"la estación de tren" -10

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                      𝐍𝐎 𝐇𝐀𝐁𝐈𝐀 𝐄𝐗𝐏𝐄𝐑𝐈𝐌𝐄𝐍𝐓𝐀𝐃𝐎 𝐋𝐀 𝐍𝐄𝐂𝐄𝐒𝐈𝐃𝐀𝐃 𝐃𝐄 𝐓𝐄𝐍𝐄𝐑 𝐐𝐔𝐄 desterrar todas las mentiras en toda mi vida, más allá de lo que había ocurrido con la abuela

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𝐍𝐎 𝐇𝐀𝐁𝐈𝐀 𝐄𝐗𝐏𝐄𝐑𝐈𝐌𝐄𝐍𝐓𝐀𝐃𝐎 𝐋𝐀 𝐍𝐄𝐂𝐄𝐒𝐈𝐃𝐀𝐃 𝐃𝐄 𝐓𝐄𝐍𝐄𝐑 𝐐𝐔𝐄 desterrar todas las mentiras en toda mi vida, más allá de lo que había ocurrido con la abuela. No hablo de sus delirios ni mucho menos. Hay algo más, no lo recuerdo. Tras los meses en hundimiento había adquirido una serie de extensos recuerdos nebulosos y caliginosos. Pensé que era una de esas tantas respuestas a los eventos traumáticos que bloquean todo, pero, en cuanto logré despejarme de la bruma de casa, la cabeza me dolía cada vez que intentaba acordarme sobre lo que ocurrió aquella noche.

Lo único que supe fue que las ventanas estaban abiertas, la temperatura aumentaba y todo a mi alrededor daba vueltas como si el mundo hubiese acelerado desmedidamente la velocidad en sus vueltas al sol, haciéndonos conscientes de su movimiento frenético a pesar de la gravedad que nos chupaba las piernas, negada a despedirnos.

Zū termina arrancándome unos cuántos pelos de la nuca; no digo nada, ni emito ruidos, porque sé que podría llegar a ser peligroso. En cuanto escuchemos un chasquido, nos tendríamos que quedar en profundo mutismo. Los Shalkos no aparecen por ninguna parte; creo que no los he visto, porque siempre se mueven en grupos junto con los Gudhra. Aquella criatura espantosa, colosal, que se arrastraba como un caracol ominoso por la acera con su inigualable hedor a putrefacción. Yo no volví a decir ni una sola palabra con respecto a lo que ocurrió cuando cayó la noche. Tal vez los dos intentábamos procesar la cercanía a la muerte con pinzas y alfileres.

—¿Es la primera vez que los ves?

—Sí —musita. Pensé que iba a quedarse callado durante otro rato, pero al instante añadió—: ¿Cómo sabías lo del reflector? Oye, idiota, comienzo a desesperarme por culpa de todo ese puto misterio, así que dilo de una buena vez.

—Te lo diré en cuanto encontremos un lugar más seguro —respondo con el mismo tono.

—No me jodas —gruñe, elevando la voz. Esa potencia extra en su garganta rebota en los paredones entumecidos del frío. El corazón se me acelera por milésima de segundos; sé que él está frustrado por mi silencio. Si yo estuviese en su lugar, probablemente también exigiría respuestas si es que estoy dispuesta a trabajar en equipo.

Cuando él parece darse cuenta de su error —hacer más ruido del que deberíamos permitirnos— baja la cabeza con lentitud hasta verse las piernas. Luego, vuelve a subir la mirada para prestar atención al frente, aunque la luz de la mecha no llegue hacia tantos metros. La oscuridad del subterráneo es intensa, fría y me hace sentir descompuesta todo el tiempo. En cuanto salgamos deberíamos buscarle pilas a la linterna y, si es posible, considerar la idea de cargar con nosotros reflectores pequeños, pero con gran alcance.

En casa, al momento del almuerzo, cuando acabábamos de ordenar todos los platos en la mesa y nos sentábamos a comer en un pequeño silencio antes de comenzar a hablar, la televisión de la sala se mantenía siempre prendida. Desde la mesa larga podíamos verla con claridad. El canal 34 destacaba por tener una mezcla extensa de programas que iban desde lo antiguo hasta llegar a lo más moderno. Llegábamos para ver los últimos minutos del programa Tetsuko's Room y, antes de pasar a alguna película proveniente de Japón, el espacio publicitario comenzaba con la propaganda de una serie de reflectores para aficionados a la fotografía profesional. A papá le gustaba un Suono negro, grueso y con el lente circular que le hacía asemejarse a una lámpara mediana. Yo le decía que siempre me pareció mucho mejor el TBCin, que era rectangular, pequeño y transportable si es que decidíamos llevarlo en un bolso.

𝐓𝐀𝐗𝐈𝐃𝐄𝐑𝐌𝐈𝐀 | 𝗸𝗮𝘁𝘀𝘂𝗸𝗶 𝗯𝗮𝗸𝘂𝗴𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora