Capitulo 62

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—¡¿Quién es?! —grita alguien.

—¡Yo! —maldita costumbre. —Mia.

—¡¿Quien?!

Se abre la puerta y puedo ver a una mujer cerca de los 50, chaparrita, tez blanca, con ligeras canas y con un mandil de flores.

—¿Tía Lupe...?

Ella me mira impactada, es claro que no esperaban mi visita.

—Mia... —susurra. —¿Eres tú linda?

—Si —respondo entre lágrimas.

—Ven aquí —me da un fuerte abrazo. —Que hermosa eres... ¡has crecido tanto!

—Te extrañé tía —sollozo.

—Y yo a ti mi reina.

—¡¡Quien chingados tocó la puerta, mujer!! —grita mi abuela, que viene del pasillo con pequeños pasos.

—¡Mamá, es Mia!

—¿Quién? No te escuché.

Ella se separa de mí, y se hace a un lado para que mi abuelita pueda verme.

—¡Oh! —exclama. —¿Eres tú mi niña?

Yo asiento con la cabeza y corro abrazarla.

—Abuelita... —continúo llorando.

—¡¿Por qué no habías venido condenada chamaca?! No tienes idea de lo mucho que estábamos preocupados por ti.

—Perdóname abuelita, no volverá a pasar.

—¿Ya comiste?

—No —me limpio las lágrimas.

—Me alegra escuchar eso, hay tamales.

Me comienzo a reír llena de felicidad.

—Me quedaré unos días, ¿está bien?

—Puedes quedarte toda la vida si quieres, ya sabes que en esta casa sobran habitaciones.

Y es verdad, la casa de mi abuelita es muy conocida en el pueblo por ser una de las más grandes, se dice que hace muchos años fue una pequeña hacienda. Hay demasiado jardín.  

—¿Cómo has estado allá en la ciudad? —me pregunta mi tía, ayudándome con mi pequeña maleta.

—Algo sola, pero bien.

—¿Quién es él? —pregunta mi abuela, que mira a Carlos de mala manera.

—¡Oh! Lo olvidé, su nombre es Carlos.

—¿Es tu novio?

—No —comienzo a reír de los nervios. —Él es...

—Soy su asistente.

—¡¿Asistente?!

—Si, mi asistente. Conseguí un trabajo y me ha ido bien, estoy tan ocupada que necesito apoyo.

—¡Oh! —responden ambas.

—Porque mejor no te vienes pá cá, que pierdes tiempo allá sin nadie, aquí puedes encontrar trabajo —dice mi abuela, sirviéndome un poco de champurrado. —Y sin tanta presión.

—No me parece mala idea —la apoya mi tía.

—Lo que pasa es que...

—Come, come, ahorita nos sigues contando —me dice mi abue, dejando la taza frente a mí.

—¡Mamá, la gallina se volvió a salir a la calle! —grita un niño.

—Manuel, te dije que cerrarás bien el gallinero —responde mi tía. —¡Ven para acá!

La Décima Sexta ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora