Capítulo XXIX

478 57 6
                                    

Rico le había permitido a Gisela desplazarse a la casa de Mikasa cuando gustara, después de todo, ella también la instruía en defensa personal. Así que ahí había descubierto algunos matices de los que Armin le había hablado sobre su maestra.

Le gustaba verla recostada de los muebles o de Armin, lo que hubiera más cerca, para leer. Los dos años desde que se conocían la había visto estudiar sin descanso. También sonreía con más frecuencia y, cuando creía que estaba a solas con Armin, la escuchaba reírse.

Esa mañana se sorprendió cuando su maestra le ofreció pan recién horneado de una canasta.

—¡Lo preparé yo! —dijo ella con una sonrisa, aunque había un titubeo extraño en sus labios.

Por su parte, Gisela había pasado lo días estudiando cuanto podía, agradeciendo las anotaciones sencillas y útiles a los márgenes de los libros. Cerró el tomo con cuidado y escogió un pan con forma de medialuna.

—¿Quieres mermelada? —ofreció Armin, portando la sonrisa plácida que Gisela se acostumbraba a verle en el rostro.

Cuando Armin y su maestra estaban juntos, parecían sumergirse en una conexión que no terminaba de comprender. Eran su propio mundo y ella se sentía afortunada de presenciar cómo dos personas se podían querer tan cómodamente.

—¡Esta delicioso! No pensé que... Bueno... —Gisela prefirió engullir el pan antes de meter la pata aún más.

—¿Que cocinara bien? —bromeó (T/N), agradeciendo en voz baja a Armin por el té que le había dado.

—No quise decir eso, es que siempre comía cualquier cosa al punto que pensaba que tenía las papilas atrofiadas, Maestra.

—Comía frutas porque hay algunas personas que sí tienen las papilas destruidas. —Luego, giró el rostro hacia Armin—. Excepto Nicolo, ese sujeto cocina con la bendición de los dioses. No puedo creer que en mi arrogancia haya querido medir mis habilidades con las de él.

—Sé de varias cosas que prepararías mejor que él, como el café. —Armin tomó la canasta para devolverla en la encimera.

—Lo dices porque eres bueno conmigo.

—Porque es verdad —enfatizó él—. ¿Cómo te está yendo con los estudios? —dirigió su atención a Gisela—. Yo creo que estás más que lista para hacerte cargo del centro médico.

—El único problema que tiene Gis es que le cuesta actuar ante las emergencias. Sin embargo, para eso no hay mucho que pueda enseñarle. Solo sé que es más fácil lidiar con ello cuando confías en tus conocimientos.

Gisela soltó un sonido de frustración y cerró el libro.

—¡Pero usted siempre sabe cómo actuar!

—No es cierto —dijo Armin, mirando a su novia—. Suele tener una pequeña crisis de pánico hasta que respira y pone manos a la obra.

Gisela hizo un mohín y entrecerró los ojos en dirección a Armin. Empezaba a odiar un poquito lo bien que él conocía a su maestra. Al final del día, si se ponían a contar los minutos juntos, Gisela podía admitir que ella reunía más tiempo con su maestra que él. Pero, como lo había puntualizado Armin, él siempre la observaba, sin idealizarla.

—Tomaré su consejo de reforzar mis conocimientos —se decantó por decir Gisela mientras su maestra se reía al reparar en la mirada de reproche que le dirigía a Armin—. Debería ir a ver a las personas de la Ciudad Subterránea.

—No te olvides de ir a ver a nuestro recién nacido. Y tampoco de asegurarte de que la señora está bien, busca signos de infección o anemia.

—¡Sí! —Gisela se despidió con una sonrisa.

Un sitio seguro || Armin Arlert x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora