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SEBASTIAN

¿Nunca has amado algo con tanta intensidad que empiezas a odiarlo por la manera en la que todos te machacan para que seas el mejor en ello?

Hace demasiado tiempo que me siento así y no debería, porque se supone que me apasiona este deporte...pero también me asfixia.

Llevo jugando al fútbol americano desde que tengo uso de razón. Mi padre me enseñó. Casi antes de que aprendiera a hablar, ya estaba con un balón en la mano y él corriendo detrás de mí, guiándome, entrenándome...

Supongo que fue lo mismo que su padre hizo con él.

Llevamos la tradición en la sangre. Somos una familia de grandes campeones de este deporte.

Eso es de lo que mi padre no se cansa de alardear. También lo que todo el mundo me dice cuando quiere alabarme.

Y funciona.

Aunque también hace que me sienta presionado.

Pero eso es algo a lo que estoy más que acostumbrado. La presión ha sido una constante en mis veintiún años de vida, junto con las apariencias y el qué dirán.

Y es una puta mierda, porque aunque todo el mundo se vuelva loco en el campo gritando mi nombre cada vez que meto un touchdown y pese a que sé a ciencia cierta que el noventa por ciento de mis compañeros de la universidad de California – y hablamos de ambos sexos – se morirían por estar en mi lugar, la clase de vida que llevo no se la deseo ni a mi peor enemigo.

Pero claro, nadie sabe realmente cuánto me machaca mi viejo para que mi rendimiento sea impecable en cada entreno – no hablemos ya de los partidos – ni de lo hecha polvo que está mi familia pese a que pretendan aparentar lo contrario, ni lo vacío y superficial que me siento cada vez que voy a una fiesta y tengo que fingir que todo es genial y soy el puto rey del mundo.

Como esta noche en la fiesta que ha tenido la brillante idea de organizar Charles, uno de mis compañeros del equipo, en honor a nuestro entrenador, que a partir de mañana dejará de ser tal. Y es una mierda.

Primero, porque era el mejor y vamos a echarlo mucho de menos. Han sido muchos años los que ha estado con nosotros y nunca habíamos tenido una mejor racha. Y lo segundo – y principal – es que me parece una putada que le hayan detectado principio de Alzheimer con tan solo cincuenta y seis años, lo que le va a impedir no solo hacer vida normal, sino además volver a entrenar a un equipo de fútbol nunca más en su vida.

La vida es una mierda. Tom es un tío cojonudo, no se lo merece.

Hemos tratado de convencerlo para que se pasara un rato, pero dice que no está de ánimos. Así que nos hemos tenido que conformar con dejar nuestra firma en el balón que se ha llevado de recuerdo junto con sus cosas y toda una vida con el silbato en la mano y dirigiendo las jugadas desde el banquillo, un abrazo muy fuerte de nuestra parte y la promesa de ir a visitarlo tantas veces que acabará cansándose y echándonos a patadas.

Por lo que sé, alguien de su familia se mudará para cuidar de él. Imagino que su ex mujer. La verdad es que no sé mucho de su vida personal, el entrenador siempre ha sido reservado con eso a pesar de que nos quería como a sus hijos. Y lo respeto.

Todos estamos preocupados por él. Solo queremos que esté bien. Así que, aunque no pueda estar presente, vamos a brindar por él y por todos los años que ha sacrificado en este duro deporte.

— Joder Mía, ¿qué demonios estás haciendo ahí dentro? — grito, impacientándome y tocando a la puerta del baño, donde mi hermanita lleva más de dos horas arreglándose. Juro que como no salga de una vez soy capaz de largarme en cuanto mi amigo Stephen venga a recogernos y la dejo aquí plantada. Odio esperar a los demás. No tengo un gramo paciencia, lo reconozco.

Diez razones para romper las reglas ✔️ COMPLETA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora