❝delirio❞ -01

1.3K 98 10
                                    

           𝐀 𝐕𝐄𝐂𝐄𝐒, 𝐄𝐋 𝐈𝐍𝐈𝐂𝐈𝐎 𝐃𝐄 𝐌𝐈𝐒 𝐃𝐈𝐀𝐒 𝐒𝐎𝐋𝐈𝐀 𝐑𝐄𝐒𝐔𝐌𝐈𝐑𝐒𝐄 𝐄𝐍 una sola pregunta: «¿Qué hubiese pasado sí

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.




           𝐀 𝐕𝐄𝐂𝐄𝐒, 𝐄𝐋 𝐈𝐍𝐈𝐂𝐈𝐎 𝐃𝐄 𝐌𝐈𝐒 𝐃𝐈𝐀𝐒 𝐒𝐎𝐋𝐈𝐀 𝐑𝐄𝐒𝐔𝐌𝐈𝐑𝐒𝐄 𝐄𝐍 una sola pregunta: «¿Qué hubiese pasado sí...?», la cuál, siempre quedaba incompleta, pues nunca hallaba las palabras correctas que pudiesen llegar a completar su vacío. En un principio, ese espacio en blanco se derretía sobre la párvula figura de mi abuela y su extraña manía que subsistió dentro de la incomprensión durante décadas. Tiempo en el que, sumidos en ignorancia absoluta, creímos que sus advertencias eran tan solo la mentira piadosa de una demencia que a su avanzada edad no la perdonó, así como a nosotros el tiempo nos dejaba colgando de las puntas del reloj que corría hacia el mismo hueco de angustia.

Por las noches, la laguna seca en mi memoria se amasaba hasta formar entre la bruma su rostro mofletudo y lechoso, con la verruga rosácea en su entrecejo siempre oculta por su crisma encanecido y alborotado; cuando volvía en mí, me daba cuenta de que en realidad soñaba con los ojos abiertos con exorbitancia, y que aquella cabeza repleta fibras blancas que yo juraba ver en la penumbra era tan solo las pálidas telarañas que colgaban, como gotas de grasa, en los vértices del cuarto donde me ocultaba con el corazón oprimido.

Mi abuela padecía fuertes insomnios que le quitaban el aliento y a veces los confundíamos con el inicio de un pavoroso ataque de ansiedad. Solía gritar el nombre de mamá durante diez minutos y, el mío, lo dejaba para el último, cuando sus fuerzas se resumían en cuánto podía llegar a murmurar. Quizá lo tomaba como una segunda opción o, tal vez, era porque sabía que yo era incapaz de poder ignorarla. A tientas, yo iba descalza a su habitación ignorando el rumor de la noche soplando en mi nuca. Tiempo después, tenía que subir al ático, pues ahí la habían movido para no escucharla gritar todas las noches de manera continua. Todo empeoró de ahí en adelante. Nuestros encuentros en las penumbras eran estólidos e inquietos; se resumían en balbuceos sin sentido o, como los llamaba mamá, delirios de la vejez.

Había uno en especial que se repetía constantemente; ella, asombrosamente, siempre encontraba mis ojos entre la oscuridad por más engrosada que fuese y, tras mirarme enmudecida por un par de segundos, se remojaba los labios con la punta de la lengua y pronunciaba con voz desabrida: «El final está cerca... muy cerca... Y la clave también». Al principio dudaba en entenderla; vaya error. A veces, la abuela solía escaparse de su silla de ruedas tras agarrar el bastón que languidecía en la punta de su cama. Corría —a su manera— hacia el polvoroso baúl debajo del tragaluz y buscaba con desesperación en su interior un libro para dármelo con los ojos inflamados. Me decía una, dos y las veces que creía necesarias que debía leérmelo para poder salvarme. Anunciaba con inquietud que la clave, en realidad, estaba en el imperceptible lenguaje del mundo. Eso, y la fortaleza mental que cada uno tenía el placer de poseer si éramos lo suficientemente astutos.

El libro era un trozo de cartón bermellón con no más de cuatrocientas páginas que estaban repletas de dibujos incomprensibles, líneas dispares, guiones y, además, como objeto de suma curiosidad, no podía pronunciarse como una lengua, pero sí entenderse. La mente humana, decía ella, era la clave para sobrevivir zambullidos en el caos que estaba a punto de desatarse en el mundo. "Léelo, léelo, léelo", me lo repetía con tribulación. La noche del 12 de un noviembre, a diferencia de las demás, la abuela dijo que en seis meses todo se acabaría para siempre. Tras eso, corrí a mi habitación impulsada por ciertos horrores desmesurados e inefables; cuando apoyé de súbito la cabeza en la almohada, mi pecho ardía y mis pulmones no se podían inflar. Surgieron muchas preguntas debido a mi agitación y, cuando desperté en la mañana siguiente, todavía se desataron muchas más.

𝐓𝐀𝐗𝐈𝐃𝐄𝐑𝐌𝐈𝐀 | 𝗸𝗮𝘁𝘀𝘂𝗸𝗶 𝗯𝗮𝗸𝘂𝗴𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora