Cuando Amal le dijo que sus amigos no se encontraban demasiado lejos, mentía. Por más que el Ishtelita diese vueltas en círculo para intentar despistarlo, Zaine mantuvo el paso. Su tiempo en el desierto forjó su cuerpo, y sus habilidades de observación entrenaron su memoria fotográficamente. Por lo que, aunque el cuerpo de Amal comenzaba a agotarse, Zaine se mantenía activo física y mentalmente.
Lo que inquietaba al cazador era la inminente muerte del sol. La oscuridad se aproximaba amenazante mientras el cielo sangraba en rojo. En el desierto, significaba el inicio del frío. La noche que solía llevarse más vidas que el día. Oscura y atemorizante.
Aunque el bosque prometía un mayor refugio, los animales salvajes también empleaban su resguardo. Comenzaba a preocuparse por los detalles cuando el joven a su lado se detuvo.
– Voy a vendarte los ojos – advirtió con la misma sonrisa que mantuvo durante todo el trayecto.A estas alturas, Zaine tenía muy claro que el muchacho era inofensivo. Con su poder, podría haberle matado en cualquier momento en vez de limitarse a desorientarle en el bosque. No conocía el camino, ni tenía un mapa del que auxiliarse. Debía confiar en Amal si deseaba pasar la noche. Tenía la suficiente seguridad en sus habilidades como para saber que podría defenderse contra lo que viniese.
Asintió.
El Ishtelita zafó uno de los pañuelos que tenía amarrados en su túnica. Zaine se sorprendió de que el cadáver del hipopótamo se mantuviese flotando sin que el chico necesitase controlar el aire con sus manos. No tuvo demasiado tiempo de pensarlo cuando sus suaves manos le cubrieron los ojos con el paño.
– Gracias por confiar en mí – dijo Amal y Zaine casi se sintió mal por él. Procuró recordar el sitio donde se encontraba y cuando Amal le tomó de la mano para guiar la marcha, Zaine inició la cuenta."1""2...3" enumeró.
Cien pasos en dirección noreste. Cuarenta más hacia el norte. Medía la distancia por el largo de sus zancadas, calculando cuidadosamente los metros en su cabeza, de manera que pudiese escapar de ser necesario. La poca claridad que atravesaba el paño se esfumó, haciéndole comprender que la noche estaba sobre ellos. Zaine percibió otros pasos además del suyo. Eran muchos y provenían de todas direcciones.
Estaban rodeados.
Amal se detuvo de nuevo. Pero al hablar su voz sonó tranquila y regocijada.
– Chicos, estoy de regreso. Vallan a decirle a Jason que he traído comida y un invitado.
Por más que lo intentase Jason no conseguía que el ruido del afilador sobre el metal de su espada apagara el estruendo de las voces en su cabaña. A su lado, Aineri y Kaya se gritaban como si creyesen que la que alcanzase un mayor tono conseguiría la victoria, sin importar cual cargase con la razón.
– Esto ha pasado por tu culpa – acusaba Kaya. La joven, de ondeado cabello castaño y penetrantes ojos azules señalaba a la otra con sus amplias pero delgadas manos trigueñas. – No te agrada. Por eso lo mandaste a cazar sabiendo que la lucha no es su especialidad.
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Crónicas de la Superficie: Los Condenados
RomanceEn un mundo donde la tierra ha sido consumida por la decadencia y la muerte, Zaine persiste en su lucha por sobrevivir. Tras ser perseguido por soldados de una civilización más avanzada a través del interminable desierto, el cazador busca refugio en...