SEB
Le he pedido a Mía que se vaya a casa de Stephen hasta que yo la avise.
Hemos aterrizado hace poco más de quince minutos y yo ya estoy subido a un taxi junto a Mara, dispuesto a enfrentarme al hombre que ha estado a punto de arruinarme la vida. Mi propio padre.
Le he pedido de todas las formas habidas y por haber que me deje hacer esto solo, pero es tan testaruda que no he conseguido convencerla.
El tío Rick me ha pedido que le esperara en el aeropuerto y vendría a recogerme. Está reunido con Vivianne, preparando los papeles del divorcio para llevárselos hoy mismo a mi madre y quería hablar conmigo antes de que hiciera nada.
Me habría gustado poder obedecerlo, pero ya no puedo aguantar ni un minuto más. Mi madre está allí sola con él y no me fío un pelo, seguramente querrá desquitarse con ella.
Así que le he mandado un mensaje para que venga directamente aquí.
—Si oyes demasiados gritos o cualquier cosa fuera de lo común, no entres; llama a la policía —pedirle esto no es fácil, pero no tengo más remedio. Debería haber sabido que ella jamás me dejaría solo, por mucho que se lo pidiera.
—Vale, solo...espero que no sea necesario y Seb...por favor, ten cuidado —me suplica, con los ojos muy abiertos por el miedo.
Yo no lo tengo.
Hace mucho tiempo que dejó de inspirarme miedo. Desde que supe que era más alto y más fuerte que él y que podía defenderme si me pegaba.
Aun así, fui estúpido porque muchas veces no hice nada; me quedé ahí y dejé que me golpeara con la esperanza de que si lo hacía acabaría por quedarse satisfecho y vería que no estaba poniendo de mi parte para ser el hijo que necesitaba.
Me llevó un tiempo, pero acabé por comprender que eso jamás sucedería porque el problema no está ni nunca estuvo en mí, sino en él.
—Tranquila, lo tendré —prometo, y sin más dilación entro en casa.
Apenas he cruzado la verja de entrada al porche y ya puedo oír los gritos, señal inequívoca de que están en plena discusión.
—¡Eres un maldito desgraciado! ¿Cómo has podido hacerle algo así a tu propio hijo? —le recrimina ella y adivino que le ha contado su sucia treta para separarme de Mara.
—¿No te das cuenta? Esa chica solo es una distracción para él, un lastre que no le conviene. Tiene que ser el mejor y está perdiendo de vista el objetivo, ¿o me vas a decir que ese numerito que ha montado no es inadmisible? —me echa en cara, acabando con el poco autocontrol que me quedaba.
Lo agarro de la camisa y estampo su cuerpo contra la pared, pegándome tanto a su cara que puedo sentir su aliento arrebatado.
—Lo que es inadmisible es que hayas tenido los santos cojones de chantajear a mi novia para que cumpliera tus estúpidos caprichos —gruño, apretando más fuerte.
Me pican los puños por las ganas que tengo de darle una paliza, pero consigo contenerme.
—Solo hago lo que es mejor para ti, pero eres un niñato desagradecido que no es capaz de verlo. ¿Tienes idea de la pésima imagen que acabas de dar?
Me río en su cara.
—Me das pena. No eres más que un fracasado que proyecta su amargura y sus inseguridades en los demás. Mandar seguir a tu propio hijo... estás enfermo.
—No te pases de la raya, Sebastian —sisea, empujándome.
Pero eso no me disuade. Estoy que echo humo y no voy a parar hasta gritarle todas las verdades en su puta cara.
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Diez razones para romper las reglas ✔️ COMPLETA ©
RomanceUn deporte para muchos; una pasión para ellos. Con tan solo veintiún años Sebastian Allen es una de las estrellas más reconocidas del fútbol americano. Lo tiene todo para despegar, si no fuera por la fama de mujeriego y juerguista que le precede...