de forma más ordenada.

—Buen trabajo, cielo —me dijo Cherry al cruzarse conmigo camino del escenario.

—Gracias. —Esbocé una sonrisa al tiempo que le apretaba el brazo cuando pasó por mi lado.

Abrí mi taquilla, en el pasillo, y dejé aquella propina dentro del bolso antes de dirigirme al camerino que compartía con otras dos chicas. No trabajaban esta noche, así que por una vez tenía aquel espacio —normalmente lleno— para mí sola. Me hundí en la silla que había enfrente del tocador donde me maquillaba. Estaba repleto de cajas, tubos y maquillajes compactos, tarros de crema y frascos de loción y perfume. Los sonidos que habían hecho los hombres del público mientras estaba en el escenario resonaban en mi cabeza, los chillidos, gritos y silbidos con los que describían cada morboso detalle que querían que hiciera. Todavía tenía en la nariz el aroma a cerveza, colonia y olor corporal que me había abrumado cuando me inclinaba ante esos gritos para que me alcanzaran con las manos.

Por un momento, me imaginé deslizando el brazo sobre la mesa que tenía delante para tirarlo todo al suelo y ver cómo se rompía y derramaba, mezclándose todo en una amalgama de brillo, polvo y aroma. Sacudí la cabeza y me miré en el espejo, superada por el repentino impulso de coger una toallita húmeda y comenzar a pasármela por la cara para quitarme el apelmazado maquillaje.

«¡Dios! ¿Qué me pasa?».

Se me puso un nudo en la garganta, y me levanté con demasiada rapidez, haciendo que la silla se inclinara hacia atrás y acabara en el suelo.

Hope...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora