18. 𝙇

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Diez de febrero.

—¿Sabes qué?

Giré levemente el rostro hacia su espectro. Apoyé las manos sobre cada una de mis rodillas alzadas, expectante.

—Una vez escuché que llaman a este el bosque de las mariposas.

Me estremecí ante sus palabras sin ni siquiera comprender por qué. Tan solo sonreí después, porque era entendible a pesar de ser una coincidencia considerablemente aterradora; las mariposas abundaban en el bosque, había tanta vegetación y un clima tan apropiado que sus rincones estaban plagados de estas. Las mariposas azules, las Morpho.
Y no solo ellas, sino también sus espíritus.

Volví mi vista nuevamente hacia la orilla del lago, fijándome en cada detalle que ya había memorizado hacía un tiempo, pero que seguía tratando de plasmar con incluso mayor detalle en mi mente; el césped, el bordillo exacto en el que pasaba de haber hierba a haber tan solo tierra húmeda y esta uba descendiendo en una diminuta inclinación hasta que era cubierta con el filo del agua de la superficie. Cristalina, limpia, con los peces nadando bajo esta y mi reflejo hundiéndose y distorsionándose en azul.
El reflejo de Sunghoon, por el contrario, era casi imperceptible. Casi, porque percibo su brillo plasmado incluso en el lago, como si no bastara solo con que su alma se encerrara en este lugar, sino que también era necesario que pequeñas partes de lo que quedaba de él lo hicieran. Tal vez estaba delirando.

—Cierto... —me reí amargamente al recordar la ironía encerrada en el hecho de que él era un fantasma y yo una persona de carne y hueso—. Se supone que no debo verte.
—Es... —se tomó unos preciados segundos para meditar sus palabras, con un aire de interés y aquella aureola de brillo resplandeciendo—. ¿Nuestro pequeño secreto?
—Bueno... digamos que no es un secreto del todo, ¿no? Lo saben más... personas.

¿Cómo podía costarme pronunciar la palabra "personas" para referirme a mis amigos?
Estaba encerrada. Encerrada en un poder sobrenatural que estoy segura de que habría deseado tener de haber nacido como cualquier otro ser humano normal, pero teniéndolo, era como vivir en el infierno y tener la mano en el fuego constantemente.

—Saben que nos conocemos —dijo, con una simpleza asombrante—. Pero ¿saben lo que hay entre nosotros? Esta amistad, esta complicidad y la forma en la que sabemos tanto del otro que asusta, porque ni siquiera nos lo hemos contado todo. ¿Eso... lo saben? ¿Saben esto?
—Joder, me encanta cuando me dejas pensando.
—Esa boca. —Sunghoon se echó a reír, pude permitirme entonces mirar descaradamente y asombraza por su belleza los colmillos algo afilados que adornaban su dentadura perfecta; las finas curvas de sus labios al reírse con amplitud; sus pequeños hoyuelos; sus ojos formando medias lunas al reírse—. Bueno, es que todo lo que encierra una relación, sea amistosa, sea romántica, sea buena o sea pésima, es algo que solo saben las dos personas que la conforman. Solo esas dos mitades entienden completamente el vínculo y, en la mayoría de ocasiones, ni siquiera lo entienden del todo, porque no pueden comprenderse al cien por cien entre sí.

Solté mis rodillas y me eché hacia atrás, terminando acostada en el suelo. El césped me humedeció la espalda. Sunghoon se aproximó.

Lentamente, cerré los ojos cuando su brillo estaba muy cerca de mí, él agachado sobre mi rostro. Pude sentir su mirada curiosa aunque no pudiera verla porque cegaba de esplendor. Podía imaginar su pelo fantasmal inclinándose hacia abajo y formando un movimiento celestial. Los lunares de su rostro situados blanquecinos en este. La gentileza de sus movimientos cuando me apartaba el pelo de la cara y también el de detrás, y extendía este hacia el césped, acariciándolo.
Luego se tumbó a mi lado.

—Tienes razón —supuse, siempre tenía que tomarme un tiempo para pensar bien todo lo que me decía—. ¿Y a qué te refieres exactamente con "esto"?
—Esto que tenemos... sabes bien a lo que me refiero. No sé... no sé explicarlo con palabras.

Sabía que seguía sonriendo, pues mis preguntas obvias le causaban risa. Él me conocía tan bien que sabía que solo lo preguntaba para escucharle hablar sobre ello con sabiduría y ver qué decía sobre nosotros dos. Sobre nuestra amistad, sobre el bosque.

—Sí, creo que sé a lo que te refieres. Aunque, como dices, puede que tú estés pensando una cosa y yo otra... puede que parezca que nos comprendemos pero... ¡sorpresa! Tú piensas blanco y yo negro.

Seguía sonriendo mientras hablaba, esperando una de sus respuestas electrizantes.
—Sorprendemente estoy seguro de que, de alguna manera u otra, estamos pensando lo mismo. Muchos pensamientos en tu cabeza y muchos en la mía, pero habrá alguna que otra idea clave y común en la que terminan concluyendo.
—¿Y cuál es esa idea? —interrogué.
—Chloe, Chloe... —me paralicé en el suelo por un momento, totalmente concentrada en su voz diciendo mi nombre, luego me permití extender las piernas hacia el césped, sentir la humedad.

Para cualquiera, es probable que su voz hubiera sido una bastante común, con nada especial. Para mí nunca lo fue.

—Muchas preguntas, ¿no? —habló.
—Uno de mis defectos.
—Cualidades —me corrigió con un tono tan estricto que no pude evitar sonreír otra vez—. Ya te dije que las conversaciones fluidas surgen de preguntas. El ser humano necesita saber.
—¿Y no son molestas?
—Tengo toda la eternidad para escucharlas.
—Vale, Sunghoon, últimamente eso de coquetear se te está dando hasta mejor.
—¡Voy en serio! —insistió esbozando una sonrisa ladina y girando su cuerpo hasta mirar hacia mí, apoyó su mejilla en una de sus manos, el brillo de su cuerpo chocando con el césped era opacado por la longitud de este, por lo que pude girarme para hacer lo mismo y nuestras miradas se fundieron de manera intensa durante segundos. Él se mantuvo callado durante estos, yo quise romper el silencio, pero como no supe, fue él—: Me gusta escucharte hablar incluso si continuamente estás preguntando cosas. ¿Por qué iba a molestarme? Piénsalo bien, es algo que te hace bastante única.
—No soy la única en el mundo que hace preguntas.
—Pues eres la primera que las hace y no me agobia con ellas.
—Eso... me sirve.

Sonrió satisfecho.
—Tengo una idea que lleva rondando por ahí durante un par de días —confesó.
—Te escucho.
—A veces pienso en... volver a casa. No sé, hace unos meses desde que morí, me gustaría ver qué ha pasado con mi cuarto, con mis padres adoptivos. Con la familia que me quedaba, que nunca fue mi familia, pero es más bien mera curiosidad lo que siento.
—¿Y por qué no lo haces?
—Porque... me da miedo.
—¿El qué?
—Ver que han pasado página tan pronto como me lo esperaba y darme cuenta de que siempre fui tan insignificante para ellos como creí.

...

𝐈 𝐅𝐄𝐋𝐋 𝐈𝐍 𝐋𝐎𝐕𝐄 𝐖𝐈𝐓𝐇 𝐀 𝐆𝐇𝐎𝐒𝐓 | Park Sunghoon ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora