03 "El Fantasma del Desierto"

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Jason arrastró a Amal al interior de su cabaña. Había estado hablando, relatándole los eventos desde que el movimiento de los árboles le desorientó. A duras penas había alcanzado el lago y comenzado a purificarse cuando la bestia se abalanzó sobre él. Le habló del rescate, de la pronta aparición del cazador y de su destreza, pero Jason no le escuchaba del todo.

Hubiese sido sencillo si Amal hubiera traído a sus tierras a un cobarde. A un mercenario inútil que solo sabía cazar para vivir. Pero en los ojos de este sujeto, Jason encontró las llamas de un guerrero.

No retrocedió. Ni se acobardó ante su intimidación. Sino que le encaró de frente, intentando enfrentarle, aunque su lenguaje corporal le indicase que estaba aterrorizado.

Ese era el problema.

"A un cobarde puedo manipularlo con miedo" reflexionó "Podría comprarlo, pero no tengo las monedas para pagar su silencio"

Penetró en su cabaña, percibiendo de inmediato el perfume de Aineri. Sabía que la joven había presenciado el intercambio y esperaba ansioso escuchar su opinión. En el grupo, no había personalidades más contrarias que las de Amal y Aineri. Sus opiniones antagónicas le daban un espectro más amplio sobre el cual sostener su propia opinión. No los necesitaba para emitir un juicio, pero sí para conseguir imparcialidad.

Aineri cerró la puerta tras ellos, devolviendo la privacidad a la estancia.

– Esto es una mierda – se quejó Jason librando a Amal del abrazo. Avanzó a la silla que acababa de dejar, dejándose caer. Los cojines se quejaron bajo su peso, pero nada le importaba más que encender su hoja de tabaco. – ¿Por qué demonios trajiste a ese chico?

– Ya te lo dije – recordó Amal. – El me...

– No vuelvas a decirme que te salvó la vida. – protestó Jason presionando el tabaco contra la cerilla. – Hubiese sido mejor que le dejaras tirado en el bosque a su suerte. Ahora sabe de nuestro escondite. Es un riesgo dejarle ir.

– ¿Dejarle ir? – intercedió Aineri. El retumbar de sus tacones le indicó a Jason, quien estaba centrado en encender el fuego, que se acercaba a ellos. – No digas estupideces. Tenemos que matarlo.

– ¿¡Matarlo!? – saltó Amal.

Lo genuino de su sorpresa presionó el corazón de Jason. EL hombre sabía que el Ishelita no había tenido otra intención que la de ayudar al forastero. Había cumplido con la misión que se le asignó. Traer comida a casa. Ahora otro debía pagar con sangre por su descuido.

– Jason, por favor – le dijo en súplica – Su único pecado ha sido ayudarme. Estaba listo para sostener a Kaya cuando saltó de la plataforma. Cuando vio que no podíamos pagar el precio mínimo que ofrecía lo bajó aún más. Solo ha mostrado generosidad y compasión. No merece morir por sus virtudes.

– Métete en la cabeza que es él o nosotros – interrumpió Aineri – No puedes darnos la seguridad de que al salir no recuperará el dinero que perdió con nosotros vendiendo nuestra ubicación. Las patrullas de Caronte pagarían en oro esa información. Por muy bueno que parezca, dudo que pueda resistirse al peso del metal.

–No es ese tipo de persona. – insistió Amal y su vehemencia hizo retroceder a Aineri. –Me niego a ser un ingrato. Por favor, Jason, por nuestra amistad, dale una oportunidad. Estoy seguro de que podría sernos útil. Es un buen cazador. Te aseguro que si lo pones a prueba te gustará.

–¡Amal no seas irresponsable! – chilló Aineri.

Pero Jason ya no los escuchaba.

Inhaló el humo de su cigarro.

Crónicas de la Superficie: Los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora