CAPITULO 18 - "Primer y Ultimo intento"

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"El que se aferre a su propia vida, la perderá, y el que renuncie a su propia vida por mi causa, la encontrará"

Mateo 10:39



Finalmente, el día llegó. Miércoles, toda la tortura parecia cobrar finalmente un sentido.

Todo se acomodaba para este día tan especial. Homero había pensado en todo y para su suerte, así fue.

Martin se levantó y fué al baño.
Homero ya estaba despierto, no pudo pegar un ojo en toda la noche. En cuanto la puerta del baño se cerró, pegó un salto de la cama y se dispuso a revisar en aquel cajón.
Pegada con cinta, en la parte de arriba, estaba el arma que Homero vió. Sin pensarlo dos veces, la tomó y la llevó a la cama.

Minutos después Martin salió del baño, para prepararse su café.

Homero no tuvo el tiempo suficiente para revisar si el arma tenía balas, o si tenía el seguro puesto. Debía dejar eso a su suerte. Así que mantuvo el arma con el todo el tiempo, por si algo salía mal. La escondió entre el pantalón, por debajo de la remera.
Fue a la cocina para desayunar y levantar la menor sospecha posible, según el. Ahora debía sentarse en esa macabra mesa de nuevo, le era imposible no imaginarse aquella espeluznante escena.
Como si las imágenes solaparan encima de la realidad y viera el cuerpo moribundo de la chica en el suelo.

–Buenos días Homero -Le dijo Martin-

-Buenos días -respondió-

Se sentó y sorbo a sorbo, terminó su taza de café.

–No estoy seguro, pero creo que saldremos de aquí a las 11:15. -Dijo Martin-

–Claro, Y…. ¿Bart sabe algo de esto?

–Aún no los llamé, espero que no los hayan matado, eso sería el doble de problemas de los que ya tengo.

Martin se dirigió al teléfono de la casa, el cual estaba entre la televisión y una vieja planta de Lirio de la Paz.

Marcó a Marcus unas 3 veces, y al no recibir respuesta, colgó de un golpe.

–¿No responden? -Preguntó Homero-

–No. ¿Y por qué tanta curiosidad de repente?

Homero tragó saliva.

–Es que no hablo con Bart hace semanas.

–No te creo nada. -Le dijo Martin mientras se acercaba a Homero- ¿Por que te preocupa tanto si responden o no?

–Ya te lo dije.

–No estarás tramando algo, ¿Verdad Homero? 

Estaba ardiendo de calor, no sabía qué decir, fuertes espasmos recorrían desde sus piernas a su torso a causa de la ansiedad que tenía. Cuando todo parecía perdido, el ruido del teléfono lo salvó.

Rriiiing.

Martin atendió.

–¿Que mierda estabas haciendo?...
Si me entere, Si. -Martin se movía de lado a lado ansioso, cosa que no era de él - Ahora mismo vamos allá, estupido.
¿De la nada?, Si hubieras contestado mis llamadas sabrías que hoy nos íbamos, Imbécil.

Entonces Martin colgó de un golpe, de nuevo.

–Ahí contestaron, mocosos inservibles.

–¿Bart está bien? -preguntó Homero preocupado-

–No se si estaba con Marcus, pero supongo que si esta bien. 

Homero hizo un gesto de alivio.

–Y Homero, recuerda. si alguien pregunta, todo fue un secuestro. ¿Entendido?

Homero asintió y caminó hacia la habitación, con cierto alivio. Solo le quedaba una parte del plan y podía volver con su querida familia.
Esperó impaciente en la cama hasta que Martin dio la orden de que se iban

Mientras caminaba detrás de Martin, tanteaba el arma para que esta no se cayera. Primero Martin subió al auto y luego Homero. Como lo había planeado, se sentó detrás del asiento del conductor.
Eran aproximadamente las 11 y no se veía gente alrededor. Homero pensó que era el momento perfecto para dispararle, porque en el trayecto y con el auto en movimiento, podría fallar el tiro. Con su mano en el arma, veía que Martin estaba anotando algo en un papel, estaba distraído, era el momento perfecto.

Homero tomó su arma y la apoyó lentamente en el respaldo del asiento de enfrente, donde estaba Martín. Estaba a la altura justa, la bala mataría a Martin al instante. Homero tomaba grandes bocanadas de aire, preparándose para terminar con todo esto. pero lo que no notó por la euforia del momento, es que Martin lo estaba mirando por el retrovisor.

Estaba totalmente serio, pero su mirada expresaba el más profundo odio. Homero sabía que ya había metido la pata. Se paralizó tanto que apretar el gatillo, parecía una labor imposible. el nudo de angustia que se apretó en su vientre, lo dejó helado y el miedo creció exponencialmente. 

Martin se giró y golpeó el arma para arrebatarsela, esta cayó al suelo del auto.

Homero entró en pánico, su primera reacción fue abrir la puerta del auto para correr. Cuando salió, su pie quedó atorado con la puerta y tropezó. Intentó reponerse lo más rápido que pudo, pero Martin ya había salido del auto también y estaba muy, muy molesto. 

Homero al verlo echó a correr, pero su terrible estado físico lo dejó servido en bandeja. Más temprano que tarde, Martin lo alcanzó y lo tiró al suelo. Se montó encima de él y puso sus dos rodillas encima de los  brazos de Homero para que no pudiera zafarse.
Ahora, que ya estaba a su merced, Martin comenzó a golpearlo lo más fuerte que pudo.

El sonido del golpe seco de los puños de Martin, parecían tener cierta reverberación en el ambiente, los pájaros que merodeaban tranquilos, en un abrir y cerrar de ojos volaban alterados.

Homero no podía hacer más que mover la cabeza para intentar esquivar los golpes, pero era en vano. los puñetazos hacían que su cabeza golpeara en el macizo asfalto, esto le hacía sentir que iba a reventar.

Martin lo golpeó y lo golpeó, hasta que decidió frenar, y reír.

–Jejeje, Jajajaj. Que estupido eres.

Homero tenía su cara hinchada, con varios moretones y su nariz desprendía chorros de sangre.

–B… Basta por favor

–Yo te dí la oportunidad, no creí que fueras asi de idiota.

–P… Por Favor… Basta… -Le decía Homero mientras escupía sangre, su cabeza le dolía tanto que parecía que una bomba había explotado ahí dentro-

–No tienes más oportunidades, me cansé.

Martin le pegó un puñetazo en el estómago, y lo tomó de la ropa para llevarlo de nuevo al auto. Lo metió en el asiento de atrás, y arrancó hacia Springfield. No había problema con tener un rehén ensangrentado en la parte de atrás, en la frontera de Shelbyville no habían policías, solo largos camiones que transportaban mercadería.
Martin no tenía de qué preocuparse, Homero por su lado sí. Pero más que preocupado, Homero ya se había rendido. Se encontraba boca arriba, acostado a lo largo del asiento trasero. Ya lo había intentado todo, soportó lo peor que pudo soportar y no sirvió para nada.

Su cabeza retumbaba a palpitantes dolores, que para su desgracia, eran increíblemente punzantes. Su nariz, ahora toda hinchada, hacía que su respiración se viera entrecortada y respirara por la boca. Ahora todo se fué al garete, y de nuevo Homero, se echaba la culpa una y otra vez. Pero prefirió pensar que dejaba su suerte a algún Dios, si es que existía. nunca creyó, pero en un punto tan bajo, la esperanza era lo último que se perdía.

Sus últimos pensamientos, fueron interrumpidos por un ruido inconfundible de una especie de camioneta derrapando.

Martin, pegó un volantazo y frenó de golpe también. A todo esto, dolorido, Homero se levantó y se sentó. Una vez recompuesto, vió que en frente suyo en la carretera, una camioneta negra desteñida estaba cruzada en mitad del camino.

SpringfieldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora