Prueba de amor

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Prueba de amor




Severus miraba por la ventana la llegada del amanecer, sintió que alguien se aproximaba pero no se giró, continuó inmóvil y con sus ojos inexpresivos fijos en los colores naranja del cielo.


— ¿Estás bien? —preguntó el rubio, atreviéndose a hacer suavemente a un lado el cabello de Snape para poder colocar su mano en el hombro del ojinegro y estrecharlo.

— Sí... ¿Quieres acompañarme a ver a Ayrton?

— Por supuesto, seré feliz de verlo otra vez. —sonrió mientras extendía un recipiente con un líquido azul claro—. Bebe.


Severus obedeció y luego de vaciar el contenido del frasco permaneció un rato con los ojos cerrados, para luego emprender el camino hacia la salida. Lucius se quedó un segundo en su lugar, desanimado por no haber sido esperado, pero cuando vio al ojinegro detenerse en la puerta y voltear a mirarle, entonces fue a su alcance. Le sorprendía y perturbaba sentirse siempre tan dependiente de las reacciones de Snape, pero al mismo tiempo, creía que valía la pena cuando gestos como ese le aceleraban el corazón aunque supiera que no había razón para ello.


Al llegar al colegio notaron la quietud predominante de las mañanas de domingo, en silencio se dirigieron hacia el laboratorio de Severus. Éste miró cómo en ese momento se destilaba la última gota sobre un matraz. Con profundo cuidado tomó un tubo de ensayo que llenó con la sustancia oscura.


Lucius le esperaba en silencio mientras veía al ojinegro realizar un par de hechizos sobre su creación para enseguida volver a reunirse con el rubio.


Juntos volvieron a salir con rumbo a las habitaciones de los Slytherin.


Ayrton aún dormía cuando escuchó que la puerta de su recámara se abrió. Arqueó una ceja al ver a sus dos padres juntos y sin disimular su pereza se incorporó sentándose sobre la cama, tallándose los ojos con sueño.


— ¿Vienen a reprenderme?... no creo que sea buena idea, es temprano y tengo sueño.

— Hemos venido a darte tu poción, Severus me contó lo que hiciste.


Ayrton levantó la mirada para ver a su padre, ambos estaban muy serios, pero sus ojos negros brillaron al ver el tubo de ensayo, todo rastro de cansancio se esfumó, salió de un salto de la cama para pararse frente a ellos.


— ¡Es el de antes! —exclamó sorprendido y emocionado, arrebatando la poción a Severus.

— Así es, queremos que la tomes ahora mismo.


Ayrton, quien se había girado para mirar de cerca la poción, sonrió de manera enigmática. Volvió a dar la cara a sus padres asintiendo a su petición, llevó el tubo de ensayo a sus labios, pero en el último segundo terminó arrojándola contra la pared ante la mirada estupefacta de los dos adultos.


— ¡Ayrton, dijiste que la tomarías si era la que siempre te hacía! —bramó Severus mirando apesadumbrado el líquido negro desperdiciado en el suelo.

— ¿Y me creíste? —se burló yendo a sentarse perezosamente en un sillón—. ¡Ay, Severus, me desilusionas, te creí más inteligente!

— ¡Ayrton! —le reprendió Lucius ahora—. ¡No puedo creer que seas capaz de hablarle de esa manera, es tu padre y ya debes entender que tu actitud se está sobrepasando!

— ¡Tú también ya me hartaste!... No quiero fingir más que soy el niño obediente. Ustedes han subestimado mi inteligencia, sé muy bien para qué sirve ese filtro, no es ningún vitamínico, ahora que he estado un tiempo sin tomarlo puedo ver las cosas con más claridad y me gusta lo que he encontrado.

— ¿De qué estás hablando?

— No finjas que no lo sabes, papá. —respondió el chico mirando al rubio—. Han estado opacando mi magia por años, y eso no se los perdonaré... ahora sé lo que hay dentro de mí, siento las cuatro magias y es esa cuarta, la más poderosa, lo mejor que me ha pasado, no tengo ninguna intención de que la anulen con sus mediocres intentos, me quedaré con lo que poseo.


Ayrton usó su varita para cambiarse de ropa ágilmente ante las miradas asombradas de sus padres, notaban el avance de su magia para un niño que apenas estaba por concluir su primer año en Hogwarts. El chico salió caminando garbosamente, con el triunfo que le daba saberse con la sartén por el mango. Lucius se dejó caer pesadamente sobre la cama, con la mirada fija en el suelo


— ¿Acaso dijo...?

— Sí, lo dijo. —respondió sentándose a su lado, con los hombros tan caídos como el rubio.

— ¿Qué vamos a hacer ahora?

— Vigilarlo, esto ha sido mi culpa, yo lo haré.

— No es tu culpa, simplemente creías que era lo mejor, si yo puedo entender eso, Severus, creo que tú también deberías hacerlo.

— Lucius, yo... creo que debería disculparme contigo, no creí que fuera a pasar esto, y además, no quiero que pienses que te estoy usando aunque lo parezca.

— ¿Usándome tú a mí? —inquirió permitiéndose una tenue sonrisa.


Severus también sonrió, aunque con más amargura, no podía hacerlo de otra forma en ese momento. Lucius le tomó de la mano intentando infundirle ánimo.


— Te pagaría para que me usaras ¿sabes?

— Deja de bromear. —pidió Severus suspirando cansado—. Será mejor que nos vayamos.

— ¿Me dejas darte un abrazo?


El ojinegro no se negó, y no porque quisiera un abrazo del rubio, sino porque apenas estaba prestándole atención, su mente iba del comportamiento de Ayrton a la angustia por Harry. Lucius decidió aprovechar el momento y suavemente atrajo a Severus abrazándose de él. Justo en ese momento la puerta se abrió y entró Ayrton.


— ¡Caramba!... que cosa más inesperada. —comentó sonriente—. ¿Qué pensaría Harry si viera esto?

— Ayrton, no hagas telarañas en tu cabeza, y te prohíbo que intentes meter a su padre en problemas porque yo mismo me encargaré de desmentirte. —aseguró Lucius con firmeza.

— Ya, tranquilos, que no diré nada. Yo tan sólo volví para llevarme un libro que olvidé... los dejo solitos para que sigan con sus cariñitos, par de traviesos.


Luego de guiñarles un ojo, Ayrton salió de su habitación. Lucius sonrió nerviosamente, volviendo a apretar la mano al ojinegro.


— No abrirá la boca, no le conviene.

— ¿Crees que haya alguna diferencia?


Severus se puso de pie y luego de despedirse escuetamente del rubio salió de la habitación. Dudó mucho en regresar a la suya, pero sabía que no iba a poder posponerlo demasiado tiempo, así que al atardecer, luego de pasar la mitad del tiempo destruyendo su laboratorio y la otra mitad recomponiendo lo perdido, entró a su recámara sintiendo que las manos le temblaban.


Harry estaba sentado sobre su cama, y al verlo, rápidamente fue hacia él.


— ¿Dónde estabas? —preguntó preocupado—. ¿Estás enojado conmigo?... entiendo que lo estés, lo que dije anoche...

— Ahora no tengo ganas de hablar. —respondió esquivándole con la intención de refugiarse en el baño.

— Sev, quiero disculparme contigo, por favor. —insistió volviendo a atajarlo—. Compréndeme, me exalté y dije cosas sin pensar, pero es que cuando se meten con mi hijo soy capaz de reaccionar como fiera, es algo que no puedo evitar pero sé que anoche hablé de más.

— Dijiste lo que sentías, y no tienes que disculparte... has dejado claro cuáles son tus sentimientos con respecto a Ayrton.

— De verdad, no te enojes conmigo.

— No estoy enojado... tan sólo quiero estar solo.


Severus hizo a Harry a un lado, se olvidó del baño y fue a encerrarse en su despacho. El ojiverde se quedó en su lugar, pero para no deprimirse de más, exhaló hondo y fue en busca de su hijo, con Anthony podía sentirse mejor.

Garabato enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora