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SEBASTIAN

Tiene que haberse montado una buena en casa de Stephen, porque hace mucho que no se presentaba en mi casa tan jodidamente temprano para ir a clase. Suele llegar más bien con el tiempo justo porque odia madrugar.

Y hoy está de un humor de perros. Me doy cuenta nada más verlo, pero cuando me lanza un gruñido por todo saludo lo confirmo.

— ¿Tan mal fue? — pregunto, para tantear el terreno.

— Sea lo que sea lo que estés pensando, es peor — suelta, con la mandíbula apretada. Yo no digo nada ni lo agobio, espero a que se desahogue como siempre hace. Y efectivamente no tarda en hacerlo —. El imbécil de derecho penal ha vuelto a catearme y para colmo ha llamado a mi padre para quejarse por mi comportamiento — me cuenta, a punto de echar humo.

— Será cabrón — me solidarizo con él, porque de verdad que ese tío se la tiene jurada desde el primer día.

Todo empezó en segundo año. Stephen estuvo tonteando en varias fiestas con una chica, nada serio y se lo hizo saber. Ella estuvo de acuerdo y se enrollaron. Pero luego de repente se montó una película, creía que él había hecho todo aquello porque le iba a pedir salir y se puso bastante insistente.

Así que al final él tuvo que ser claro, aunque le rompiera el corazón. De haberlo sabido, él jura que nunca se habría involucrado con ella.

Pues bien, resulta que esa chica es la hija del profesor en cuestión que se acabó enterando – suponemos que por boca de ella y a saber qué versión le contó, porque dudo mucho que fuera objetiva – y el tío se la tiene jurada desde entonces. No le ha sacado el tema claro, no es tonto. Busca pretextos para llamarle la atención en clase y es durísimo corrigiendo sus exámenes.

Ya lo ha hecho repetir matrícula y Steph está que trina porque como siga así no va a poder graduarse este año y no tiene ni puta gracia. Encima él tiene un carácter fuerte y no puede contenerse cuando lo pincha, por lo que le contesta y eso solo caldea el ambiente.

Por si no fuera poco, su padre es increíblemente estricto con las notas y si saca menos de un ocho se la lía. No hablemos ya de un suspenso...

La verdad es que él también tiene mucha presión. Es otra de las cosas que tenemos en común.

— Y que lo digas. Hazme un favor y recuérdame que no vuelva a liarme con ninguna tía sin haber investigado antes su puto árbol genealógico al completo, ¿quieres? — dramatiza, pero como la situación es seria y es mi mejor amigo se lo prometo. Yo en su lugar también estaría jodido, la verdad.

— ¿Con quién te has liado?

Los dos damos un respingo al oír la voz de Mía, a la que ninguno de los dos hemos oído acercarse por el jardín –puede ser muy sigilosa cuando se lo propone – y que ahora nos mira con una mezcla de curiosidad y recelo.

— ¿Y tú de dónde sales, cotilla? — la interpelo, porque parece que Steph se ha quedado mudo. Probablemente le dé vergüenza que mi hermana nos haya escuchado hablando de sus intimidades.

— Le he oído llegar. Se me ha hecho tarde, ¿podéis llevarme ? — suelta, con desparpajo y sin el menor ápice de arrepentimiento. Menuda listilla está hecha.

Stephen y yo compartimos una mirada de resignación y él accede.

— Está bien, sube antes de que cambie de idea — la apremia.

Y no tiene que repetirlo dos veces.

Mía se acomoda en el asiento, con la mochila entre las rodillas y cara de no haber roto un plato en su vida.

Diez razones para romper las reglas ✔️ COMPLETA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora