SEB
Como era de esperarse, no consigo pegar ojo en toda la noche porque mi cerebro no deja de recrearse con todo lo que ha pasado en menos de veinticuatro horas. Podría decir que han sido las más intensas que he tenido en mucho tiempo.
Joder, aún no puedo creerme lo de Mía y Steph, es que no lo veía venir para nada. Me ha pillado completamente en fuera de juego y una parte de mí todavía se siente dolido porque ninguno de los dos me haya dicho ni una palabra al respecto acerca de sus sentimientos durante todos estos años.
No obstante, los quiero a los dos y tengo que respetarlo. Solo espero que les vaya bien, porque pienso estar vigilando. Lo primero que voy a hacer va a ser asegurarme de que cuando venga a casa la puerta de la habitación de Mía esté siempre abierta para que yo pueda vigilarlos.
—Alex, si quieres conduzco yo un rato —me ofrezco para relevarlo un rato. Todos estamos cansados y él lleva al volante desde que salimos.
Las chicas van detrás de la caravana, en el coche de Mara. Cada vez que pienso en ella la sangre se me sube a la cabeza y me muero de ganas de que lleguemos cuanto antes, porque en cuanto me dé una ducha y tranquilice a mis padres -tengo más de veinte llamadas perdidas de Daniel y otras tantas de mi madre - pienso ir a buscarla.
—Tranquilo capi, yo estoy bien y además nos queda poco para llegar —se rehúsa y acepto, encogiéndome de hombros.
Ya falta poco.
Para volver a verla.
...
No hemos hecho más que abrir la puerta de casa cuando la figura autoritaria de mi padre aparece en el umbral en toda su estatura, señal inequívoca de que nos estaba esperando para echarnos la bronca.
—¿Se puede saber en qué estabais pensando para pasar todo el día fuera sin avisar a nadie? Mira las horas a las que llegáis y en esa facha...sabes que ya no te da tiempo a salir una hora a correr antes de clase, ¿verdad? Eres un irresponsable —espeta, mirándome como si fuera su peor enemigo. Mía traga saliva y me da la mano, preocupada porque las cosas se salgan de control.
Yo, en cambio, ni siquiera me inmuto y le doy un cariñoso apretón para que esté tranquila. Sé muy bien cómo manejarlo.
—¿No dices nada? Tu madre estaba muerta de preocupación, ¿es que ni siquiera te importa? ¿Cuándo vas a madurar de una maldita vez?
Sigue atacándome y en otras circunstancias puede que hubiera perdido la paciencia y le hubiese contestado como se merece, pero estoy de buen humor y además no vale la pena.
Así que me limito a decirle lo que quiere oír para acabar con esto cuanto antes.
—Lo siento, ¿de acuerdo? No había apenas cobertura y no pude llamar, por eso envié un mensaje. Ahora ¿nos dejas subir? Tenemos que darnos una ducha y desayunar antes de ir a clase. —Él odia que lleguemos tarde, así que intento hacerlo entrar en razón. Sin embargo, en esta ocasión no me funciona el truco y eso es algo que no esperaba.
—Subid, sí, pero olvídate de coger tu coche por una temporada. Yo me encargaré de llevaros —sentencia, como un déspota. Sin poder aguantarlo más, me enfrento a él.
—¿Qué estás diciendo? ¿Por qué coño vas a quitarme mi coche? No he hecho nada —grito, frustrado. Mara y yo hemos acordado vernos en la cala en media hora y no podré hacerlo con Daniel pegado a mi culo.
—Será mejor que bajes ese tono, o el castigo será todavía peor —amenaza, con un dedo tieso.
Suelto una carcajada llena de amargura y abro los brazos en cruz.
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Diez razones para romper las reglas ✔️ COMPLETA ©
RomanceUn deporte para muchos; una pasión para ellos. Con tan solo veintiún años Sebastian Allen es una de las estrellas más reconocidas del fútbol americano. Lo tiene todo para despegar, si no fuera por la fama de mujeriego y juerguista que le precede...