—Puedo caminar solo —farfulló Armin, amodorrado, pese a que la adrenalina le estaba acelerando el corazón.
A cierta hora de la noche —o de las horas en las que había decidido dormir—, un par de brazos lo levantaron de la cama para arrastrarlo por los pasillos. Le costó comprender qué ocurría, quizás por el efecto de los analgésicos que había tomado antes de dormir. Sin embargo, con más lucidez, empezaba a atar cabos sobre lo que ocurriría. Lo que había vaticinado hacía semanas cuando llegó la carta de Historia y lo que empezaba a ser más real a medida que se acercaba a Paradis en el aniversario del Retumbar.
Lo iban a torturar.
No estaba seguro de lo que preguntarían, pero se armó de convicción y valor para no decir nada. No podrían doblegarlo cuando él ya estaba doblegado por las circunstancias de la vida.
Sin embargo, no se esperó lo que ocurrió cuando lo arrojaron al suelo de una habitación empedrada, de rodillas frente a una silla con grilletes. Respiró profundo, mentalizándose. Otras manos fuertes, grandes, lo levantaron como si no pesara nada y lo sentaron. Se sorprendió cuando no lo sujetaron a la silla.
Frente a él estaba un hombre alto, con las extremidades tan largas que se asemejaba a un arácnido. Las luces azuladas de la piedra explosiva de hielo resplandecían en los cristales de sus lentes redondos, ocultando un par de ojos diminutos. Lo reconoció del puerto: Gibb.
—Estás equivocado —dijo él, como si fuera capaz de leer su mente—. Soy Elias, el gemelo de Gibb. Suelo tener un carácter menos explosivo y quizás por eso no llamé tu atención.
Armin separó los labios sin saber qué reponer a eso; lo recordaba vagamente del puerto, como un eco de los gritos de su hermano. Pero prefirió quedarse callado cuando el hombre se sacó un estuche con relucientes instrumentos del interior de la chaqueta. Contra su voluntad, su corazón se volvió a acelerar y su cuerpo hizo amago de intentar huir, pero permaneció en su sitio cuando el hombre le lanzó una mirada vitrificante.
—Serán diez días. Un número perfecto para un traidor como tú. Diez días, diez dedos. Es perfecto que la Reina haya elegido ese tiempo para tu ejecución.
—¿Qué? —susurró Armin.
—Como es la primera vez, ¿con cuál quieres que empiece?
—¿No vas a preguntar nada? —musitó Armin con una nota de temor.
—¿Mentiras de un traidor? No, no es necesario. Nuestro grupo de inteligencia ya tiene la información suficiente.
Armin parpadeó y respiró profundo. Nunca le había gustado el dolor, pero era bueno soportándolo. Le tendió el meñique de la mano izquierda y prefirió recordar cuando Eren lo estaba enseñando a convertirse en titán, lo mucho que le costó morderse la mano, lastimarse a sí mismo. Admiró a Eren por hacerlo siempre y rescatarlos.
Ahogó un grito cuando Elias introdujo una finísima aguja entre la uña y el lecho ungueal. El dolor parecía electricidad, pero no se movió, no le daría el placer al hombre de verlo flaquear. Soportó cada una de las maniobras minuciosas en su dedo, con aguja finas que prolongaban los procesos y el sufrimiento. Se mordió el labio inferior hasta hacérselo sangrar mientras las lágrimas se le escapaban. Al final, casi no sintió cuando arrancó la uña con la meticulosidad de un cirujano.
Se sorprendió cuando bajó la cabeza y observó la sangre que manchaba los instrumentos y el suelo. Su dedo goteaba un segundo a la vez y se sintió mareado, más por la visión de su dedo magullado que por la pérdida de sangre.
—Será todo por hoy. Tendré el resto del día para idear la mejor forma de hacerte gritar.
Armin le lanzó una mirada de desprecio, pero no tuvo demasiado tiempo para reponer algo porque dos soldados entraron para arrastrarlo devuelta a la celda.
Bajo la titilante llama de la lámpara de queroseno, Gisela soltó un chillido cuando lo arrojaron de vuelta. Soltó otro más cuando vio el estado de su dedo.
—Yo... —Apretó los finos labios y luego alzó la mirada hacia Armin—. Curaré eso con lo que tengo, aunque realmente venía a ver cómo estaba la sutura en su muela.
—¿Sutura? —A Armin lo sorprendió escucharse la voz ronca—. Espera. No comprendo, por qué vienes todos los días si soy un prisionero.
—Oh... —Ella parpadeó dos veces y curvó los labios—. Son órdenes de la Reina; quiere que mis maestras se unan a los Jaegeristas.
—¿Un trato?
—Mis maestras podrían considerar su oferta si usted está bien hasta, bueno, el día de su ejecución. Ellos no buscan nada con usted, así que...
—Solo hacen esto por placer. —Armin se quejó cuando Gisela empezó a lavar la herida y la sangre que empezaba a coagularse—. ¿Pero tus maestras?
—No puedo decirle quiénes son. —Se encogió de hombros, pasando solución salina sobre la herida mientras le daba pequeños toques con una gasa—. Y tampoco puedo darle esperanzas de que alguien vendrá a rescatarlo. Solo están prolongando lo inevitable.
—Lo sé —dijo Armin, observando cómo sus manos se movían con firmeza, pero lo vendaba con delicadeza—. Gracias.
—¡No es nada! —aseguró ella con una sonrisa—. Ahora, abra grande, ¿sí?
Armin siguió las instrucciones, extrañado de que alguien lo mirara dentro de la boca con esa fijeza. La odontología era un concepto nuevo en el mundo, y lo sorprendía que en Paradis hubiera llegado.
—Aún le falta... ¡Tiene una higiene bucal muy buena!
—Ah... Pues... —Armin se sonrojó—. Entonces, ¿esa es tu tarea? ¿Cuidar de mí?
—Algo así. Además, la Reina no quiere que su rostro esté irreconocible cuando llegue el día.
—Historia... —suspiró y apretó los labios, sin querer creer que su relación se hubiera fracturado—. Pero los soldados podrían hacerte algo.
—Sé cuidarme sola. —Aseguró con una leve sonrisa—. Ahora, debería descansar.
Armin asintió, pero solo se sentó en el catre y apoyó la cabeza de la pared. Bajo su atenta mirada, notó que Gisela se ponía nerviosa, pero seguía revisando los frascos que llevaba en un maletín desgastado. No comprendía nada de la situación, de cómo estaba Paradis y de lo que parecía urdirse a la vista de todos, pero que nadie sospechaba.
Hasta los momentos solo tenía lo que Hitch había insinuado y la poca información de Gisela. Lo único que quizás podía asegurar era que ninguna había mencionado a la Reina con desprecio ni alevosía, solo como si se tratara de un nombre más, con extraña familiaridad. Además, tenía al menos a dos benefactoras que no sabía hasta donde podían ir por él.
No estaba solo.
Y, quizás, ese consuelo llevó a que su cerebro, inconscientemente, empezara a planificar su fuga.
Continuará...
¡Muchas gracias por leer!
N/A: Este capítulo es el más corto jaja Lo bueno es que es feriado, por lo que intentaré publicar unos cuantos capítulos más >.<
Ya casi termino el borrador de la historia y estoy entusiasmada >.<
¡Tengan una excelente noche! >.<
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Un sitio seguro || Armin Arlert x Reader
FanficCuando Armin y sus compañeros deciden embarcarse al otro lado del mar para infiltrarse en Marley, Armin jamás imaginó que él, precisamente de todos, se perdería en el primer día. Aunque en sus planes no estaba terminar en una tienda como jamás la ha...