𝐀𝐋𝐆𝐎 𝐄𝐌𝐏𝐄𝐙𝐎 𝐀 𝐒𝐎𝐁𝐑𝐄𝐒𝐀𝐋𝐈𝐑 más que las oscuridades. Más que la voluptuosa figura hambrienta que nos observaba un par de metros al frente destilando sustancias aceitosas de los poros como los Ghantanos. Era el olor de un montón de grasa humana quemándose y descomponiéndose para ser el fruto favorito de los carroñeros. En sí, su apestosa boca entreabierta podría alojar todo el hedor de los químicos tóxicos de un gran laboratorio negligente. Sin embargo, sé bien que la peste que invita a mi cuerpo a sufrir espasmos involuntarios viene de toda su masa oscurecida que tiembla de la agitación.En su barbilla parece haber rastros de sangre. Hay hilos del color de un vino viejo bajando hasta formar lagunas sobre el suelo que llegué a pensar que se mantenía limpio a pesar del abandono. El interminable silencio que caía sobre nosotros como una guillotina se tuerce al compás de un gruñido que parece venir desde el interior de sus entrañas. Bakugo me mira con dureza. Abre la boca en su gesto impaciente de querer gritar que corra, pero es demasiado tarde. Alguien corre hacia nosotros. La laguna circular se va transformando en un sendero de sangre.
Indudablemente me sofoca el impulso de salir del cuarto con los códigos para tirar mi cuerpo hacia un costado. Impacto con rudeza sobre el suelo y los tres rodamos entre cenizas, barras de metal y trozos de códigos partidos. Es fácil comprender cuando se están rozando los límites de nuestro mundo. No me seduce la idea de jugarle cartas a una suerte tan alevosa como la nuestra.
—¡Maldita sea! ¡No pienso irme de aquí sin las armas! —exclama Bakugo. Se pone de pie de un salto y retrocede con el arma pequeña entre sus manos. Zū, sobre mi espalda, parece que intenta armar pozos debajo de mi piel.
Otro impulso frenético vuelve a sofocarme: el de estirar la mano hacia atrás para tomar el reflector que cuelga tras mi espalda. Se ve anulado. El adefesio no tarda en recuperarse del impacto; curva la punta de la lengua y se abalanza hacia mi cuerpo inerte como una tumba. El suelo vibra como en las sacudidas del subterráneo y me impulso con los brazos hasta que logro caer de pie a menos de un metro de su torso toscamente putrefacto. Mis ojos al instante se llenan de lágrimas. No por el espanto, sino por el hedor.
—¡Thyra!
—¡Estoy bien! —Me aferro a las tiras de la mochila con la intención de recuperar el equilibrio. No siento que mis pulmones se abran al aire, pero extrañamente me siento sofocada por tanto oxígeno. El sudor frío me cae como una cascada por la espalda cuando ambos nos miramos mutuamente.
No tiene párpados. Su mirada es la de una criatura congelada que se tambalea en su frenética indecisión de atacar o no. Es un ser que se mueve, aunque parezca estar muerto por su aspecto abominable. Si lo hubiese visto en sueños cuando las épocas no eran las de una catástrofe, probablemente no hubiese podido conciliar el sueño durante varias noches. Habría tenido que recurrir a la luz de la lámpara, porque por naturaleza las luces servían para ahuyentar a los monstruos.
ESTÁS LEYENDO
𝐓𝐀𝐗𝐈𝐃𝐄𝐑𝐌𝐈𝐀 | 𝗸𝗮𝘁𝘀𝘂𝗸𝗶 𝗯𝗮𝗸𝘂𝗴𝗼
Fanfiction𝐓𝐀𝐗𝐈𝐃𝐄𝐑𝐌𝐈𝐀 | El 12 de mayo todo cambió para el mundo y, sobre todo, para Thyra... cuando al despertar de su desmayo producido por un ataque de locura y miedo inconmensurable se dió cuenta de que todo el mundo se había disecado para pronto...