20. 𝙔

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Diecisiete de febrero.

El sonido de las campanas de la iglesia al marcar las doce del mediodía, una hora bastante fría en esa época; la casa de Violet a pocos metros de distancia de la mía, dándome la sensación de estar más lejos que nunca; las calles de piedras de tonalidades marrones por las que solía caminar; las mismas personas a las que veía día tras día en el pequeño pueblo.
Todo era idéntico, pero yo sentía que cada día conocía menos mi pueblo... que Blue Valley escondía algo a lo cual yo no había llegado aún.

Pero él me prometió que me ayudaría a desenterrar esos misterios que yo percibía que estaban enterrados en alguna parte, y una sensación de cercanía con estos me animaba a seguir adelante.

Sunghoon me echaría una mano si yo trataba de hablar con mamá.

Ahora me encontraba nerviosa, a las puertas de mi casa esperando impaciente a que ella misma me abriera tras haber tocado el timbre segundos atrás, ruidoso pero melodioso al mismo tiempo. Cuando crucé el umbral de la puerta con su mirada clavada en mí, supe que, a pesar de la distancia, el instinto de madre seguía intacto. No dejaba de observarme; podía notar perfectamente que me sucedía algo, o más bien, algo relacionado con ella. Fue testigo de mi incomodidad y mi insistencia en su misma mirada.

—¿Ocurre algo? —se atrevió a interrogar, casi como si supiera que quería hablar con ella.

De no ser así, de tratarse de cualquier otro problema, estaba claro que no habría preguntado.

—Mamá...

Situada tras la barra de la cocina una vez avancé varios pasos en el interior, y sintiendo sus ojos en mi nuca, me giré para mirarla a la cara, fingiendo una determinación que rara vez existía en mí. Analicé su rostro, pero era como si no la conociera. A mamá y a mí nos unía el escaso vínculo inquebrantable de madre e hija, pero era tan solo eso. En realidad, hacía muchos años que había dejado de conocerla, y ella nunca llegó a conocerme a mí, pues nunca supo qué pasaba por mi mente.
Nunca supo que mis ojos no veían lo mismo que los suyos.
Nunca supo que ni siquiera vivíamos en el mismo mundo.

—Me gustaría hablar contigo —solté sin pensarlo, sabiendo que, si le sentaban o no bien mis palabras; si decidía o no hablar; la situación no iba a cambiar. Íbamos a seguir teniendo una relación basada en el silencio y la distancia. No perdía nada.

Suspiró pesadamente, tal vez se imaginaba lo que iba a decirle. Rodeó la barra para colocarse al frente y tomó asiento en uno de los dos taburetes de madera de roble que había al frente. Quedamos cara a cara de nuevo cuando me volví a verla, pero esta vez estábamos más cerca y ambas estábamos apoyadas en la encimera de piedra grisácea de la barra.

—Siento que... hay detalles que omites —no quise acusarla de mentirme—, eres muy distante, y no te culpo, pero si hubiera algo que necesito saber... me gustaría saberlo ahora.
—Te refieres a San Valentín... ¿o me equivoco?
—No tiene por qué ser necesariamente eso... podría ser cualquier otra cosa, casi no hablamos. Pero pude darme cuenta de que algo no era como de costumbre el día de San Valentín, sí.

Aunque las dos nos expresábamos con fluidez, nuestro aliento salía entrecortado y se congelaba en medio de la tensión.

—Estoy conociendo a un hombre, Chloe.

Su manera de pronunciar mi nombre fue desagradable, fue normal. Fue... todo lo contrario a cómo lo pronunciaba él.

—¿Por qué no me lo dijiste?
—Porque no tiene por qué ocurrir nada serio, yo... solo quiero vivir mi vida personal sin mezclarla con esto.
—¿"Esto"?
—Tú, mi hija; el hogar; el trabajo...

Yo formaba parte de esa vida ajetreada y rutinaria de la cual ella pretendía escapar cuando salía, cuando "vivía su vida" como realmente quería.

Dejé salir el aire que había retenido e hice como que la comprendía. Pretendí que sus palabras no pesaron como realmente lo hicieron, pues me hubiera gustado que así fuera. Sentí una especie de puñalada que rápidamente se esfumó cuando me di cuenta de que debí haber esperado algo así por su parte. Tal vez se quedaría la cicatriz durante un tiempo, y es probable que la sangre estuviera cayendo durante varios días hasta que la herida cerrara, pero mi reacción expresó todo lo contrario.
Me alejé de la cocina y subí las escaleras, tan solo asintiendo bajo su mirada.

En mi cuarto estaba Ann, cuyo semblante era tan feliz que no quise entrometerme con mi pesadumbre. Su cuerpo transparente yacía sobre mi cama, feliz, y balanceaba entre sus manos un espectro de gatito que jugaba con ella y maullaba.

—Voy a salir —avisé.

Supe que dijo algo, pero lo único que hice fue coger mi teléfono, mi bolso y salir de allí apagando mis sentidos: no la escuché a ella, tampoco a mi madre cuando salí por la puerta y me dijo algo, no vi el camino que seguí, y me dirigí hacia la biblioteca buscando respuestas que pudieran llegar a hacer que me olvidara de lo que acababa de suceder.

Supe que dijo algo, pero lo único que hice fue coger mi teléfono, mi bolso y salir de allí apagando mis sentidos: no la escuché a ella, tampoco a mi madre cuando salí por la puerta y me dijo algo, no vi el camino que seguí, y me dirigí hacia la bi...

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Debí haber recordado que a mí las respuestas nunca me llegaron de inmediato, ni mucho menos con facilidad.

En la biblioteca no pude encontrar ni un solo libro en el cual se reflejara un ápice de información que pudiera serme útil, en referente a la estatua.

Nací con un poder el cual nunca tuvo explicación lógica, y ahora que pretendía buscarle sentido a otra cosa, la vida tampoco me lo pondría como tarea fácil.

Es por eso que recurrí al bosque, donde se me otorgaba tranquilidad, felicidad y más dudas, más misterios, más casualidades preciosas y otras algo espeluznantes.
Cuando no llegaba hasta el fondo del asunto y me hundía en el pozo inútil que yo misma había cavado, iba allí, porque siempre encontraba consuelo entre sus frondosas copas que ocultaban la luz del sol.

Aquello ya no era un secreto, tampoco era extraño que lo hubiera hecho, pero ese día si sucedieron una serie de eventos curiosos.
Al llegar a la orilla del lago, Sunghoon no estaba, y ese primer suceso desencadenó el siguiente: buscándolo entre lianas, robustos troncos y verdosas hojas, llegué de nuevo a la estatua.
Estando ante ella, me percaté de que su pulido aspecto ocultaba las iniciales de Blue Valley en cada una de sus pupilas.
Luego me giré al escuchar un ruido y vi a Sunghoon observándome, encerrado en su brillo, en su esplendor, y sonriéndome. Él también me había buscado.

Pero lo más extraño que pasó fue que llegué a una conclusión yo sola tras mucho tiempo.

Todo mi mundo estaba allí, y cuando digo allí, no me refiero a cualquier lugar; a mi cuarto; a mi casa. Me refiero al más allá que me rodeaba. A los fantasmas.

No necesitaba a mamá. No necesitaba su cariño, su afecto, cosas que nunca tuve realmente. A Violet, a Su-Jin. Amigos mortales, una carrera universitaria.
Necesitaba entender por qué mi caso era aquel. O al menos, comprender si merecía la pena querer ser una mariposa. Si debía aprender a volar.

...

𝐈 𝐅𝐄𝐋𝐋 𝐈𝐍 𝐋𝐎𝐕𝐄 𝐖𝐈𝐓𝐇 𝐀 𝐆𝐇𝐎𝐒𝐓 | Park Sunghoon ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora