Capítulo XX

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Armin la observaba, incrédulo, en un silencio tan tenso que parecía poder rasgarse si lo rasguñaba un poco. Sin embargo, supo qué hacer sin que ella siquiera se lo mencionara apenas entraron en una pequeña casa que hacía de centro médico.

Tomó asiento en un taburete y empezó a quitarse el vendaje mientras ella se dirigía a un estante de metal oxidado en uno de los lados para sacar una caja. Armin observó el papel que Gisela había doblado y vendado en su dedo medio. Estaba en blanco, así que pensó que quizás la tinta se borraba al cabo de algunos minutos o se leía usando alguna técnica. Admitía que era ingenioso, pero arriesgado hacer algo así, partiendo de una incipiente certeza de que él leería la situación.

Regresó a la realidad cuando la chica se sentó frente a él. Continuaba siendo tan hermosa como la recordaba, pero había dureza en su mirada y había perdido el esbozo de sus sonrisas fáciles en los labios. Tenía un sinfín de preguntas en la punta de la lengua, pero no sabía qué decir, por dónde empezar, y estaba mareado porque apenas reparaba en que tenía fiebre, probablemente por la infección.

Estaba abrumado porque creía que había muerto, que él la había asesinado, y no sabía qué esperar del inesperado reencuentro. Se sorprendió al descubrir la firmeza de sus dedos. Ya no temblaban como antes y preparó todo con más certeza que nunca.

Lo hizo tomarse un medicamento amargo después de evaluarlo. Después, limpió las heridas en sus dedos y chasqueó la lengua cuando valoró la masacre en su pulgar. Se quitó los guantes y sacó unos nuevos, estériles, y se colocó uno para ayudarse a cargar el anestésico. Verla de nuevo, tan concentrada, le destensó la lengua solo un poco.

—(T/N)... —pronunció su nombre como si trajera a la vida a un fantasma.

Pero no se esperó la mirada que le lanzó cuando sus ojos dejaron de rehuir los desconcertados de él y tampoco cuando la palma de su mano impactó contra su mejilla. La cachetada no le había dolido, ni siquiera había terminado de ladearle el rostro y no sentía la piel escociéndole, pero fue su expresión de reproche incomprensible lo que lo desarmó.

Ella lanzó una imprecación y se apresuró a tomar otro par de guantes para cambiárselos. A partir de ese momento, cooperó para que le anestesiara el dedo, para que le realizara un torniquete y empezara a suturarlo con una velocidad y precisión impresionante. Su mirada se empañó y sintió las lágrimas rodar por sus mejillas en silencio. No comprendía qué era lo que había hecho, pero el sentimiento de decepción que desbordaron en los ojos de ella en ese escueto cruce de miradas dolió más que cualquiera de sus penurias.

No dijeron nada más y Armin solo quería que acabara ya, que lo dejara ahí, que, si le iba a mostrar indiferencia, no estuviera curándolo con tanta delicadeza. No era justo la ambivalencia en sus acciones y tampoco los sentimientos que generaba en él porque la había añorado por tanto tiempo, que no sabía cómo proceder.

Al parecer, con el paso del tiempo, a medida que se hacían mayores, habían olvidado cómo tratar al otro.

Cuando terminó con su pulgar, procedió a limpiar con más cuidado sus otros dedos, colocó una crema antibiótica, y luego colocó una fina capa de plástico estéril que ajustó con esparadrapo para proteger el tejido descubierto. Después de botar todo, se paró, se retiró los guantes y se lavó las manos.

—Gisela se encargará del resto. Procura no hacer ninguna estupidez por una vez para que no se infecte. No quiero tener que volver a... —pausó y suspiró, dejó caer los hombros y agitó la cabeza.

Armin se secó las lágrimas, pero asintió, sin importarle que ella continuara dándole la espalda. Luego, ambos parecieron tranquilizarse cuando una cabeza pelirroja se asomó por la puerta y sus ojos brillaron al verlos a los dos.

Un sitio seguro || Armin Arlert x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora