❝egoísmo❞ -39

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                𝐕𝐈 𝐄𝐋 𝐏𝐑𝐈𝐌𝐄𝐑 𝐄𝐃𝐈𝐅𝐈𝐂𝐈𝐎 en mi peor estado de agonía. Muerta de dolor, hambre, sed, alcancé a percibir cómo la punta de los edificios relucía bajo el cielo rojo. Andábamos cubiertos de vendas. Prácticamente en las vías no hablábamos por estar sumidos en nuestros pensamientos y mantenernos alerta. Pero desde lejos la vibración sacudía el subterráneo, y el silencio se perturbaba por chasquidos y gritos de Antshanos distantes. Todo recuerdo de Elspeth Dalia volvía a nosotros de algún modo, en esa vasta oscuridad, acobijándonos en el terror más absoluto.

Katsuki fue el primero en decir en voz alta lo que pensaba:

—Musutafu...

Reconozco un par de calles. Identifico un lugar semejante al que conocí antes, con menos edificaciones y sin asfalto. Las calles, cubiertas de tierra, se recuestan a mi mirada bajo las nubes del cielo tétrico, y puedo ver en las expresiones de mi primer compañero lo sorprendido que está de ver todo tan cambiado. La experiencia es similar a viajar en el tiempo sin saberlo. Nos hemos devuelto hacia donde queríamos, solo que no al momento específico que anhelábamos.

—¿Será que nos estamos confundiendo? —pregunto con esperanzas de comprender que la alucinación de estar bordeando la muerte me llevó a imaginar volviendo a las mismas calles del inicio. Quiero desaparecer esta sensación de familiaridad, descuartizarla, arrojarla al fondo del baúl donde yacen todos esos sueños inexplicables. 

—No —replica. Su expresión de sorpresa se diluye y veo una calma resultante de su frustración—. Estamos aquí. Es Musutafu.

—No es lo que esperaba...

—Desde el principio supimos que esto se trata de una constante despedida —Proceso sus palabras con amargor. Desde las frías y compactas calles de tierra, mojadas por la lluvia y convertidas en lagunas de barro, la distribución de los sitios turísticos es confusa.

Entendía que Nakamura Coffee nunca se encontró en frente de la central periodística de All-Nipon. Su cartel, aún apagado por la falta de electricidad, sigue iluminándose en la bruma rojiza. La mamá de Katsuki trabajaba de periodista en la central o diversas sucursales. Tenía turnos nocturnos. Jamás vio la ciudad así de olvidada una vez volvía a casa después de finalizar su labor. Musutafu de noche era agradable. Había luces en todos lados, gente incluso despierta pasadas las doce, y coches esperando a que las luces de lo semáforos se pusieran en verde.

Pero ese vívido recuerdo de Musutafu se deterioró en el pasar del tiempo. La ciudad sufrió una taxidermia y quiere conservar su aspecto vivo y antiguo, pero falló. Yo no reconozco este paradero. Yo camino con intenciones de rearmar los bloques en mi cabeza y la visión de esta zona babélica destruye mi maqueta mental, la hace trozos frente a mis ojos y el sentimiento es semejante a un golpe en el pecho. 

Él nota que la ciudad es una farsa o espejismo, y no dice nada al respecto al avanzar pegado a mi hombro y al moribundo cuerpo de Zū. Detrás de nosotros las pisadas me recuerdan que aún nos quedan dos compañeros que nunca se detuvieron a disfrutar nuestras últimas horas de silencio. Entre ellos, balbuceos. Entre nosotros, un temor cuya raíz no desentierro del todo. 

𝐓𝐀𝐗𝐈𝐃𝐄𝐑𝐌𝐈𝐀 | 𝗸𝗮𝘁𝘀𝘂𝗸𝗶 𝗯𝗮𝗸𝘂𝗴𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora