"preguntas inconclusas" -25

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             𝐇𝐀𝐘 𝐂𝐈𝐄𝐑𝐓𝐀 𝐀𝐍𝐆𝐔𝐒𝐓𝐈𝐀 𝐄𝐍 𝐌𝐈 𝐕𝐎𝐙 𝐂𝐔𝐀𝐍𝐃𝐎 𝐋𝐄 𝐏𝐈𝐃𝐎 𝐀 𝐁𝐀𝐊𝐔𝐆𝐎 que tratemos de correr un poco más despacio, porque el aire me quema la garganta

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             𝐇𝐀𝐘 𝐂𝐈𝐄𝐑𝐓𝐀 𝐀𝐍𝐆𝐔𝐒𝐓𝐈𝐀 𝐄𝐍 𝐌𝐈 𝐕𝐎𝐙 𝐂𝐔𝐀𝐍𝐃𝐎 𝐋𝐄 𝐏𝐈𝐃𝐎 𝐀 𝐁𝐀𝐊𝐔𝐆𝐎 que tratemos de correr un poco más despacio, porque el aire me quema la garganta. Hace tanto frío que no podemos movernos bien, sobre todo cuando nos llevamos las manos a la espalda para ajustarnos más la mochila al cuerpo. Ninguno ha mencionado nada sobre el ataque en ese subterráneo. Por poco podríamos haber pasado a la historia. Por poco podríamos haber sido un par más de aquel bollo de población que se llevó consigo la taxidermia en aquel momento.

—Llevaremos estas armas al aeropuerto, aunque sea lo último que hagamos —dice él. Su respiración pesada, rasposa, deja entrever que no tan solo se ha dejado parte de la garganta en la comisaría por haber gritado, sino que la falta de sueño que ha tenido desde que escapamos del búnker le está pasando factura. Desde ese entonces no hemos dejado de movernos ni un solo segundo.

A veces me pregunto si soy yo la que carga con la mala suerte a todos lados. Si no hubiese ido por aquella calle, si no hubiese entrado a ese supermercado, tal vez Bakugo podría haber subsistido un poco más en ese piso. El mundo se ha hecho mucho más pequeño, pero eso no significa que ya no deje de parecerme tan grande. Ahora hay mucho más que explorar. Hay mucho que nos obliga a andar con cuidado.

—Parece otro más de tus planes imposibles —pronuncio con la voz baja. En el silencio de la calle empieza a oírse una ligera vibración, como si el suelo estuviese temblando. La planta de los pies me cosquillea—. ¿Oyes eso? No sé si sea buena idea caminar tan a la ligera, Bakugo.

—No me jodas —gruñe. Observo en la dirección que anuncian sus ojos. Mi expresión se modifica hasta que toda la piel de mi frente está arrugada. Desde lejos, por los techos bajos de las casas, entre la oscuridad se asoma la desmesurada silueta de un Gudhra que avanza a paso lento hacia nosotros—. Vamos a pensar que es una casualidad que nos encontremos. Tal vez los hemos alertado con los disparos, pero dudo que desde el subsuelo de la comisaría se escuchen tan fuerte como para que nos hayan escuchado a tantas calles de distancia.

—Quizás es una coincidencia.

—Nuestra existencia también parece serlo —Bakugo se ajusta los cordones de la mochila y se pone un gorro negro sobre la cabeza. Le imito en silencio. Mi cabello blanco, medianamente gris de la suciedad, también podría resaltar entre las sombras. Zū, por su lado, cuando no tiene cabello para usar de escudo, siempre se escurre por debajo de mi capucha.

—¿Y ahora qué? Será mejor que corramos en otra dirección, porque por allá estará infestado de Ghantanos. Tardaremos más en llegar al aeropuerto... —musito—. Tu plan tendrá que esperar un poco.

—Hemos pasado por cosas peores —afirma—. Vamos, bordearemos un par de manzanas hasta conseguir una ruta más eficiente. No tardará en llegar la fiesta a la comisaría.

𝐓𝐀𝐗𝐈𝐃𝐄𝐑𝐌𝐈𝐀 | 𝗸𝗮𝘁𝘀𝘂𝗸𝗶 𝗯𝗮𝗸𝘂𝗴𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora