Capítulo IV

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Cuando despertó esa mañana, tuvo la sensación de que sería un mal día. No era como si se hubiera tenido que lavar la cara con agua fría, o que la leche se cortó o que encontrara un invitado indeseado entre su comida. No. Simplemente tenía la ligera impresión de que algo ocurriría, y fue ese vaticinio lo que alimentó su ansiedad y mal humor.

Salió a realizar sus entregas usuales para ese día, sin contratiempos. Regresó a la tienda a media mañana y molió el café y dividió el pie que había preparado la noche anterior. Atendió a todos sus clientes con amabilidad, pero sin su usual entusiasmo.

—Buenas tardes.

Mientras destilaba algunas sustancias para purificarlas y usarlas en sus medicamentos, escuchó la agradable voz de Armin bajo el sonido de las campanas de viento. Lo atendió igual que todos los días, pese a que el joven no le quitaba los ojos de encima, como si quisiera decirle algo por su actitud apagada.

De algún modo, al cabo de unos minutos, Armin halló el valor para hablar:

—Creo que tienes excremento de ave en la parte de atrás de tu vestido.

Lo farfulló tan rápido que a (T/N) le costó entenderlo. Sin embargo, cuando procesó sus palabras, enrojeció y el resto de su día fue en picado. ¿Por qué nadie le había avisado? Lo reprochó más cuando se fue a cambiar y vio el manchón blanco y verde en su vestido diario favorito. Quiso gritar, pero recobró la compostura para regresar al trabajo. No podía dejar reposar por más tiempo el antídoto antiofídico que estaba preparando.

Armin no podía concentrarse en la lectura cuando percibía que algo estaba ocupando la mente de la joven. Maldecía en voz bajita y tumbaba los instrumentos que usaba con facilidad. Además, fruncía ligeramente el ceño, pese a que procuraba disimularlo con su tono de voz suave mientras atendía a los clientes que entraban. Quería preguntarle si podía hacer algo por ella, pero cómo iba a hacerlo sin parecer un entrometido.

Sin embargo, vio la nota de terror cuando entró otro cliente. Se trataba de un joven un poco mayor que Armin, con el cabello pajizo y una expresión afable. Le llamó la atención su uniforme militar y el brazalete amarillo ajustado en su brazo izquierdo. Desvío la mirada cuando el joven asintió en su dirección con deferencia.

—¡Colt! ¿Qué haces aquí? —susurró, alarmada.

—¿Podemos hablar en privado? —Le sonrió, aunque su expresión forzada pareció forzada.

(T/N) lo contempló unos segundos y le hizo señas para que la siguiera hacia la cocina. Armin se cuestionó la relación entre ambos, y si ella estaría bien considerando su expresión, pese a que había recobrado el aplomo de a poco.

—Cuidado con el escalón.

—Ah, sí. Gracias.

Colt la siguió al interior de la cocina. Todo permanecía en perfecto orden y los ingredientes estaban almacenados en frascos de vidrio bien etiquetados. Si bien el interior no lucía tan claro como afuera, estaba aún más impoluto. Lo incomodó haber entrado con las botas sucias y estar consciente de que había marchado a ese lugar justo después de la práctica, sin siquiera haberse lavado.

—¿Qué haces aquí? —Su voz parecía luchar por mantenerse impasible, pero sus ojos la traicionaron.

—Sé que es arriesgado. —Se frotó las manos, permaneciendo justo debajo del dintel—. Pero hoy me dieron la noticia de que seré el próximo Titán Bestia y...

—Y la seguridad a tu alrededor será aún más justa... —(T/N) asintió, comprendiendo a qué iba—. Entonces, ¿tu hermano dejará de ser candidato?

—No, pese a que le dije que ya no era necesario, está empecinado en ello —habló, mortificado, pero agitó la cabeza—. Intentaré ponerte en contacto con otra persona para que no cortes tus suministros a los eldianos. Ya debes saberlo, pero cada una de tus medicinas ha ayudado a reducir la tasa de morbimortalidad.

Un sitio seguro || Armin Arlert x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora