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MARA

A veces me pongo a pensar en lo retorcida que es la vida. En cómo esa expresión que todos hemos oído en algún momento acerca de que "el mundo es un pañuelo" se aplica perfectamente bien a mi situación actual.

Y creo que por eso siempre la he odiado. Aunque hasta ahora es que había empezado a joderme pero bien.

Estaba en un karaoke cantando con amigos cuando recibí esa llamada.

¿Sabes cuando descuelgas el teléfono y aún antes que la persona que está del otro lado de la línea hable tú ya puedes intuir que algo va realmente mal? Pues eso me pasó a mí.

Y tuve que salir corriendo para hacer las maletas y empaquetar mis veintitrés años de vida. Así, de un plumazo. Sin pararme a racionalizarlo, siquiera.

Pero es que las malas noticias siempre vienen cuando menos te lo esperas, en el peor momento posible.

Principio de Alzheimer.

Nunca hasta ese momento había pesado tanto sobre mí el significado de esa enfermedad, a pesar de que tantas personas la sufren día a día en el mundo.

Porque ahora se la han diagnosticado a mi padre, que está solo en California y aunque hayamos tenido una relación tan distante desde que mamá y él decidieron que su carrera como entrenador se interponía tanto en la relación que lo mejor era tomar caminos distintos, sigue siendo mi padre.

Y saber que un hombre tan fuerte e independiente como siempre lo ha sido él es incapaz de cuidar de sí mismo me impacta más de lo que esperaba. Saber que tendrá lagunas continuamente y que empezará a desdibujársele la realidad y a quedarse anclado en el pasado, es como un golpe directo a mi corazón.

Porque, sí, al principio se le olvidarán detalles cotidianos del día a día. Pero ¿qué pasará cuando ni siquiera pueda reconocerme cuando me tenga delante?

Podré soportarlo, me digo a mí misma. Me necesita.

Solo yo puedo ayudarlo, hacer que sea más llevadera su situación.

Mamá y Robert tienen ya su vida establecida. Que tengan que mudarse desde San Diego hasta California para que mi madre pueda estar pendiente las veinticuatro horas de su ex marido con el que mantiene un contacto casi nulo no es una opción.

Y no es que ella no se haya ofrecido, es que sé que sería demasiado para ella. Por...todo.

Así que lo haré yo. Para mí no es un problema, puedo adaptarme.

Han pasado dos días desde que hablamos por teléfono – por fortuna está lúcido la mayor parte del tiempo, todavía. Pero a la larga... - y ya está todo arreglado. Lo de que entrenara a su equipo por él fue idea suya y me pilló en fuera de juego por completo.

Al principio pensé que su enfermedad estaba más avanzada de lo que el médico nos había explicado y que deliraba. Pero después...cuando empezó a darme todos sus argumentos y me dijo lo mucho que confiaba en mí, el talento que tengo y que debía ser yo...después de veintitrés años creyéndome insuficiente para el mundo, me alivió tanto que no pude rechazarlo.

Solo será una sustitución temporal, nada definitivo. En cuanto puedan, seguro que buscarán a alguien mejor para que haga despegar la fama del equipo universitario más famoso de la ciudad. Sus chicos son realmente buenos, eso me consta.

Y apuesto a que más de uno no va a ver con buenos ojos que los entrene una mujer, casi una cría como ellos...y ya no hablemos de la junta ni de los padres.

Papá me aseguró que lo dejaría todo atado, pero es que...no me creo que lo vaya a tener fácil. Para empezar porque, ¿cuándo lo he tenido?
Pero la verdad es que eso tampoco me ha frenado nunca. Me han enseñado a no rendirme y a ir a por lo que quiero, sean cuales sean las circunstancias. Y eso es algo que agradezco, una de las pocas enseñanzas valiosas que atesoro de Tom Dyers.

Diez razones para romper las reglas ✔️ COMPLETA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora