24 El armario

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Zaine fue el primero en despertar.

El cazador, quien solía levantarse con el sol, se encontró con las hojas apagadas y la mañana avanzada. La vista de la ventana le permitió calcular que ya había pasado el tiempo del desayuno.

Se incorporó, quedando recostado sobre su brazo izquierdo. Se limpió los ojos con las manos, desperezándose. Entonces su cuerpo se quejó.

Estaba más agotado que de costumbre. Atontado. Adolorido.

Recorrió la habitación con la mirada. Buscando alguna pista que le permitiese descubrir el motivo de su debilidad. Y mientras más observaba, iban llegando a su mente recuerdos y sensaciones que le revolvieron las entrañas.

Imágenes de un hombre recorriéndole el cuerpo con su boca, llegando con sus manos a rincones nunca antes explorados.

– Umn – se quejó una voz masculina a su espalda. Los brazos que yacían flojos alrededor del cazador se cerraron como pinzas. Jason se presionó contra el muchacho, permitiéndole notar que aún se encontraba desnudo. – Es muy temprano.

Una electrizante sensación cosquilleó en el vientre de Zaine. Observó sobre su hombro el rostro somnoliento de Jason. Tal vez, su cabello siempre estaba alborotado porque no se lo cepillaba al despertar.

Allí, a su lado, se veía tan inocente que nadie le compararía con el líder de un grupo de mercenarios. Ni lo creería capaz de pelear tan salvajemente como Jason hacía.

El cazador se giró entre los brazos de su compañero. Inclinándose hacia adelante depositó un casto beso sobre su mejilla, sacándole a Jason un suspiro. En vez de soltarse, los brazos del mercenario le aferraron con más fuerza.

– Buenos días – saludó el cazador, incapaz de contener la sonrisa en sus labios o la felicidad en su corazón.

El joven a su lado frotó su nariz sobre el estómago del cazador, haciéndole cosquillas. Y aunque Zaine quiso contener las carcajadas, no fue capaz una vez Jason le rozó el ombligo.

– Deja eso – reclamó. Y aunque el mercenario se detuvo, reposó la mejilla contra el vientre de Zaine.

– Quédate – su tono resonó como un comando. Pero el cazador solo dejó escapar el aliento.

– No puedo. – contestó. – Voy tarde para las lecciones de los niños. – acarició el cabello de Jason, colocándole un mechón castaño tras la oreja.

El mercenario abrió un ojo, observándole con un oscuro destello oliva. Zaine pensó que iba a quejarse, pero Jason no lo hizo. El cazador creyó ver una sombra de confusión en su rostro. Como si no comprendiera cómo podía preferir marcharse a permanecer con él.

– ¿Cómo está tu cuerpo? – fue lo que salió de sus labios y el cazador no pudo evitar sorprenderse. Más que preocupación, esperaba coqueteos de parte del sujeto.

– Me las arreglaré. No soy una mocosa. – contestó Zaine con seguridad.

Giró entre los brazos de Jason. Pero cuando estaba a punto de levantarse el mercenario le aferró con fuerza. El agarre de sus brazos se aflojó mientras sus dedos ascendieron por su torso. Hacia el pecho del cazador.

Zaine se volteó, en busca de Jason tras él, encontrándose directamente con su rostro. El mercenario encontró sus labios entreabiertos y cuando se toparon ambos bebieron de la boca del otro.

Por primera vez en su vida, Zaine pensó que el aliento mañanero de alguien más no era del todo desagradable.

Colocó su mano sobre la de Jason, acariciándole la piel con los dedos. Rosando una gran cicatriz sobre su antebrazo izquierdo. Suspiró, percibiendo el aroma del jabón del mercenario, tan similar y a la vez diferente al mismo que utilizaba. Completamente ajeno a la fragancia de la noche anterior.

Crónicas de la Superficie: Los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora