🏈20🏈

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SEBASTIAN

Dejo escapar el tercer gruñido consecutivo de la mañana cuando el pase de Stephen se me escapa, algo que no me sucedía desde que jugaba en las ligas infantiles. Probablemente a mi padre le daría un ataque si me viera ahora mismo, pero que le den.

Ya estoy lo bastante jodido como para preocuparme por sus mierdas. Tengo cosas más urgentes en las que pensar.

Por ejemplo, en por qué el tal Sean de los cojones no deja de pegarse a Mara como una lapa.

Para colmo, estoy de un humor de perros porque anoche apenas pude dormir – dándole vueltas a lo que había pasado y comiéndome la cabeza – y porque es la primera vez que estoy tan torpe en un entrenamiento, por mucho que sea sábado.

Resoplo y sigo con el circuito, intentando centrarme en los ejercicios que he hecho mil veces y con los que no debería tener ningún maldito problema porque siempre se me han dado de fábula y podría visualizarlos hasta dormido.

Doy pena, en serio.

¿Qué cojones me importa a mí si están tonteando? No es asunto mío.

Pero cada maldita vez que empiezo a recuperar el ritmo, escucho sus risas y veo lo bien que se lo están pasando y vuelvo a la casilla de salida.

Así que al final acabo en el banquillo, a punto de echar humo y con Stephen a mi lado, con toda la pinta de empezar a echarme la bronca en cero coma dos segundos.

Y efectivamente, eso hace.

—Eh, quarterback, ¿podrías dejar de ser tan obvio? Será un milagro que no se haya dado cuenta ya todo el equipo de que estás loco por la entrenadora —me espeta Stephen, en cuanto nuestro culo toca el banquillo.

Le lanzo una mirada asesina para que baje la voz.

—No digas tonterías —replico, de mal talante.

Mi amigo resopla, poniendo los ojos en blanco.

—Ah, soy yo el que está haciendo el tonto. Bien...—deja la frase en el aire, todo ironía. Lo cual me enrabieta todavía más.

—No estoy celoso, Stephen, ¿vale? Deja ya el puto tema —le advierto. Estoy intentando relajarme y no ayuda en nada que suelte esos comentarios cada dos por tres.

Él levanta las manos, pero sin perder ese gesto socarrón.

—Lo que tú digas, compañero.

Suelto un gruñido de frustración y me paso las manos por el pelo, intentando calmarme. Pero es superior a mí, joder.

Verlos así, tan juntos y con esa complicidad...hace que hierva por dentro. Porque soy tan egoísta que quiero ser el único que la haga reír. Esa es la verdad.

Me bebo más de media botella del agua que me pasa Stephen, quien enarca las cejas. Parece ir a decir algo más, pero la mirada que le echo lo disuade de inmediato.

Me dedico a observar a mis compañeros, sin querer ni tan siquiera echar un vistazo en dirección a las gradas. Y lo consigo durante un tiempo, hasta que...

—¿Te acuerdas de cuando fui a verte en tu primer partido como ayudante de tu padre y casi me lincha un espectador por una tontería de nada? —oigo que le está diciendo, a lo que ella responde, risueña.

—Criticaste a la estrella de nuestro equipo, Sean. Tuviste mucha suerte de que no te diera un puñetazo, porque era un auténtico forofo. No se perdía ni un entrenamiento.

—Ya me di cuenta.

Sigue la conversación y las risitas y el cachondeo y ya no puedo aguantarlo más.

Diez razones para romper las reglas ✔️ COMPLETA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora