Los sentimientos de un Malfoy

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Los sentimientos de un Malfoy


Dos días después de haber nacido Anthony, Harry y él fueron dados de alta y regresaron al castillo. Habían hechizado su habitación para ampliarla y poder acomodar la cuna en ella. El ojiverde en un principio sugirió buscar una casa, no quería que la humedad de las mazmorras afectara al recién nacido, pero Severus desistió momentáneamente, no quería tenerlos lejos siendo el bebé tan pequeño. Logró convencer a Harry que mudarse era una mala idea pues en el castillo podía conseguir rápidamente cualquier ayuda necesaria.


El ojiverde no entendía la insistencia, pero al final compartió la idea de Severus, lo mejor era permanecer juntos.


Ese día era sábado, y aunque Severus no lo mencionaba, no dejaba de pensar en Ayrton, cada día sin verlo le entristecía demasiado, pero era incapaz de decirle a Harry que lo dejaría solo aunque fuera unas horas para ir con el niño.


Por la tarde, mientras Harry alimentaba a Anthony, el ojinegro se recostó en la cama a su lado, observando la escena enternecido por la dulzura que irradiaban los dos juntos.


— Sev... si quieres ir, ve. —le dijo el joven Gryffindor de repente.

— Pero...

— Será sólo unas horas, y si necesito algo se lo pediré a Remus. —aseguró mirándole sonriente—. No quisiera que Ayrton se ponga triste porque no has ido.

— De acuerdo, te prometo que no tardaré.


Harry sonrió y recibió un agradecido beso de Severus antes de que éste se pusiera de pie para ir directo a la chimenea, no podía disimular lo feliz que se ponía ante la proximidad de ver a Ayrton, ¡tenía tantas ganas de abrazarlo y disfrutar como éste se lo comía a besos!


Al quedarse solo, la sonrisa de Harry desapareció. Su bebé se había dormido así que lo colocó sobre la cuna cuidadosamente para no despertarlo, entonces se llevó la mano a la frente, no olvidaba el dolor que había tenido durante los dolores de parto. No había vuelto a repetirse y esperaba que no sucediera jamás... Oraba siempre para que Dumbledore tuviera razón y que se estuviese preocupando inútilmente.



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En otro lado del castillo, Remus enseñaba a Draco a formular su Patronus, pero nada de lo que intentaba daba resultado, el chico simplemente no lograba formular un recuerdo realmente feliz como para conseguir algo que no fuera una voluta de humo.


— ¡Estoy harto de esto! —exclamó arrojando furioso su varita contra un muro—. ¡No puedo!

— ¿Y porqué no habrás de poder si eres un mago con el poder suficiente para conseguirlo?

— ¡Pues no puedo y ya!... Además, ni caso tiene, seré Medimago, no Auror, no me enfrentaré a dementores jamás.

— Pero eres mi asistente, y aunque ahora te encargas de los grupos más pequeños, podría ser que un día sea necesario que adiestres a grupos más avanzados... ¿te gustaría que ellos supiesen más que tú?

— No pique mi orgullo que de cualquier forma no va a conseguir nada. —bufó dejándose caer sobre un escalón—. Mejor pasemos a otra cosa.

— Bien ¿qué quieres entrenar? —preguntó sentándose a su lado.

— No... no sé.


Draco se puso muy nervioso por la cercanía del Profesor, podía sentir sus piernas demasiado juntas y no creyó conveniente retirarse o parecería un cobarde, sin embargo, el corazón le palpitaba fuerte y el cerebro se le quedó momentáneamente en blanco.

Garabato enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora