Reuniones

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Reuniones



Esa noche, Ayrton estaba muy feliz cuando vio a sus padres tomarlo cada uno de una de sus manos para ayudarlo a atravesar la chimenea rumbo al que sería su nuevo hogar. No podía dejar de sonreír al saber que por fin estaría con su familia, con sus padres. Y cuando notó que la enorme estancia en la que aparecieron no se comparaba en lo absoluto a la casa donde viviera hasta ahora, no pudo contener una exclamación de asombro.


Miró a su alrededor alelado. Los pisos de mármol reluciendo más que el brillante lago que circundaba la cabaña donde viviera, las estatuas de cristal casi tan transparente como las gotas de rocío que amanecían en los rosales, la sala de piel oscura contrastando con la cubierta plateada de las mesitas aledañas eran de un matiz parecido a los colores del anochecer.


Se sintió algo intimidado cuando al retroceder estuvo a punto de tirar una lámpara. La pudo sostener a tiempo, pero corrió a refugiarse tras la túnica de Severus.


Lucius sonrió al verlo, y acuclillándose frente a él, le tomó de las manos cariñosamente.


— No te preocupes por romper nada, todo lo que hay aquí es tuyo, y puedes hacer todos los destrozos que quieras.

— No lo malcríes, Lucius. —advirtió Severus, acuclillándose también—. Escucha, Ayrton, esta es tu casa, pero no puedes andar rompiendo las cosas nada más porque sí. Si llega a pasar un accidente tan sólo discúlpate y procura tener más cuidado para que no te vayas a lastimar. ¿Me entendiste?

— Sí, papá. —respondió obediente—. ¿Y cuándo voy a conocer a mi hermano?

— En unos minutos. —aseguró Lucius—. Pedí autorización a Dumbledore para que le permitiera venir a cenar.


Un plop avisó de la presencia de un elfo doméstico. Lucius se irguió mirándole irritado por la interrupción.


— ¿Qué es lo que quieres?

— Señor... preguntar si ya se le sirve la cena a los amos, señor. —respondió nervioso.

— Ya te dije que será a la misma hora de siempre ¿por qué no captas ninguna indicación a la primera? —le reprendió fastidiado.

— ¡Hola, soy Ayrton! —intervino el niño corriendo a saludar al pequeño ser cuya raza no había visto jamás, pero éste retrocedió espantado mirando casi con terror la mano extendida del niño.

— Ayrton, a un elfo no se le saluda. —le indicó Lucius yendo por él para evitar que lo tocara, y luego con una seña, ordenó que se les dejaran solos, lo cual se realizó de inmediato.

— ¿Y porqué no? —preguntó Ayrton cuando el elfo había desaparecido.

— Son seres que no valen la pena, tan sólo están para servir. Si necesitas algo los llamas y eso es todo, y jamás se te ocurra darle alguna prenda o se molestarán ¿de acuerdo?

— Sí. —respondió un poco temeroso.


Severus les observaba en silencio, dejó de ponerles atención a la plática cuando vio que Lucius sostenía al niño para sentarse colocándole a él sobre sus piernas. Sonrió tenuemente, era conmovedor ver a su frío amigo ser tan cariñoso con el pequeño, ni siquiera con Draco había actuado de ese modo.


Pensó en Harry, deseó mucho estar con él, y hubiera deseado pasar esa noche a su lado, celebrando que tendrían un hijo, pero esta era una cena que no podía cancelar, se trataba del futuro de Ayrton.


Las llamas de la chimenea chisporrotearon de color verde, todos se giraron en espera de ver aparecer a Draco. Lucius sentía el corazón acelerándose, y aunque seguramente para su hijo mayor sería un gran impacto encontrarse a su padre con un niño en sus piernas, no bajó al pequeño niño de ahí, incluso lo sostuvo cálidamente por una de sus manos.


Y efectivamente, cuando Draco apareció, su expresión no pudo ser más elocuente. Estaba asombrado de encontrarse a un niño rubio, con rasgos tan parecidos a él, que le parecía estarse mirando a sí mismo cuando tenía esa edad, lo único diferente eran sus ojos, cuyo color negro tan intenso contrastaban con la blancura de su piel.


Miró a su padrino en busca de una explicación, pero éste no tuvo oportunidad de hablar. Lucius se puso de pie, y llevando a Ayrton de la mano, se detuvo hasta quedar frente a Draco.


— Draco... él es Ayrton, tu medio hermano.


El rostro del rubio pasó de la sorpresa a la furia e indignación total. Ninguno de los dos adultos dijo nada, ya se esperaban esa reacción.

Garabato enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora