Capítulo XXI

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—Te ayudo con eso.

Armin se estiró para bajar una jarra de la repisa más alta. Continuaba sin ser el más alto de sus amigos —a excepción de Annie y Pieck—, pero había una marcada diferencia de estaturas cuando se trataba de Gisela, que creía que apenas rozaba el metro cuarenta. Así que se valía de eso para ayudarla en cuanto pudiera, pese a que ella se negaba porque aún debía recuperarse. Pero Armin odiaba sentirse como un peso, considerando que los días pasaban y él solo estaba encerrado allí, acompañado a todos lados por Gisela.

—¡Señor Arlert! —reclamó con un puchero, mientras le arrebataba la jarra—. Debería estar descansando.

—Estoy harto de descansar. De no hacer nada. Ayudarte aquí no es nada... Es lo mínimo que puedo hacer a modo de agradecimiento por todo lo que has hecho por mí.

Gisela se enfrentó a sus prístinos orbes, pero no pudo sostenerle la mirada por más de cinco segundos hasta desviarla con las mejillas ruborizadas. Armin sonrió, satisfecho, por haber ganado la contienda. Así que se apresuró a pasarle los platos para el desayuno. Sin embargo, cuando iba a cerrar la puerta, Gisela dijo:

—Hay que colocar un juego más.

—¿Tendremos invitados?

A Armin se le aceleró el corazón porque, si bien no le disgustaba la compañía de Gisela o de su propia soledad, había muchas personas allá afuera con las que quería hablar. Gisela solo le respondió con una sonrisa, alimentando la curiosidad floreciendo en su interior. Su semblante mejoró a medida que transcurrían los minutos hasta esbozar una sonrisa cuando tocaron la puerta. Sin obtener una respuesta, una figura alta entró.

Armin repasó su rostro de nuevo, emocionado al confirmar que el semblante de Mikasa era mejor que antes, que la última vez que la vio. Ella le sonrió de igual manera, como si a su vez hubiera confirmado algo. Sin dudarlo, volvieron a abrazarse con cariño.

—Lo siento por no venir antes, estuvimos ocupados —se excusó Mikasa—. Y quería que descansaras.

—Eso es lo de menos, no me hubiera molestado. —Armin se desembarazó de sus brazos y curvó los labios, atisbando un brillo al fondo de sus oscuras pupilas—. Te ves espléndida.

Mikasa parpadeó y un rubor espolvoreó sus mejillas. Una sonrisa tímida se asomó por sus labios.

—Armin, a ti te ha sentado bien estar fuera de las murallas.

Él forzó una sonrisa porque, si bien había estado en lugares impresionantes, su estilo de vida implicaba someterse a demasiado estrés psicológico. Dudaba mucho que se viera bien. Menos considerando sus días cautivo, pero agradeció sus palabras porque sabía que Mikasa no le mentiría.

—Señorita Mikasa, espero que haya amanecido bien —Gisela, que había terminado de servir la comida, habló con entusiasmo, sus ojos refulgiendo admiración.

—Sí, gracias por cuidar de Armin.

—No es nada, considerando que el señor Arlert parece no poder quedarse tranquilo.

—No me sorprende —Mikasa dijo con tono bromista—. No es usual en él aceptar bondad sin ofrecer la misma a cambio.

—Disculpen por no querer convertirme en un peso muerto —se excusó Armin, poniendo los ojos en blanco—. Además, ayudarte a bajar los platos de la alacena no implica demasiado esfuerzo.

Los tres se sentaron para comer. Compartieron anécdotas sobre el pasado, el que compartían, hasta que sus platos se vaciaron y Gisela se marchó con la excusa de que tenía que ayudar con el equipo médico.

Cuando Armin y Mikasa se quedaron solos, ambos se observaron con nostalgia hasta que Mikasa le dirigió una sonrisa leve.

—He escuchado sobre todo lo que has hecho desde que nos separamos. Ha sido grandioso, pero también muy arriesgado. Y, pese a ello, te agradezco mucho.

Un sitio seguro || Armin Arlert x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora