Capítulo XXII

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Se odiaba.

Se odiaba por muchos motivos.

Y se sentía decepcionada de sí misma porque no era así como se había observado cuando era una niña.

Se odiaba desde que llegó a Paradis. Por su impotencia. Por ser consciente por primera vez de que no era capaz de salvarse a sí misma. Porque era débil y pueril.

Se odiaba por permitir que apagaran la esperanza con la que observaba el mundo.

Se odiaba por querer huir constantemente. Sin embargo, nunca tenía el egoísmo suficiente como para hacerlo.

Se odiaba por Armin. Le costaba comprender sus acciones porque nada de lo que había hecho encajaba con lo que ella creyó que haría. Quizás creer que lo conocía era una sobreestimación del poco tiempo que convivieron.

También se odiaba por cómo recordaba la calidez de su piel y cómo hallaba consuelo en los matices apacibles de su voz. Porque no podía obligar a su corazón a que no latiera desenfrenado cada vez que recordaba que estaba cerca de ella.

Se odiaba por un cúmulo de situaciones que empezaba a devorarla y solo le restaba seguir adelante, aunque sabía que tanta desdicha le pesaba en los hombros y apagaba su semblante.

—¡Maestra! —Gisela abrió la puerta del centro médico.

La chica estaba enfrascada en llamarla maestra, pese a que ella le había insistido en que no lo hiciera hasta darse por vencida. La había enviado para que interceptara al grupo liderado por los Blouse para que ratificara el estado de Connie.

Era una chica inteligente y aprendía rápido, aunque las habilidades con sus manos no eran las mejores y a veces era impulsiva. Aun así, la apreciaba por convertirse en una amiga, en alguien en quien confiar bajo las luces artificiales de la Ciudad Subterránea.

—El señor Springer sufrió una herida de bala en la pierna izquierda. No lesionó ningún vaso de gran calibre, pero sí ha perdido mucha sangre.

—¿Hay orificio de salida?

—Sí. —La chica asintió, pero apretó los labios—. No me atreví a suturarlo, así que solo cambié el apósito que estaba empapado por uno compresivo y canalicé una vía para pasarle líquidos.

—Está bien. —(T/N) asintió—. Nos encargaremos del resto aquí. ¿No hay más heridos?

—No. —Agitó la cabeza, decidiendo no quedarse parada en mitad de la sala cuando su maestra empezaba a recolectar toda la indumentaria para entrar al quirófano improvisado—. Primero hay que hacer un lavado, ¿no?

—Primero hay que detener el sangrado, luego limpiar y después podremos suturarlo... ¿Qué tanta sangre ha perdido?

—Pues... El llenado capilar estaba de unos tres segundos, tenía los pies fríos y las manos estaban bien, no había cianosis distal... Y estaba semiconsciente, como ansioso. Su frecuencia respiratoria estaba en veintiséis. La frecuencia cardíaca en 112... ¡Oh! Y la presión en 90/50.

—Está entrando en grado III. Maldita sea —masculló y se dirigió a Gisela—. Entraré con Anka, así que llámala, por favor.

—Pero... —Gisela quiso protestar, pero apretó los labios ante la mirada seria de su maestra.

—Y tienes que traer a Armin de nuevo para que nos ayude con otra pinta de sangre. —Se detuvo en mitad de la habitación y se frotó la barbilla—. Debe estar pesando unos 65 kilos, por lo que una pinta más de sangre...

—¡Cuidaré de él si se descompensa! —dijo Gisela, nerviosa porque sus estimaciones sobre el estado de Connie parecían haber errado—. Iré por ambos de inmediato.

Un sitio seguro || Armin Arlert x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora