❝angustia❞ -02

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                       𝐋𝐀 𝐂𝐀𝐒𝐀 𝐂𝐎𝐌𝐄𝐍𝐙𝐎 𝐀 𝐄𝐍𝐅𝐑𝐈𝐀𝐑𝐒𝐄 𝐒𝐔𝐁𝐈𝐓𝐀𝐌𝐄𝐍𝐓𝐄 𝐂𝐔𝐀𝐍𝐃𝐎 𝐄𝐋 𝐑𝐄𝐋𝐎𝐉 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐂𝐎𝐂𝐈𝐍𝐀, con sus últimas pilas, marcó las siete en punto

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                       𝐋𝐀 𝐂𝐀𝐒𝐀 𝐂𝐎𝐌𝐄𝐍𝐙𝐎 𝐀 𝐄𝐍𝐅𝐑𝐈𝐀𝐑𝐒𝐄 𝐒𝐔𝐁𝐈𝐓𝐀𝐌𝐄𝐍𝐓𝐄 𝐂𝐔𝐀𝐍𝐃𝐎 𝐄𝐋 𝐑𝐄𝐋𝐎𝐉 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐂𝐎𝐂𝐈𝐍𝐀, con sus últimas pilas, marcó las siete en punto. Precisamente, durante toda la noche cayó una extensa helada sobre la ciudad de Musutafu, en la prefectura de Shizuoka. Sin embargo, durante las mañanas la sensación de frialdad se acentúa mucho más en los huesos —cuando es invierno— y, por ende, me es imposible volver a conciliar el sueño con normalidad. Las calderas hace semanas dejaron de funcionar por completo y la ropa que tengo, poco a poco, deja de ser la suficiente para poder resguardarme de las bajas temperaturas.

El almanaque, también en la cocina, dejó de llenarse de fibrón rojo. Dejé de tener percepción de la cantidad de días que pasaba simplemente mirando un punto fijo del vacío, con los pies amortiguados del frío y el cabello hecho un desastre anudándose sobre mi espalda. Posiblemente, sería aquello que suelen llamar depresión. No estaría mal comenzar a analizar los huesos de la palabra para conseguir que mis minutos flemosos se escurran con más rapidez. La idea de que estoy completamente sola comenzó a volverse muy familiar y egoísta. ¿Por qué yo? Escribí la pregunta en las paredes del baño. La tinta se opacó debido a la suciedad que volaba, más allá de que las ventanas y las puertas no se habían abierto. Escribí, al igual, el nombre de la abuela, mamá y papá porque temí olvidarlos. No pasó mucho tiempo desde que ocurrió la taxidermia. O quizá sí. Al fin y al cabo, es imposible saberlo cuando se pierde el sentido de la percepción.

El piso se preñó de polvo. No fue necesario ver cómo mis padres poco a poco se agrietaban tras la rendija; bastó con asomarme de vez en cuando por la ventana del cuarto para mirar a la calle en donde había dos personas disecadas: Amaya y Yoshio. La pareja modelo de la manzana que usualmente salía a dar vueltas en la tarde. A veces, cuando estaba tumbada en la cama, solía escucharles reír cuando pasaban al ras de la acera. Amaya reía sin cuidado y nunca se tapaba la boca; Yoshio era más del tipo de muchacho callado que prefería escuchar a su amada hablar sobre asuntos triviales.

Haberles visto desaparecer, desvanecidos a los pies de los peldaños en la entrada de su casa, fue también devastador. Sus cuerpos disecados mutaban hasta ser partículas de polvo y se creó una imagen en mi cabeza que sirvió para responder la incógnita sobre el estado en el que se encontraban mis padres. Con todo ello, la puerta de su cuarto jamás volvió a ser abierta.

Hoy, algo extraño sucedió en la mañana. Bajé a la cocina —por primera vez en varios días— y, tras ver que los suministros ya estaban a nada de acabarse, surgió la precipitada idea de ir a buscar un poco más. Desde la taxidermia nunca volví a salir de casa. Había épocas en las que dejaba de comer y simplemente me deshacía sobre las sábanas de mi cuarto a la espera de morir de hambre o de algún milagro que tampoco tuviese explicación lógica. Fantaseaba con que el fenómeno extraño volviera a buscarme, porque fui aquel objeto que pasaron por alto y, ahora, finalmente deben reclamarlo para completar su tarea. Repleta de angustia, me pregunté si la taxidermia dolía, o si es que era demasiado rápida como para detenerse en sus detalles. Cada grito que se escuchó, permanecería oculto en el hueco de esa noche como un completo misterio.

𝐓𝐀𝐗𝐈𝐃𝐄𝐑𝐌𝐈𝐀 | 𝗸𝗮𝘁𝘀𝘂𝗸𝗶 𝗯𝗮𝗸𝘂𝗴𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora