"aguijonazo" -18

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       𝐏𝐎𝐑 𝐌𝐎𝐌𝐄𝐍𝐓𝐎𝐒 𝐍𝐎𝐒 𝐐𝐔𝐄𝐃𝐀𝐌𝐎𝐒 𝐄𝐍 𝐔𝐍 𝐒𝐈𝐋𝐄𝐍𝐂𝐈𝐎 infeccioso que se tumba en cuanto un líquido caliente roza mi interior, saliendo desde mis entrañas

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       𝐏𝐎𝐑 𝐌𝐎𝐌𝐄𝐍𝐓𝐎𝐒 𝐍𝐎𝐒 𝐐𝐔𝐄𝐃𝐀𝐌𝐎𝐒 𝐄𝐍 𝐔𝐍 𝐒𝐈𝐋𝐄𝐍𝐂𝐈𝐎 infeccioso que se tumba en cuanto un líquido caliente roza mi interior, saliendo desde mis entrañas. Vomito al costado de las vías, del óxido, la sangre y el Shalko moribundo que es un saco de carnes putrefactas a unos pocos metros de nosotros. Bakugo palmea mi espalda y, tras agarrarme de las axilas, me obliga a ponerme de pie rápidamente. Si el proceso es fugaz, entonces la mente no tiene el tiempo suficiente para asimilar el dolo. De todas formas, una vez mis dos pies se plantan en el suelo, una cadena de aguijonazos se desprende por todo mi torso, acentuándose entre las finísimas grietas de mis costillas partidas en dos partes. El número de ellas, de momento, es enigmático.

—Bakugo... —jadeo. No me está escuchando. Tenía la mochila volcada en el suelo con algunas de sus pertenencias fuera del interior. Saca una tira enorme de vendas y me obliga a levantar ambos brazos. Mordiéndome la lengua lo hago. Toda la boca me sabe a una repulsiva mezcla de vómito y sangre.

Los vendajes ejercen presión en mi torso. Es el peor plano posible, porque somos dos las que estamos heridas y él es el único que puede moverse con libertad por el conducto del subterráneo. Por momentos llegué a temer que pase el tren y nos lleve puestos. De haber tenido el torso anestesiado hubiese echado una buena risa. Me dispongo a contener la respiración. Seguidamente, cuando él termina de envolverme como una momia, me pregunto si tendré que devolverme a alguna clase de sarcófago oculto en la estación. Lanzo la respiración lentamente y le extiendo a Zū en los brazos. Había sacado otro par de vendas para envolverme el brazo, pero al ver mi insistencia termina poniéndoselas a Zū.

—¡Vamos! —Se escuchan los chasquidos como olas que aclaman el final de nuestros tiempos. El sonido fraccionando el silencio es un viento helado que detiene todo el rumbo de nuestra sangre. Envuelvo a Zū, procuro no hacer fuerza, pero mis brazos son un par de títeres en las palmas del horror. Bakugo se vuelve a colocar la mochila en la espalda y no deja de sostener el arma entre sus dedos cubiertos de mi sangre—. Veremos las heridas en cuanto encontremos un lugar seguro para pasar la noche. Creo que sé a dónde podemos ir, Thyra. Intenta correr.

Me preocupa más ser un obstáculo o un peso inútil que cargar para Bakugo, que morir a manos de una colección de criaturas humanoides. Las galopadas son respondidas por mis gemidos de dolor, que trato de silenciar mordiéndome la lengua con todas las fuerzas posibles. Siento un hueco en el músculo tibio y manchado de sangre; es la hilera de mis dientes que buscan excavar con desespero para partírmela en dos partes. Los pies se me desvían hacia todos lados y Bakugo sigue apuntando con la linterna el camino infinitamente oscuro que se muestra frente a nuestras narices.

Probablemente, si el Gudhra que ha estado a pocos metros se ha acercado a la estación de tren habrá terminado de provocar una inmensa colisión. Quedará todo sepultado. Las historias, los mapas, los vagones en donde pasamos aquellas noches. Ante el sonido crepitante de todos mis huesos trago saliva y evito pensar en que es un milagro que estemos vivos. Si la muerte había estado espiando entre las llanuras del techo, entonces simplemente nos lo dejó pasar. ¿He visto las señales demasiado tarde?

𝐓𝐀𝐗𝐈𝐃𝐄𝐑𝐌𝐈𝐀 | 𝗸𝗮𝘁𝘀𝘂𝗸𝗶 𝗯𝗮𝗸𝘂𝗴𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora