42 El Traidor

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Jason jamás pensó que sentiría tal confort en el abrazo de alguien más. Luego de años de compartir el lecho con otros esporádicamente, solo por el placer del sexo, añorar el calor de alguien se le antojaba extraño. Más cuando se había resistido tanto en permanecer acompañado hasta el amanecer.

Sin embargo, se encontraba completamente hundido en la sensación de seguridad que le aportaba. Una emoción que nadie además de su padre había podido otorgarle. Que solo el cazador conseguía proyectar. Un hombre a quien consideraba un amigo.

Un compañero.

Su amante.

El cuerpo cálido a su lado se incorporó, apartándose con suavidad en un intento de no despertarle. Adormilado, Jason miró por encima de su hombro la silueta de Zaine. Pálida y fantasmagórica. El joven se encontraba al borde del lecho, donde se habían trasladado para continuar su apasionada despedida. Mientras el cazador se colocaba los pantalones, Jason se cuestionó el pretender que continuaba durmiendo.

El mercenario sabía que aquellos serian sus últimos momentos juntos. Pero por más que le doliese verlo ir, debía de salvaguardar la seguridad de los suyos. Lo que implicaba que no sabía cuánto tiempo pasaría antes de volver a encontrarse.

Su mirada buscó la amplia espalda del cazador, encontrándole con la vista fija en su palma abierta. La misma mano de la que había nacido el fuego. La que Jason tomó y besó para consolarlo. Zaine la miraba como si fuese alguna especia de animal durmiente. Un monstruo que saltaría sobre ellos en cualquier momento.

Jason sabía que el cazador le temía a Caronte, a Estigia. Lo había visto tensarse ante la idea de sus soldados y palidecer en presencia de sus muros. A pesar de ser uno de ellos, el muchacho había sufrido por su gente. Había sido perseguido y lastimado. Al punto de despreciar lo que era.

De esconderlo.

De temerle.

Tal vez por eso, cuando vio el fuego nacer en su cuerpo la noche anterior, no se sintió repudiado como creyó que pasaría. Pensó que ver a Zaine utilizar su mutación pondría fin a sus sentimientos por el cazador. Porque era como chocar con la verdad indiscutible que su dulce Sunshine era uno de sus peores enemigos.

No fue así.

Fue la primera vez que Jason pensó que el fuego era hermoso. Tan deslumbrante como el color en los ojos del cazador. En su alivio, sintió la necesidad de consolarlo.

Como mismo le ocurría en ese instante.

El mercenario se sentó en el lecho, acomodándose tras su compañero.

– No va a desaparecer, aunque la mires así – comentó depositando un leve beso sobre su cuello.

El cazador rio por lo bajo.

– Lo sé. – contestó – Solo, había olvidado como era... como se sentía.

– ¿El fuego? – susurró Jason. Obteniendo a cambio un asentimiento. - ¿Cómo es? –

Jason no se esperaba la respuesta que obtuvo.

– Aterrador – susurró el cazador. – Es como la enfermedad. Sabes que va a explotar, pero no tienes idea cuándo. Tarde o temprano te consumirá y nunca serás capaz de superarlo del todo. – Zaine guardó silencio, y lo bajo de su tono le indicó al mercenario que tal vez le contestaria cualquier pregunta.

Como si incentivase su curiosidad.

– ¿Cómo terminaste aquí? – Zaine se removió incomodo, pero antes de que el mercenario pudiese retractarse, ya estaba contestando a su pregunta.

Crónicas de la Superficie: Los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora