SEBASTIAN
No he dormido una mierda después de lo que pasó en el dichoso entrenamiento de ayer.
Debo de estar para que me encierren, porque la sola idea de Mara besando a ese tío me está volviendo loco.
Nunca se me ha dado bien desconectar ni relajar mi cerebro cuando algo me ronda por la cabeza y es en estos momentos cuando más me gustaría ser tan despreocupado como el resto de mis compañeros.
Seguro que ellos han dormido como troncos esta noche y ahora no tienen unas ojeras del tamaño de un balón de fútbol.
Resoplo y nada más lavarme la cara enfilo directamente hacia la cocina para servirme un vaso hasta arriba de café.
Me llevo un susto de la hostia al encender la luz y toparme con el tío Rick, sentado en un taburete y con un vaso entre las manos. Tiene pinta de llevar aquí rato.
Parece que no soy el único que se ha desvelado esta noche.
—¿Qué haces aquí a oscuras, tío Rick?
—No podía dormir y no quería molestar. ¿Y tú? ¿Nervioso por el partido? Faltan dos horas para que amanezca.
—Supongo que por todo. Me imagino que Daniel no se lo perderá por nada del mundo. Y eso que yo no juego. Pero es superior a sus fuerzas, necesita controlarlo todo.
—Pues sí, imaginas bien. Estará en primera fila. Anoche lo oí discutir con tu madre por eso. Sé que te presiona demasiado, así que si quieres hablar...estoy aquí, Seb. Puede que haya pasado un tiempo lejos, pero sabes que siempre podrás contar conmigo ¿verdad?
—Lo sé. Pero el viejo no me preocupa. Ya no, te lo aseguro. Es...joder, es complicado.
—Es por esa chica, ¿eh? Mara Dyers.
—Sí —admito, pasándome las manos por el pelo en un gesto de frustración. —Yo...es que no sé qué cojones me pasa que no puedo sacármela de la cabeza. Y debería, ya. Cuanto antes mejor. Pero simplemente...está aquí todo el puto rato ¿sabes? —me desahogo, presionando mi sien con el índice.
—Estás pillado hasta las trancas, colega. Sé lo que es eso.
—¿Ah, sí? ¿Y qué pasó con la chica?
—Bueno...digamos que la cagué a lo grande —confiesa y los dos nos reímos. Hasta que se pone más serio y añade: —Pero yo no soy el mejor ejemplo. ¿Se lo has dicho a ella? Que no puedes quitártela de la cabeza.
—No serviría de nada. Hay...hay otro tío ¿sabes? Y estando con él nadie la juzgaría ni la miraría mal. Tampoco pondría en peligro su puesto en el equipo.
—¿Estás seguro de que hay otro? Vi cómo te miraba, Seb.
Asiento con la cabeza, con amargura.
—Sí, lo estoy. Hazme caso, cuanto antes pase página, mejor para los dos.
—Ya, pues solo puedo desearte suerte. Porque si fuera tan fácil...
—Vaya, gracias por los ánimos.
En ese momento, oímos unos pasos sigilosos y la figura menuda de Mía no tarda en hacerse visible por el quicio de la puerta.
—Parece que nos hemos puesto todos de acuerdo, anda ven, siéntate.
—Es que los nervios no me dejaban dormir, así que me he levantado al baño y he oídos voces. He supuesto que seríais vosotros. ¿Puedo unirme a la charla o es privada? —inquiere, con gracia. Y tengo la sospecha de que sabe exactamente cuál era nuestro tema de conversación, así que esquivo su mirada sagaz.
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Diez razones para romper las reglas ✔️ COMPLETA ©
RomanceUn deporte para muchos; una pasión para ellos. Con tan solo veintiún años Sebastian Allen es una de las estrellas más reconocidas del fútbol americano. Lo tiene todo para despegar, si no fuera por la fama de mujeriego y juerguista que le precede...