La nueva apariencia de Ayrton

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La nueva apariencia de Ayrton





Nadie podría negar que era un Malfoy. Toda su elegancia y porte distinguido se había acentuado notoriamente. Ayrton caminaba tan arrogante y majestuoso que no hubo quien pudiera despejar sus ojos de él. Su aspecto también era diferente, el pulcro cabello rubio que siempre llevaba sujeto en una coleta en la nuca, ahora iba suelto, moviéndose como si obedeciera indicaciones de su dueño, y luciendo unos finos mechones oscuros que contrastaban místicamente con el rubio platinado, los más gruesos enmarcando su rostro, dándole a éste más firmeza de sus facciones.


Su uniforme era el mismo que el de cualquier Slytherin pero en él lucía diferente, tal vez por no llevar la camisa demasiado fajada, o por la capa que llevaba encima, muy parecida a la del profesor de pociones, pero confeccionada de un discreto terciopelo verde oscuro.


Sus ojos oscuros se encontraban enmarcados por líneas igualmente oscuras en los bordes de las pestañas, con ese efecto conseguía delinear mucho mejor lo que cualquiera consideraría uno de sus mejores atractivos, sus contrastantes irises negras.


Pero eso no era todo, un diminuto puñal plateado adornaba el extremo externo de su ceja izquierda. Sin embargo, lo que más llamaba la atención era la actitud altiva y soberbia más acentuada que nunca. Sonreía de tal manera que demostraba lo consciente que estaba de ser el centro de atención de absolutamente todas las miradas del comedor.


Ayrton siempre había sido un niño alto para su edad, pero al verlo con esa apariencia, nadie creería que tuviera sólo once años. La rebeldía le brotaba por cada poro de su piel, y su sonrisa cínica dirigida a su padre, a quien todos temían, le brindaba un extra de admiración en los ojos de los demás, quienes apenas podían creer que alguien era capaz de sostener la fiera mirada del Profesor de Pociones, por muy su hijo que fuera.


Ayrton caminó un par de pasos más por el centro del comedor, se detuvo y recorrió con la mirada a los ocupantes de la sala de Profesores, en una muda actitud retadora. Como nadie le dijo nada, se dirigió entonces a su lugar en la mesa de Slytherin, ahí se deshizo de su capa, y aflojó su corbata sonriendo al escuchar cómo algunas chicas cuchicheaban emocionadas por su atractivo aspecto profano que, extrañamente, parecía innato en él.


Severus volvió a sentarse, era mejor no llamar más la atención, pero ya no pudo concentrarse en nada, su mirada no se apartaba de su niño, un niño que ya no encontraba en ningún lado, ahora era un adolescente que no sabía si le agradaba o no.


Al final de la cena, en la que prácticamente no comió nada, Severus se despidió de Harry y Anthony para ir hacia la mesa donde Ayrton ya se disponía a abandonar el comedor con sus amigos.


— A mi despacho... ¡Ahora! —siseó de tal forma que todos los alumnos que estaban alrededor se sobrecogieron, pero en cambio, Ayrton sólo sonrió complacido de la ira que notaba en los ojos de su padre.


Severus giró magistralmente sobre sí mismo y el chico se dispuso a seguirlo. Tras de ellos, fue Dumbledore, aunque sabía que era una plática entre padre e hijo, creía que podía ser útil su intervención, esos dos podrían necesitar de un tercero para evitar más problemas.


Snape no dijo nada cuando vio al Director entrar, y Ayrton tampoco hizo ninguna mención al respecto, pero permaneció de pie en espera a que fuera su padre quien dijera la primera palabra.


— ¿Puedo saber qué pretendes con todo esto? —le cuestionó Severus señalándole de arriba abajo.

— No pretendo nada, Señor, y no sé a lo que se refiere. —aseguró sin abandonar su actitud cínica.

— ¡Basta ya, Ayrton! ¡No vas a conseguir nada retándome, así que te advierto que te quites esa cosa de la cara y el hechizo que usaste en tu cabello y ojos!

— No fue ningún hechizo, Señor, estoy consciente de la prohibición de magia fuera del colegio... así que usé técnicas muggle para conseguirlos... este de aquí —señaló su ceja atravesada por el puñal de plata—... se llama piercing, y el de acá... —acarició su cabello—... es sólo un tinte que me hicieron, lo de los ojos son tatuajes, todo es de procedencia muggle.

— ¡Como sea! ¡Ahora mismo te deshaces de ello!

— Lamento decirle que no será posible, es algo que me gusta y no creo recordar que hubiese algún reglamento donde se prohibiese el uso de moda muggle... ¿o usted qué dice, Señor? —agregó dirigiendo la pregunta hacia Dumbledore.

— Es cierto, no la hay. —respondió Albus abriendo la boca—. Pero si es una petición de tu padre, deberías considerarlo, Ayrton.

— No sé si usted esté enterado, Profesor Dumbledore, pero lo dudo... aun así, tendré que recordarle que el Profesor Snape renunció a mi custodia, así que, a menos que sea una orden como Jefe de mi casa, no es mi deber obedecerlo.


Ayrton miró a Severus enfatizando su sonrisa que ahora pretendía ser de un niño bueno incapaz de cometer una falta al colegio. Era evidente cuanto estaba disfrutando de la impotencia de Severus al no poder debatirle el argumento, Dumbledore miraba todo con preocupación, esa relación que siempre había visto tan cercana, se desmoronaba irremediablemente.

Garabato enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora