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SEB

Mara tenía razón. No hay nada más bonito que ver la puesta de sol en una playa solitaria. Bueno sí, hacerlo con la chica más guapa que he visto en mi vida.

No sé cómo agradecerle que haya querido compartir esto conmigo. De no ser por ella, ahora estaría tirado en una de esas incómodas sillas del hospital o encerrado en mi habitación comiéndome el tarro y como ella ha dicho eso me hace más mal que bien.

Hemos extendido una toalla junto a la orilla y tengo su cabeza apoyada en mi hombro mientras la abrazo por la cintura. Está tan relajada entre mis brazos que por un momento creo que se ha quedado dormida, pero cuando habla me doy cuenta de que solo está disfrutando de esto; el silencio, el mar en calma, la arena y...yo. Me gusta formar parte de esto, con ella.

Ojalá pudiéramos quedarnos aquí para siempre.

—Es precioso, ¿verdad?

Levanta la cabeza para buscar mi confirmación, pero lo que no sabe es que mi atención no está puesta en el paisaje que, por más bonito que sea, no tiene ni punto de comparación con ella.

Me pierdo en el azul magnético de sus ojos, en esa melena rubia que parece bañada por los rayos del sol y en las curvas de su cuerpo perfecto y trabajado.

—Tú eres preciosa.

Cuando se pone nerviosa o se sonroja se relame los labios y hace un mohín con la nariz que me resulta adorable.

—¿Es esa tu frase estrella para hacer que las chicas caigan rendidas a tus pies? —bromea, tomándome el pelo. Pero al mismo tiempo, me da la impresión de que quiere indagar y asegurarse de que esto no es solo un juego para conquistarla y alimentar mi faceta de mujeriego.

Y lo entiendo. Antes lo hacía constantemente. Pero nunca en mi vida había sentido esto por nadie.

—Eres la primera a la que se lo digo de verdad —admito y ella esboza una sonrisa preciosa que me desarma entero. Le doy un beso en la frente y se acurruca en mi regazo.

—También eres el primero que me hace sentir así de completa —se sincera, con los ojos brillantes. Y no puedo evitar que mi faceta territorial salga a la luz.

—¿Y... has tenido muchos novios? —mi pregunta provoca que se eche a reír y niegue, divertida al parecer con mis celos.

—No, solo tuve un novio en el instituto y lo demás no fue nada serio. ¿Y tú? Apuesto a que has perdido la cuenta —especula, dejándose llevar por la fama que me precede. Pero se equivoca.

—Para nada. No han sido tantas y que conste que casi siempre eran ellas las que me entraban a mí —le aclaro. Aunque no tiene nada de malo y me gustan las mujeres que saben lo que quieren, admito que ha sido refrescante ser yo quien tuviera que currármelo para que ella cediera. —Pero relaciones serias solo he tenido dos. Y la última fue un fiasco —recuerdo, todavía molesto por lo que hizo Paola.

Mara entrelaza nuestras manos, intentando reconfortarme.

—Siento que no supiera valorarte como te merecías.

—Yo no —replico, para su asombro. —Porque no estaba enamorado de ella, pero de ti sí —pronuncio, con rotundidad.

Lo tengo más que claro y ya no me da miedo decirlo en voz alta. Me ha salido de forma espontánea confesarle lo que siento y veo la emoción en sus ojos.

—Yo también estoy enamorada de ti. No tienes idea de cuánto —declara, con los ojos brillantes.

Su confesión me da un subidón de dopamina bestial y me levanto con ella en brazos para empezar a gritar y a dar vueltas en un baile ridículo que nos hace estallar a los dos en carcajadas.

Diez razones para romper las reglas ✔️ COMPLETA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora