Capitulo 65

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Avanzo por el pequeño camino de pétalos de rosas blancas, puedo verlo, luce guapísimo, sus ojos brillan y sonríe tanto que seguramente más tarde le dolerán sus mejillas.

—Tranquila —me susurra Agustín.

Debe decirlo porque no he dejado de temblar, estoy a tan solo unos pasos. A mi derecha se encuentran sentados todos mis compañeros y del lado izquierdo todos los integrantes e invitados de la familia Marcerano.

—Es un enorme placer acompañar a esta bella señorita al altar, hacemos entrega de su mano —recita Taddeo frente a Abrah.

—Cuídala mucho —añade Agustín, se dan un pequeño apretón de manos y luego un ligero abrazo.

—Gracias —responde Abrah, ligeramente me sonríe, es como si estuviese diciendo "gané".

Toma mi mano y no puedo evitar el nerviosismo, no sé si él está en la misma situación que yo, porque nuestras manos unidas parecen bailar una cumbia. Nos acomodamos aún más cerca del dichoso sacerdote y con una ligera mirada le indicamos qué estamos listos.

La ceremonia es realmente rápida o al menos así la siento yo, no me he soltado de su mano y aunque trato de poner atención a todo lo que dice el sacerdote es inevitable pesar en otras cosas, como en la fiesta por ejemplo y lo que ocurre después de la fiesta. Estoy tan impaciente qué mis zapatillas han quedado enterradas en el pasto del jardín.

—Qué Dios los acompañé —exclama el padre. —Un aplauso para los novios.

Nos giramos lentamente hacia los invitados y todos chiflan, aplauden y gritan miles de cosas, al final sellamos con un pequeño beso que provoca aún más escándalo.

—¡Felicidades! —me dice mi suegra, ¡así es mi suegra!

—Gracias Anelle —respondo con un abrazo.

—¡¡Cuñada!! —grita Arleth desde su asiento.

Todos los demás invitados comienzan a hacer fila como si estuviese regalando cosas.

—Amiga, la ceremonia estuvo muy linda —dice Nora con un abrazo tan fuerte que termina sacándome el aire. —Felicidades, te quiero muchísimo.

—Yo también te quiero amiga —comienzo a sentir unas ganas inmensas de llorar, pero debo controlarme.

Después de saludar a todos y recibir sus buenos deseos me quedo parada junto a mi mesa, observando a todos a mi alrededor, sí que es mucha gente.

—Ven aquí —llega Abrah abrazándome por detrás provocándome leves escalofríos. —¿Cómo te sientes?

—Extraña —sonrío. —¿Y tú?

—Igual, nunca antes había estado casado.

Comienzo a reírme, busco su mirada y me quedo mirando su rostro, mucho más allá de sus enormes ojos.

—¿No se supone que ya lo éramos? —le susurro en el oído.

—Es correcto, solo que, por lo legal, ahora estamos casados ante Dios.

—¿Cuándo...? Ya sabes... ¿hicimos aquel contrato? Espera, ¡¿Hiciste papeles?! ¡¡¿Reales?!!

Asiente con la cabeza.

—Tengo un conocido.

—Debí imaginarlo.

—Tenía que ser precavido —me acaricia el rostro, mirándome provocativo. —¿Quieres...?

Vuelve mi risa.

—¡¿Hablas enserio?!

—¡¿Que tiene?! Ya estamos casados.

La Décima Sexta ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora