"el hospital minato" -20

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         𝐄𝐍𝐓𝐑𝐀𝐌𝐎𝐒 𝐀 𝐋𝐀 𝐂𝐀𝐒𝐀 𝐒𝐈𝐍 𝐃𝐄𝐉𝐀𝐑 𝐃𝐄 𝐀𝐏𝐑𝐄𝐓𝐀𝐑 𝐄𝐋 corazón entre los dientes

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𝐄𝐍𝐓𝐑𝐀𝐌𝐎𝐒 𝐀 𝐋𝐀 𝐂𝐀𝐒𝐀 𝐒𝐈𝐍 𝐃𝐄𝐉𝐀𝐑 𝐃𝐄 𝐀𝐏𝐑𝐄𝐓𝐀𝐑 𝐄𝐋 corazón entre los dientes. Todo es más oscuro aquí dentro. De la negrura nadie se salva. Me surge del alma seguir el curso del mismo viento helado que se cuela por los huecos de las ventanas, hasta por debajo de la puerta con pestillo. A la derecha hay escaleras con peldaños de madera. La ciudad ha envejecido junto con los que sobrevivieron a la taxidermia. Todo está bañado en polvo y contengo las ganas de toser. No sé qué es lo que estamos haciendo; creo que nos movemos sujetos al mismo asombro que nos inundó cuando nos encontramos frente al búnker por primera vez.

Unas cuántas pisadas apresuradas me hacen abrir los ojos. Bakugo se detiene y yo lo sigo por detrás. Tiene los ojos clavados en frente: hay un muchacho, el de cabello verde, mirándonos con cierta expresión de terror mezclada con asombro. Los músculos se le vuelven tensos cuando nos hace más señas con el brazo que tiene vendado. Es el izquierdo. Se ven hileras de sangre seca en la superficie de las vendas. Nosotros corremos, pero no decimos nada. Seguidamente, somos cuatro extraños encerrados en una habitación velada por una minúscula ventana abierta. La luna recorta el cielo detrás de las torres de las ruinas de lo que solía ser un gran teatro.

—¡Qué bueno que estén bien! Pensé que los habían agarrado cuando escuchamos todos los disparos —masculla el de las vendas. Nos estamos comunicando con más personas. Son humanos. Están vivos y no huelen al nauseabundo aceite de los Ghantanos. La taxidermia los perdonó o, en otro retorcido caso, los condenó como a nosotros.

—¿Quién demonios son ustedes? —pregunta Bakugo a la defensiva. Giro el cuerpo para poder verle. No podría culparlo después de corroborar que hay alguien que está intentando matarnos. Oigo los latidos frenéticos de mi corazón. El otro muchacho restante cierra los ojos una vez se aleja de la ventana e intenta hacer algo muy parecido a la acción de sonreír, pero solo le sale una mueca corta.

—Kirishima —le dice. Luego, señala al que nos esperó en las escaleras—. Él es Deku. ¿Cómo se llaman ustedes? Es bueno haberlos encontrado vivos...

Bakugo intenta alzar el arma entre sus dedos, pero inmediatamente tomo sus manos con fuerza. El tenue susurro de mi respiración apacigua cualquier latido frenético dentro de mi pecho. Sus músculos se relajan. Quise pronunciar su nombre en voz baja, pero la garganta se me cerró desde el momento en el que escapamos de la habitación tras ver el mensaje. La nariz de Zū está mojada. Mi cuello adquiere la frialdad de un trozo de hielo en lo que sigo mirando a los chicos con la cabeza hecha un nudo de enredaderas.

—Thyra Raiden —musito—. Él es Bakugo... ¿Dónde estuvieron todo este tiempo? ¿Hay más gente viva con ustedes? ¿Quiénes han intentado matarnos? ¿Qué saben de los disparos?

—Hemos estado huyendo de los Noctiluca desde que todas las personas de la ciudad desaparecieron —responde Deku.

—¿Los Noctiluca? —repito. La sensación de terror se atenúa un poco, pero sigue latente en alguna parte con la forma de una imagen deformada. Hay demasiado silencio en esta casa. Los disparos se detuvieron y no concuerda con el numeroso grupo de adefesios que se dirigían a la fuente de sonido. Este infierno es interminable. Seguramente habrán escapado por el otro lado. De todas formas, tardarían demasiado en llegar hasta aquí.

𝐓𝐀𝐗𝐈𝐃𝐄𝐑𝐌𝐈𝐀 | 𝗸𝗮𝘁𝘀𝘂𝗸𝗶 𝗯𝗮𝗸𝘂𝗴𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora