14. 𝙀

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Veintiséis de diciembre.

El silencio que nos acompañaba siempre era agradable, porque dentro de él se refugiaba una complicidad muy difícil de explicar con palabras.

Solía creer que las cosas que iban rápido no funcionaban. Cuando leía libros me costaba ponerme en la piel de las protagonistas y profundizar en su historia como si fuera mía cuando iba a una velocidad desmesurada. Como por ejemplo, cuando en el décimo capítulo, página cien, aproximadamente, ya se besaba con el otro protagonista. Me parecía demasiado irreal. ¿Cómo dos personas iban a crear un vínculo tan mágico, especial e inigualable en tan poco tiempo?
Amor a primera vista, almas gemelas...
Ficción.
Pero luego comprendí que no era así.

Sunghoon y yo no éramos los protagonistas de un libro de amor, pero sí que estábamos creando una historia bastante curiosa entre chica viva perdida en una de tantas sendas de la vida y fantasma encerrado en un bosque donde ella solía ir siempre.
Comprendí, por ende, que sí era posible conectar con alguien en poco tiempo, sobre todo si el destino estaba del lado de esas dos personas, o en contra, porque aún no lo sabía.
Sobre todo si parecíamos estar relacionados.
Especialmente si nos conocimos cuando él murió y yo tuve un extraño, peculiar y oportuno poder que me permitió verlo y animarlo.
Y desde entonces pasábamos casi todos los días juntos, compartíamos un lugar, y no era difícil que nos conociéramos tan bien sin haber recorrido todo el mapa de la vida del otro.

Él caminaba a mi lado. Sus silenciosos pasos, al no escucharse, harían a cualquiera que pudiera verle olvidar que estaba ahí, pero yo no pasaba por alto ese detalle en ningún momento. Al contrario, todo lo que hacía era girarme para observarle detenidamente durante segundos y luego reorganizar mi mirada hacia el frente, hacia el bosque.

Las calles de Blue Valley siempre fueron tan rurales y pintorescas que me sentí acogida en ellas la mayoría del tiempo, pero llevaba unos días con la única sensación creciente y constante de querer salir de ellas, y mi refugio, que pertenecía al pueblo pero que era un lugar completamente distinto, era el bosque. El famoso bosque de Blue Valley.

—Chloe.

Había algo que despertaba en mi interior cada vez que me llamaba.
Puede que fuera la forma en la que decía mi nombre, como si cada segundo que invirtiera pronunciándolo mereciera totalmente la pena, lo que hacía que esas emociones cobraran vida.
Lo mencionaba como si fuera bello.
Como si lo amara tanto como dijo hacerlo.

—¿Sí?
—¿Alguna vez has salido de Blue Valley?
—No. Es curioso, mamá sale un par de veces todas las semanas, y yo nunca.
—Vaya, ya somos dos. ¿Y a dónde te gustaría ir?

Mi respuesta podía llegar a parecer infantil, o tal vez irreal, demasiado fantasiosa por mi parte. Una mentira. Pero era Sunghoon, y si no me creía o no lo comprendía, estaría bien, porque de cualquier forma se mostraría convencido, no juzgaría y no objetaría.
Él era el verdadero paso hacia la calma.
Pero una calma distinta, una que, en vez de ser asfixiante, era reveladora y tranquilizadora.

—No quiero salir de aquí. Nací aquí y desde entonces me siento muy unida a este pueblo. Además, no soportaría pasar más de un día sin visitar el bosque.

Porque antes pasaba días sin entrar y, aunque me sentía incompleta por una pieza faltante de mí, no pasaba nada. Ahora era distinto. El estar cada vez más unida de una forma no metafórica al bosque comenzaba a ser incluso dañino, porque quería pasar tanto tiempo allí que no podía.

Lo miré para ver su reacción.
Su rostro no se inmutó, a falta de una pequeña curva que se pronunció en sus labios. Era tan radiante que me recordó a la luna en alguna de sus formas inconclusas, sonreí también y tomé ese pequeño gesto emocionante como una respuesta maravillosa.

Vi que estábamos a punto de entrar al bosque por esa llamativa entrada rodeada de hiedras en medio de una de tantas aceras del pueblo, y cerré los ojos.
Me permití limitarme a sentir esas sensaciones que abarcaba el lugar, mi lugar.
Entramos, supe que Sunghoon se mantenía a mi lado porque, curiosamente, su cuerpo también brillaba más de lo normal y relucía instantáneamente cuando cruzaba ese umbral hacia un mundo totalmente distinto. Era como un portal. Por lo que su brillo traspasaba mis párpados y era capaz de notarlo incluso si no lo veía.
Entonces, al pasar, la frescura de la humedad me acogió el cuerpo, me abrazó. La corriente eléctrica, satisfactoria, dulce y fría crecía por mis piernas con cada paso. Alcé el rostro sin abrir aún los ojos y recibí las copas de los árboles, boscosas y abundantes, con ese característico olor a vegetación y corrientes de agua. Era un olor que me recordaba al color verde, sin razón alguna, y no precisamente porque el sitio fuera un bosque, sino porque relacionaba ese color a los soplidos de esperanza, a las motas de musgo, a los olores frescos del rocío, la noche, el relente, las cascadas y las verduras.
Y digamos que el olor del bosque era una mezcla de todo eso con un toque especial que no sabía descifrar, pero era tan natural y mágico que, a pesar de ser punzante y penetrante en las fosas nasales, me encantaba.

Era típico en mí aprovechar mi tiempo libre de formas "raras" como, por ejemplo, relacionando a cada cosa colores, y es por eso que a aquello ya le tenía el verde asociado.

Entonces abrí los ojos. Sunghoon estaba a mi lado, me di cuenta de que caminábamos en otra dirección que no era la del lago, ambos un poco perdidos pero sin importarnos demasiado.

Y al mirarlo a él, desde el primer momento, entre aquellos arbustos, con el alcohol martilleándome la cabeza, supe que su color era un azul claro y suave.

Cada vez que le miraba, inevitablemente pensaba en objetos, situaciones, lugares y elementos abstractos completamente alejados de esa rutina a la que estaba sometida y que nunca me gustó. De la que siempre quise escapar, y él era mi escapatoria.
Cosas nuevas, así como él, o cosas a las que nunca les presté tanta atención como lo hacía desde que lo conocí.
Estrellas.
La presión del agua de una cascada en constante movimiento, la espuma que esta genera cuando llega al lago.
Un cielo azul oscuro repleto de pequeños espectros brillantes.
Corazones revoloteando a mi alrededor.
Mariposas.
Emoción.
Sentimientos distintos a los de siempre.
Nubes de algodón.
Helados de nata.
Nieve.
El bosque, parte de mi rutina pero también mi forma de escapar de ella.
Hielo.
El momento exacto en el que se siente un cambio radical con respecto a algo.
Películas en blanco y negro sobre épocas más elegantes y menos confusas.
La luna.
Y el azul.

Así que, resumidamente, Sunghoon era el reflejo de todas aquellas cosas que me gustaban por encima de otras, y también era quien estaba haciendo que me diera cuenta de lo mucho que amaba esos pequeños detalles.

—Eh, Chloe, mira. —alcé la vista saliendo instantáneamente de mis pensamientos al percatarme de que no estábamos en una parte del bosque que me resultara familiar—. Como tú. —señaló hacia el frente: una estatua, haciendo que me fijara en que era la figura de una mujer, o una niña, o tal vez una adolescente. Con alas.
Unas alas peculiares, una de ellas de ángel, y otra de mariposa, con un leve tono azul desgastado y roturas por su limbo, mientras que la de angel, claramente de color grisáceo ya que la estatua era de piedra, tenía tallados los detalles de las plumas con una peculiar iridiscencia delicada en cada borde.

Fijándome más detenidamente, vi que estaba envuelta en enredaderas, completamente perdida en un corazón oculto en medio de una de tantas arboledas al que llegamos sin ni siquiera planearlo. Había un poco de polvo en ella, pero un río cercano hacía que le llegara humedad y le salpicara agua, por lo que estaba relativamente limpia, aunque cubierta de vegetación y musgo. Una de sus manos estaba extendida con gracia y delicadeza hacia el cielo, y en ella un singular fenómeno tenía lugar: mariposas se posaban en su dorso petrificado, pero no solo vivas, también muertas y también lo que parecían ser mariposas disecadas e incrustadas, todas de ese azul marino y vivo. Todas de la misma especie.

"Como tú".
Ruborizada e inconsciente de mis actos, abracé a Sunghoon, intenté deslizar mis brazos por su figura con la inútil esperanza de sentirle, pero no fue así. Sin embargo, él sonrió y me correspondió.

Me separé para volver la vista hacia aquello.
Estaba sin palabras, y la única forma que tenía de expresarme eran los actos y mi rostro.

Me fijé en que, como toda estatua o monumento, tenía, en la base sobre la que estaba, una etiqueta de mármol con su nombre grabado. Me agaché para leerla.

La niña que soñaba con ser una mariposa y aprendió a volar.

...

𝐈 𝐅𝐄𝐋𝐋 𝐈𝐍 𝐋𝐎𝐕𝐄 𝐖𝐈𝐓𝐇 𝐀 𝐆𝐇𝐎𝐒𝐓 | Park Sunghoon ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora