Alma adolorida

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Alma Adolorida




Severus rompió el escudo. Harry pudo entonces correr hacia su hijo, se arrodilló frente a él sintiendo que el alma se le rompía al verlo llorar asustado, ni siquiera se atrevía a tocarlo, algunas partes de su pijama con dibujos de pegasos había quedado destrozada y su piel lucía enrojecida. El niño, en cambio, en cuanto lo vio se lanzó a abrazarlo fuertemente.


— ¡Severus! —gritó Harry asustado por no saber qué hacer, miró hacia atrás en busca de su esposo y lo primero que vio fue a Ayrton sosteniéndose la cabeza con sus dos manos, también estaba llorando. Siguió buscando y encontró a Severus removiendo desordenadamente los frascos caídos de una repisa, finalmente tomó dos de ellos, suspiró al ver no se habían roto y corrió hacia donde estaba Harry con su niño.


El Profesor abrió un pequeño tubo de ensayo que contenía un líquido azul claro y se lo hizo beber a su hijo. Casi de inmediato Anthony menguó su llanto para dar paso sólo a unos quedos sollozos.


— Harry... —le llamó Severus, procurando mantener la cabeza fría en ese momento, aunque le dolía demasiado ver a su esposo con el sufrimiento y la angustia en su mirada—... Amor, tranquilo. Anthony está bien, no tiene dolor y no ha sufrido heridas graves, tan sólo está asustado.

— ¿De verdad?

— Úntale esto. —pidió dándole un tarro mediano—. Es una crema que le va a ayudar mucho, con eso será suficiente.

— ¿No crees que deba llevarlo a San Mungo?

— No es necesario, Harry, te prometo que estará bien. En unos minutos se quedará dormido y mañana despertará sin ninguna huella de nada.


Harry apretó a Anthony contra su pecho, podía escucharlo respirar más tranquilo, e incluso ya apenas tenía uno que otro suspiro, pero aun así no se sentía tranquilo. Iba a insistir con la idea de llevar al niño al hospital cuando un ruido les hizo girar la cabeza. Ayrton había caído de rodillas, aun apretándose la cabeza y ahora respirando agitado.


— ¡Ayrton! —gritó Severus corriendo hacia él, pero antes de que pudiera tocarlo, el chico retrocedió violentamente.

— ¡No me toques, te odio!

— Puedes odiarme todo lo que quieras, pero tienes que permitir que te ayude.

— ¡No necesito de ti, no eres ya mi padre!


Remus y Dumbledore entraron en ese momento, la puerta había quedado abierta luego de que Anthony entrara, así que alcanzaron a escuchar los gritos del chico Malfoy. Sin embargo, en cuanto vieron a Harry sosteniendo a Anthony, Remus se apresuró a acuclillarse a su lado.


— ¿Qué sucedió?... Estaba con Dumbledore cuando se accionaron las alarmas.

— Remus, acompáñame a San Mungo, por favor... Algo de la poción le cayó encima y quisiera asegurarme de que Anthony esté bien. —pidió Harry preocupado.

— Sí, iremos todos. ¿Ayrton está bien?

— ¡Yo no necesito de ninguno de ustedes! —vociferó furioso, pero el dolor de su cabeza se incrementó de tal manera que sus músculos terminaron de aflojarse, cerró los ojos perdiendo el conocimiento.


Severus alcanzó a sostener a su hijo. Miró hacia Harry quien ya se ponía de pie con Anthony en brazos, sabía que no iba a poder convencerlo de que el niño estaba bien.


— Lupin, acompaña a Harry a San Mungo, por favor.

— ¿No piensas llevar a Ayrton también? —intervino Dumbledore intrigado.

— Ayrton tiene su médico de cabecera, lo llevaré con él y luego me reuniré con ustedes.

— ¿Hay algo que tenemos que saber de la poción que cayó sobre Anthony?

— No... nada. –respondió Severus luego de un segundo de silencio—. La piel no la absorbe, no hay nada qué decir.


Severus permitió que todos se marcharan primero a San Mungo, y luego, con su hijo en brazos, atravesó la chimenea con rumbo al consultorio del medimago encargado de la salud de Ayrton.


No sabía cuánto tiempo había pasado, pero una eternidad le parecía poco en comparación con lo que tenía que esperar para poder conocer el diagnóstico del medimago de Ayrton. Severus paseaba de un lado a otro de la pequeña sala de espera, no había nadie más, y ni siquiera pudo entretenerse mirando los pececillos multicolores de la gran pecera empotrada en la pared... Al contrario, el sonido supuestamente relajante del despachador de burbujas lo desquiciaba, y estuvo a punto de arrojar una silla contra el cristal.


La llegada de Lucius le hizo olvidar sus pensamientos "pecicidas". Le había llamado desde la chimenea de esa salita pero nunca pudo encontrarlo, así que le dejó mensaje en su despacho personal.


— ¿Qué fue lo que pasó? —preguntó el rubio acercándose a su amigo—. Me avisaron de un accidente pero no me dieron más detalles. —concluyó preocupado, y jurándose a sí mismo que despediría a los ineptos que no le había comunicado enseguida del llamado de Severus.


Severus asintió e invitándole a sentarse mientras esperaban la llegada del medimago, le contó lo sucedido en su laboratorio. Lucius cada vez estaba más pálido, y no tuvo tiempo de preguntarle por el otro hijo de Severus pues la puerta que conducía al consultorio y sala de exploración se abrió. Un hombre alto, moreno, que ellos conocían muy bien, cruzó una mirada con sus amigos.


— La magia de Ayrton está muy descontrolada. —comunicó, luego de un breve saludo de cortesía—. Eso no está bien, se supone que tú, Snape, te encargabas de mantenerla en equilibrio.

— ¿Eso sonó a un reproche? —intervino Malfoy frunciendo el ceño—. Escucha bien, Ackerman, que seas el medimago de Ayrton no te da derecho a intervenir de ese modo, encárgate de tu trabajo como siempre y dinos qué pasará con mi hijo.

— Por lo pronto necesita descansar. —respondió evitando la mirada oscura que le veía con enojo, pero conteniéndose de decir algo más—. Se encuentra dormido en estos momentos, le he sedado para que ya no tenga dolor, y cuando despierte necesitará unos días de relajación completa si queremos que se recupere normalmente.

— ¿Podemos verlo?


El medimago asintió, y ambos hombres entraron hacia el consultorio, y de ahí atravesaron una puerta que conducía por un pequeño pasillo a la única sala de hospitalización con dos camas solamente, en una de ellas se encontraba Ayrton, pero aún dormido, se removía ligeramente y sus músculos faciales estaban algo contraídos.


— No hagas caso de lo que dijo ese inútil. —aseguró Malfoy cuando el médico salió dejándoles solos—. Sé que has hecho todo lo que está en tus manos.

— Sí, pero, mirándole así, creo que no ha sido suficiente.

— No te agobies, se pondrá bien.


Lucius notaba cómo Severus ni siquiera se atrevía a acercarse demasiado a su hijo, pero su mirada estaba repleta de preocupación. No pudo contenerse, había pasado demasiado tiempo sin verlo, y ahora le parecía tan vulnerable, algo tan raro en el ojinegro, que seguir actuando como un amigo le fue imposible... después de todo, tenían a Ayrton en común.


Algo temeroso acortó la distancia para abrazarlo, sorprendiéndose tanto de su miedo por algo que antes podía hacer con más normalidad, como por el hecho de que Severus no se moviera para rechazarlo. Un suspiro brotó de su garganta cuando volvió a sentir el calor del cuerpo del ojinegro pegado al suyo, y enamorado, pegó su mejilla a la del otro hombre.


— Yo le cuidaré ahora. —le susurró al oído—. Sé que mueres por ir a ver a tu hijo, Severus... te prometo que cualquier cosa que pase te la notificaré de inmediato.

— Sí... realmente te agradecería mucho que lo hicieras.

— Bien, ve con tu familia. ¿Y sabes?... puede ser un comentario infortunado en este momento, pero me ha hecho muy feliz verte de nuevo.


Severus se separó al ser consciente de la emoción que había en la voz de Lucius al abrazarlo, no quería ningún malentendido que arruinara su vida... tampoco quería seguir lastimándole pues no lo merecía.

Garabato enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora