Bajo la tormenta

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Bajo la tormenta



Una bruja anciana y medio cegatona gritó escandalizada cuando el elevador del Ministerio se abrió y encontró a un chico a horcajadas sobre un hombre, en un rincón del suelo, y parecía estárselo comiendo a besos. Severus tuvo que anteponer su brazo para impedir que el sombrillazo diera en la cabeza del indecente jovenzuelo como le llamara la bruja.


Unos minutos después, la pareja de enamorados había logrado salir del elevador, y luego de reírse por varios minutos, Harry revisaba preocupado el brazo de Severus.


— ¿Seguro que no te duele?... Quizá debamos ir a San Mungo para que te examinen.

— Ni busques pretextos, Potter, que ya dijiste que te casarías conmigo y ahora me cumples. —respondió atrayéndole por la cintura, Harry sonrió feliz y enamorado.

— Pues ni modo, tendré que sacrificarme, Profesor.

— Claro, y te prometo una vida llena de besos y abrazos.

— ¿Y... de hacer el amor? —preguntó sugestivamente.

— ¡Sin faltar ni una sola noche!

— Te amo.

— Yo te amo más... ¡mucho, mucho más!


Harry se abrazó a Severus y poco después ya se encontraban frente a uno de los representantes del Ministerio. El ojiverde notó que su mano temblaba cuando le tocó firmar su acta de matrimonio, pero no era miedo, era una inmensa emoción la que hacía que su pulso le traicionara como no lo había hecho nunca.


Y sonrió divertido cuando vio que la mano de Severus temblaba tanto como la suya, pero el brillo de alegría en sus ojos era algo tan especial que supo que sentía lo mismo que él.


Lograron persuadir al empleado de que no revelara a nadie de la unión, aunque Severus estaba dispuesto a aplicar algún Imperius o lo que fuera necesario, pero esa información no debía salir hasta el momento que ellos quisieran, y ambos ya habían tomado una decisión. El fin de semana siguiente no solamente la existencia de Ayrton saldría al conocimiento público.

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Draco se había escondido de sus amigos y estaba refugiado entre los troncos de dos árboles junto a un pequeño acantilado contiguo al lago, en una parte que no era visible desde el castillo. No tenía ánimo de hablar con nadie, por eso bufó y se dio la media vuelta apretujándose más entre los árboles cuando sintió que alguien se sentaba apoyando su espalda en uno de ellos.


— ¿Es que no se puede estar tranquilamente en ningún lado?

— ¿Acaso he dicho algo?


Remus no contuvo una sonrisa, le hacía gracia ver a Draco escondido como niño pequeño y berrinchudo. Así que aprovechó que éste no podía ver su rostro al estar de espaldas a él para reflejar que el rubio le agradaba bastante.


— ¿Habiendo tantos árboles en el bosque se le ocurre venir a sentarse aquí?


Sí, Draco le agradaba, a pesar de eso, de sus malos modales, de su voz caprichosa, de los gruñiditos de inconformidad que le parecían tan sexys. Sabía que no debía pensar de esa manera siendo su Profesor de Defensa, pero no podía evitarlo... y a cada momento comprendía más la relación de Severus con Harry. Se sentía un hipócrita por no haberlos apoyado completamente, aunque por lo menos tampoco les atacó.


— ¿Porqué se ha quedado tan silencioso? —preguntó Draco acercándose un poco—. ¿Es que no va a decir a qué ha venido?

— A nada en especial, este lugar me gusta, tiene muy buena vista.

— Pues usted me la ocluye. —protestó intentando ponerse de pie para salir de su escondite, pero tropezó debido a lo estrecho del lugar, Remus lo sostuvo a tiempo y al volver a acomodarlo en su lugar, aprovechó para quedar más cerca aún.

— Ten cuidado, podrías resbalar, y aunque no es muy alto, te aseguro que te dolería caer desde aquí al lago.

— A nadie le importaría si me mato.


Remus sonrió ante la respuesta típica de adolescente, y esa sonrisa comprensiva irritó más al rubio, cuyas chispas de ira en sus ojos, enternecieron más al licántropo.


— ¿De qué se ríe? ¿Se está burlando de mí?

— Nunca me burlaría de ti... ¿podrías decirme porqué estás escondido?

— Yo no me escondo.

— Bien, entonces dime porqué te has sentado entre dos árboles a quinientos metros del castillo y fuera de la vista de cualquier ser humano.

— Y como usted no es humano sí pudo dar conmigo ¿cierto? —dijo con toda intención de ofenderle por lo que él supuso era una burla.

— Soy humano. —aseguró sin exaltarse—. Conoces mi condición de licántropo, pero eso no me hace un monstruo.

— Para mí sí.

— Draco, tan sólo quiero ayudarte. —le dijo respirando hondo—. No me parece característico de ti que rehúyas de la gente.

— ¡Que no es así!


Draco se puso de pie con la intención de saltar sobre Remus que se interponía en su camino. Era mejor regresar al castillo que seguir hablando con ese hombre. Sin embargo, en cuanto quiso hacerlo, el estruendo de un rayo cayendo muy cerca lo asustó, tropezó, y volvió a caer en el regazo de un muy complacido licántropo.

Garabato enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora