SEBASTIAN
A las ocho en punto unos golpes insistentes en la puerta de mi habitación me despiertan sin piedad.
Empiezo a maldecir, en pleno arranque de mala leche matutina. En mi defensa, tengo que decir que apenas he podido pegar ojo.
La verdad es que no me apetece demasiado enfrentarme a lo que quiera que me depare el día, sé de antemano que no va a ser agradable. Pero bueno, tampoco es como si tuviera elección.
Por eso me levanto de mala gana. Si pongo de mi parte por lo menos no tendré que lidiar con más gritos.
Así que me paso por la ducha, me visto con algo cómodo y bajo a desayunar, deseando acabar con esto de una vez. Mi padre ni siquiera ha querido decirme dónde demonios vamos y solo puedo rezar porque no haya concertado una reunión con Chad y sus padres. No creo poder contenerme si vuelvo a tenerlo delante.
Voy bajando las escaleras cuando recibo un mensaje de Stephen preguntándome cómo estoy. Lo pongo al día rápidamente y él se extraña tanto como yo. ¿A qué vendrá tanto secretismo?
Me encojo de hombros. Tengo hambre y con el estómago vacío no puedo pensar.
— Buenos días — me obligo a decir, incómodo ante la expectación que ha despertado mi llegada.
Mía y mamá me dan ánimos con una pequeña sonrisa y responden lo mismo, aunque el día esté lejos de ser bueno. Y probablemente otro tanto con los que le siguen. Pero es lo que toca.
Mi padre, por el contrario, ni se molesta en contestar. Suspiro y me siento, sirviéndome un poco de cereales y una tostada de mermelada. Nada de grasa, la dieta deportista a veces es demasiado severa.
Comemos en un silencio que empieza a agobiarme y solo cuento los minutos para que esta tortura termine, cuando de repente mi padre habla.
— El malentendido con Chad ya está solucionado, he pensado que te gustaría saberlo — deja caer, como si nada. Como si no supiera ya que voy a pedirle más detalles. Y es lo que está deseando, para echarme en cara que siempre tiene que estar detrás de mí, resolviendo mis problemas.
Y odio que tenga la razón, que controle hasta el más mínimo detalle de mi vida y hasta las más insignificantes de mis decisiones dependan de él.
Así que al final hago la pregunta que él tanto ansía.
— ¿Qué has hecho?
Silencio.
Ya nadie come. Todos estamos pendientes de Daniel Allen, del hombre que hace y deshace a su antojo con nuestras vidas.
— Les he pagado una indemnización a sus padres por... el estado en que lo dejaste. Una buena cantidad. A cambio, dejarán el tema estar y nunca más se volverá a hablar de este asunto.
Aprieto los puños bajo la mesa. Ya me imaginaba que haría algo como eso, no podía dejarlo estar...
Me bebo el zumo de un trago y hago ademán de levantarme de la mesa, necesito despejarme un poco a ver si se me pasa el mal genio que esta noticia me acaba de despertar.
Por culpa de mi padre, Chad ha salido ganando. Y no lo soporto.
— Siéntate, Sebastian. No hemos terminado de desayunar y en cuanto lo hagamos, tú te vienes conmigo — espeta, deteniéndome en seco. Y lo que más me jode es que lo hace sin siquiera levantar la vista de su plato, limpiándose los labios con su servilleta en un gesto de total desinterés.
Aprieto la mandíbula y me dejo caer de nuevo en la silla.
— ¿Vas a decirme ya dónde vamos? — suelto, arrastrando las palabras.
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Diez razones para romper las reglas ✔️ COMPLETA ©
RomanceUn deporte para muchos; una pasión para ellos. Con tan solo veintiún años Sebastian Allen es una de las estrellas más reconocidas del fútbol americano. Lo tiene todo para despegar, si no fuera por la fama de mujeriego y juerguista que le precede...