Capítulo I

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Toda su vida había fantaseado con lo que había más allá de la murallas, con el mar y toda la vida que nacía de él. Luego, empezó a imaginar cómo sería lo que estaba aún más allá, convencido de que no podía ser tan terrible como Eren vaticinaba. Pese a que había presenciado la inquina humana, quería creer que en su naturaleza no estaba la malicia, que las personas del otro lado serían como ellos, con sueños, con miedos, con decepciones, capaces de amar...

No distaban demasiado. A veces se veía reflejado en los Guerreros, se ponía en sus zapatos y veía el mundo a través de su caleidoscopio. Habría actuado igual. Quizás hubiera intentado reducir los daños. Tal vez hubiera fracasado porque carecía de perseverancia cuando las situaciones lo superaban.

Así que no pudo guardarles rencor cuando atisbó el puerto, deslumbrando bajo los rayos del sol. No estaba seguro si se debía al hecho de poder atracar en tierra firme —al fin—, después de que la mayoría de los eldianos terminara devolviendo más de una comida por la borda, pero los colores en esa pedacito de Marley resultaban vibrantes, y su vocabulario se quedaba corto para nombrar los diferentes tonos.

Divisó a las personas, con colores de piel tan oscuras como la de Onyankopon, o tan pálidos como Mikasa, creyó ver a alguien con piel amarilla. Los transeúntes iban de un lado a otro, lo que lo abrumaba, a pesar de que se seguía maravillando por las cosas más nimias. Agradecía que por lo menos podía guardar la calma, no como sus amigos que buscaban introducirse en las entrañas de un carro.

Pese a que, en cualquier otra situación le hubiera gustado guardarse para sí mismo, no pudo ocultar su entusiasmo, escuchando las explicaciones susurradas de Onyankopon, o las de Levi, que parecía más hablador para distraerse de la caterva a su alrededor. Por su parte, también exploraba todo un mundo de posibilidades, incapaz de decantarse por algo en específico.

Probó los helados con asombro, con las mejillas arreboladas y una pizca de cerebro congelado. La crema se derretía en su lengua y el dulzor se expandía por toda su boca. Estaba concentrado en no hacer un estropicio de sí mismo cuando notó cómo Connie tenía las manos pegajosas de helado derretido mientras Sasha se lo acababa a mordiscos. Apartó la mirada cuando vio a Mikasa y a Eren hablando cerca, susurrándose palabras que esperaba fueran capaces de amainar el semblante taciturno de su mejor amigo y, de paso, aplacar la preocupación de Mikasa.

Apenas se percató de cómo la muchedumbre lo empujaba lejos del grupo, un paso a la vez para no tropezar con nadie ni ser arrollado por un carro. Sin helado entre las manos, parpadeó cuando los perdió de vista. Se llevó un mano al bolsillo para cerciorarse de que su monedero estuviera todavía allí, suspirando con alivio porque quería confiar en que, si tenía dinero, podría movilizarse a cualquier sitio. Respiró profundo para tranquilizar el pánico inicial por haberse separado del grupo.

Estaba en una calle estrecha, tan angosta que un carro no pasaría, cubierta de piedras bien encajadas que le daban un aspecto rústico. Era flanqueado por edificios y casas que mantenían el mismo estilo empedrado, pero todo lucía bien cuidado y las flores en pequeñas macetas avivaban los parcos colores del adoquín. Algunas vecinas chismeaban de ventana a ventana, y, en el primer piso de varios hogares, las personas habían abierto toda clase de locales. Armin tuvo que controlarse cuando olfateó el agradable aroma de pan recién hecho.

Esa zona le parecía aún más pintoresca, más cálida. Evocaba el aire hogareño que no se había percatado que extrañaba desde mucho antes de todo, cuando aún era un niño y sus padres y su abuelo estaban vivos. Armin analizó a las personas con las que se encontró, quienes no ocultaron su sorpresa al ver una cara nueva; en general, lucían como los eldianos, quizás con ropa de colores más vivos y expresiones menos adustas. Se sonrojó cuando escuchó a un par de jovencitas mencionando de paso que era apuesto, y procuró no pensar en que también le habían dado un vistazo por atrás.

Un sitio seguro || Armin Arlert x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora