12 El Sueño

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Jason no estaba tan loco como para lanzarse en la persecución sin recuperar sus pertenencias. Y aunque Zaine se sentía más tranquilo con el kit de primeros auxilios a mano sabía que no era el único que estaba inquieto.

Comprendió que Jason tenía razón. De haberse marchado hubiesen perdido el rastro, pues la Wyberno sobrevoló el río en un instante y la fuerte corriente arrastró la sangre. Limpiando el hedor.

Las musculosas patas de Noche fueron suficientes para resistir la fuerza del agua incluso con ellos dos sobre el lomo. La pantera emergió del río como si hubiese realizado una suave caminata, demostrando el por qué su especie estaba tan alto en las listas de caza. Eran animales terriblemente capaces, persistentes y adaptables. Un siervo rojo no hubiese podido llevar a cabo tal hazaña.

Del otro lado el terreno era más accidentado y pantanoso. Las patas de la pantera se hundían en el fango por lo que Jason la hizo avanzar sobre la raíces de los árboles. La Wyverno tenía su hogar tierra adentro. Les alcanzó la noche en aquel territorio desconocido. Los árboles comenzaban a encenderse y las medusas a alzar el vuelo cuando finalmente localizaron el nido.

El bosque era tan espeso era más complicado atravesarlo que alcanzar las inmediaciones de la guarida de mercenarios. Jason debió treparse a un árbol para asegurarse de que no estaban en mal camino. Zaine le vio ascender por el tronco como a un reptil, rápida y eficientemente ayudándose solamente de sus manos. Luego de unos momentos el mercenario descendió, agarró las riendas y puso a Noche en marcha.

– No vas a creer lo que vi. – le dijo.

Y Zaine no dio crédito de lo que veían sus ojos.

Jason los llevó a un claro formado por las ramas de un gran árbol. Su maleza era tan espesa que a plena luz del sol impediría que algo creciese a su sombra. Su copa sobresalía por sobre las demás y de sus ramas descendían lianas y enredaderas. Pero lo más alarmante era el intenso silencio que consumía la región.

Cientos de medusas danzaban entre las hojas iluminadas del gran árbol, pero parecían ser el único ser vivo que poblaba esos lares. Afortunadamente Noche estaba en calma. Todo lo contrario a su respuesta previa ante el Wyverno. Eso pareció darle a Jason la bastante seguridad para tomar una liana y tirar de ella.

– Es seguro – le dijo al cazador cuando no se zafó de su base. – Usémoslas para subir.

– Estás demente – murmuró Zaine, pero tomó la enredadera que se le ofrecía. Jason solo se rio de sus palabras antes de comenzar el ascenso.

Noche les vio subir por el costado del árbol moviendo la cola de un lado a otro con curiosidad. El cazador era más lento que Jason, no estaba acostumbrado a aquellos ascensos. La herida en su mano le ardía cada vez que contraía los músculos de la mano, obligándole a pasar el peso de todo su cuerpo a los pies y utilizarlos como pivote. Y aunque el muchacho no se quejó el mercenario notó sus dificultades para ascender y cada algunos minutos se detenía para darle ánimo.

Para cuando llegaron a la cima los árboles estaban completamente encendidos, devorando la oscuridad del bosque. Este en particular emitía un suave resplandor plateado, distinto y constante que le recordó a Zaine el color de las escamas de la Wyberno.

Entonces notó que Jason se había detenido. Estaba a pocos metros de él, frente a su silueta se encontraba un entrante. Una sección plana del árbol a partir de donde emergían las gruesas ramas superiores. Y allí era donde estaba el nido.

Para sorpresa del cazador, Jason no se escondió, sino que pisó confiado la plataforma y se deshizo de su liana. Aguardó por él, extendiéndole el brazo cuando le tuvo al alcance.

Crónicas de la Superficie: Los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora