Capítulo 16

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—No seas ridículo, claro que no. Deja de pensar estupideces —le grito a Julio. Tenía que devolvérsela.

No sé por qué sus comentarios tan bobos me molestan. Salgo al jardín, a mi silla de siempre, a tomar un poco de aire y sobre todo despejar la mente. ¡Qué diablos le pasa a esa loca de Isabel! Y, por supuesto, al tonto de Julio.

—¿Por qué siempre que te encuentro en este lugar cuando estás molesta? —me pregunta Arek, que de la nada sale de los arbustos.

Ver a este chico me provoca mucha paz, mi enojo siempre se disuelve.

—Es que siempre que salgo aquí, es justo cuando estoy molesta, el aire, las flores y estos árboles me ayudan a tranquilizarme.

—Es un lugar especial, siempre lo he dicho.

—Y yo siempre te encuentro aquí.

—En estas pequeñas mesas y sillas, solíamos sentarnos a jugar cartas, ajedrez y todos esos juegos tontos, mi hermano y yo.

Ya veo por qué venía tanto, y si es que no lo mencioné antes, este lugar se convirtió en mi parte favorita de la casa. En el día, por la tarde, en medio de la noche, estaba por este lugar y Arek aparecía de vez en cuando, si no es que siempre.

—¿Lo extrañas? —le pregunto, temiendo estar invadiendo demasiado su privacidad.

—Demasiado, es tan loco pensar que en unas horas ya estará aquí, tanto tiempo sin él, parecía como si hubiera fallecido, así se sentía, por eso es que muchos aún no lo asimilamos, asusta.

—¿Qué te asusta?

—Que ya no sea el mismo, ¡qué todo esto! —señala con sus manos la casa y los alrededores. —Lo hubiera convertido en alguien frío, duro y sin sentimientos.

—¿Por qué sería así? —pregunto angustiada.

—Porque mi padre un tiempo fue así, y en su lugar ahora está mi hermano, eso asusta.

No sé ni que pensar. Es curioso que Arleth y su hermano comparten el mismo sentimiento, la misma angustia por todos estos problemas que causa vivir en esta casa, en esta familia.

—No te preocupes, seguramente seguirá siendo el mismo. Taddeo me dijo que su hermano Agustín siempre lo está persuadiendo a que haga cosas buenas, que estén sus pies en la tierra, y cosas así. Taddeo es una buena persona, está algo loco, pero creo que es razonable, y me imagino que su hermano debe tener las mismas características, son muy parecidos a pesar de solo haberlo visto una vez. Pienso que no solo es un empleado más o su mano derecha. Es su amigo, así que dudo que tu hermano se deje llevar por todo esto —hago la misma seña que él hizo con sus manos.

Él solo sonríe.

—Creo que tienes razón.

—Yo siempre la tengo —le devuelvo la sonrisa.

—Gracias Mia, eres buena amiga.

—No es nada —le doy un pequeño abrazo, que él lo hace más fuerte, supongo que sí le preocupa mucho lo que me acaba de contar.

En las próximas horas, le ayudo a Francisca a cortar algunos vegetales, traer la vajilla, limpiar los cubiertos, que me "imagino" deben ser de plata. Aporto en lo que puedo, aunque ya me he llevado algunos regaños de Magda, porque yo, no debo de hacer nada. De pronto el radio de todos comienza a sonar, los que estamos trabajando cerca nos volteamos a ver, sabemos lo que eso significa.

Ya llegó.

Todos estamos hechos un desastre. ¡Por supuesto, estamos trabajando! Todos vamos al baño para arreglarnos el cabello, lavarnos los dientes y por supuesto las manos. Mi overol está un poco sucio, noto el de los demás y están horribles. ¡No hay tiempo! Pero creo que deberíamos cambiarnos. De pronto, llega Dinora, toda roja y sin aliento, con los overoles de cada uno de nosotros. Todos la miramos encantados y le agradecemos infinitamente, nos cambiamos lo más rápido posible y subimos las escaleras casi volando. Cuando llegamos al pasillo, la mayoría ya está posicionada, nos colocamos en fila y yo quedo al final. Marcello el mayordomo, abre las dos grandes puertas. Magda, lista y sonriente, sale a los primeros escalones, y vemos cómo la camioneta se estaciona donde el otro día terminé estacionando el lambo. ¡Wow qué genial se sintió eso!

La Décima Sexta ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora