XI

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Sana abrió lentamente sus ojos intentando reconocer todo a su alrededor, porque aún se sentía perdida.

Miró la habitación completamente minimalista de Nayeon, miró las paredes completamente desnudas, la oscuridad de la habitación, inspiró con fuerza sintiendo el característico aroma de Nayeon y para luego liberar un extendido suspiro.

- Señorita Minatozaki...- la voz de Nayeon hizo su corazón temblar. Sonaba adormilada, más ronca de lo normal, mientras una de las manos de la mayor se colaba tímidamente sobre su cintura, haciendo que Sana suspirara nerviosa.

El resto fue un impulso.

Con cuidado, la menor acarició la mano de la mayor y jaló tímidamente de ella, logrando que Nayeon se acomodara contra su cuerpo.

La adormilada Nayeon abrazó el cuerpo de Sana, sin resistencia alguna. La mayor ancló su cuerpo cual imán al cuerpo de Sana, calzando perfectamente entre ellas, dejando su rostro entre la cuenca del cuello de la menor, su brazo izquierdo rodeando su cintura y sus piernas acunando el trasero y piernas de Sana.

Sana tragó con dificultad, y es que jamás creyó que su niñera se acomodaría a la perfección con su cuerpo, que la abrazaría con tanta soltura y suavidad, que aquel contacto físico sería tan... ¿especial? Era como si el calor del cuerpo de Nayeon fuese perfecto. Era intenso, era abrazador, era suave, era perfecto.

- ¿Señorita Minatozaki?- habló suavemente Nayeon contra el cuello de la menor, aún con su voz adormilada.

Sana acarició tímidamente el brazo de Nayeon, hasta su mano, repitiendo la caricia una y otra vez, embobada ante la suavidad de la piel de la abogada.

- ¿Señorita Minatozaki?- susurró una vez más Nayeon, retirando con cuidado su brazo de la cintura de Sana, obligando a la menor a prestarle atención.

Sana, sin embargo, se volteó con calma, enfrentando a cortos centímetros a la adormecida abogada que intentaba abrir sus ojos con un poco de dificultad.

Sana la admiró con timidez.

Su rostro estaba completamente relajado, sus mejillas levemente sonrojadas por el calor que emanaba su cuerpo, sus labios entreabiertos, su cabello ondulado sobre su rostro.

Que daría por besarla ahora mismo.

- Necesito ir al baño.- habló nerviosa Sana ante su intrusivo deseo.

Y es que no podía ser. No podía gustarle Im Nayeon. No podía confundir las cosas así.

- Mhm...- asintió Nayeon, mientras refregaba sus ojos, terminando con un pequeño bostezo.- La primera puerta a la derecha.- dijo mientras giraba su cuerpo hacia la izquierda y se sentaba al borde de la cama, estirando su espalda con pesadez, dejando escapar un pequeño quejido.- Haré desayuno.- finalizó para levantarse de la cama y salir de la habitación.

Sana miró el techo.

¿Qué mierda estaba pasando con ella? ¿Qué mierda estaba haciéndole Im Nayeon? ¿Acaso... acaso le gustaba Im Nayeon?

Imposible.

Negó con la cabeza y se levantó al baño, esto solo era una confusión.

Entró al baño y miró todo a su alrededor. Le gustaba curiosear. Miró crema por crema, abrió cada cajón, y se rió del inmaculado orden y limpieza de Nayeon.

- Señorita Minatozaki.- la voz de Nayeon tras la puerta la hizo sobresaltar.- Si desea ducharse, en el tercer cajón encontrará toallas limpias.

- Gracias...- contestó con lentitud Sana, mientras quitaba su ropa frente al espejo. Miró su cuerpo, marcado aún por las caricias de Nayeon, pasó la yema de sus dedos sobre el camino que la asesora había recorrido en su cuerpo ayer. Algunas partes de su cuerpo dolían, pero dolían bien, dolían suavemente, dolían de una manera que no había experimentado jamás.

The Brat Tamer [+18] [SaNayeon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora